Trump se mamertió en el infierno

Trump se mamertió en el infierno

"El problema de su mamertiada es que su gente puede abandonarlo si no le sigue dando más de lo mismo"

Por: Carlos Tamara
enero 14, 2021
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Trump se mamertió en el infierno

“La violencia de la mafia va en contra de todo en lo que creo y todo lo que representa nuestro movimiento”, dijo, desestimando el papel que desempeñó al incitar a sus seguidores a asaltar el Capitolio la semana pasada. "Ningún verdadero partidario mío podría jamás respaldar la violencia política".

La cita de arriba aparece con la primicia de la impugnación de Trump por parte de la Cámara. ¿Será esa frase inequívoca muestra de que Trump se mamertió tras el garrote que está llevando ya nos solo por prohibírsele su descarado uso del Twitter y Facebook para impulsar su gobierno mentiroso y homicida (cuento solo los muertos durante el supuesto golpe que están a la vista)?

La tendencia de la derecha mamerta es arrolladora. La arremetida demócrata está obligando al repliegue táctico, de la boca para afuera. Incluso republicanos ahora modosos y tiernos añoran  un debate de “pacificación y reunificación” precisamente ahora cuando “La lista de presidentes que han sido acusados ​​es la siguiente: Andrew Johnson, Bill Clinton, Donald Trump y Donald Trump”.

Un amigo mío exdirigente político de Tolú fatalmente asesinado decía del castigo político: eso es para que sepa que el gas pela. El gas es eso que se usaba antes, que lo vendían en botellas, el ACPM que untado sobre la piel la erosiona ardiendo terriblemente. Es más, untarse gas en el infierno no solo pela: combuste.

Lo primero que suscita la cita de Trump es una sonora y estruendosa carcajada. La vena histriónica de Trump es inacabable y es visceral. Le es tan inmanente que no habla sin mentir. Solo es capaz cuando dice cualquier cosa siempre y cuando sea mintiendo. Esto remite al comportamiento de cierto líder connotado de la derecha colombiana todavía caído en desgracia.

Yendo al fondo, Trump da sopa y seco en eso de atacar retrocediendo. Y es que cualquier verdadero partidario de Trump entiende precisamente que debe respaldar lo que su jefe insiste en negar, a propósito de que le robaron las elecciones. Sabe su militante de base que ese argumento es urdido exclusivamente para parapetarse diciendo mentiras y preparar una nueva oleada. Y sabe eso muy a pesar de impedirse imaginar cómo es posible inventar la bicoca de 7.059.741 votos de diferencia. ¡Ni el mago de la Registraduría en Colombia operaría semejante milagro! ¡Mucho menos en los Estados Unidos!

Ese horrible asunto mientras avanza la oleada magmática de muertos incandescentes de COVID-19: ya el récord ha subido hasta los 4.000 por día.  ¿Cuántos seguirán muriendo por las mentiras de Trump? He aquí la verdadera razón de por qué la mentira es esencialmente enemiga: es mortal, es asesina.

El caso es que todo le ha salido tan mal que ya no volverá a ser nunca más presidente de los Estados Unidos con ese baldón. Es como el caso en Colombia de aquél obligado de por vida a  ser expresidente: desearía ser presidente, aunque sea a través de sus títeres o sus hijos que podría ser lo mismo.

Trump intenta parapetarse. Está intentando alimentar con frases a los republicanos que en el senado, cagados del susto, enfrentan la tarea de defenderse a sí mismos, más que defenderlo contra una eventual salida del cargo antes de terminar el mandato: se sabe que ellos  triunfaron abandonándolo provisionalmente, evitando un Trump tóxico, resultando un voto de senado  mayor que el de presidencia. Distinto al voto demócrata cuyo senado arrulló a Biden.

El problema de la mamertiada de Trump es que su gente puede abandonarlo si no le sigue dando más de lo mismo. Una vez instaurada la mentira es como la de quien mata por primera vez: casi siempre le toca seguir matando.

Pero el lío de Trump es todavía mayúsculo. Todo parece indicar, a partir de las interpretaciones leídas al conspicuo Carlos Alberto Montaner, que la derecha norteamericana desea deshacerse lo más rápidamente posible de la llamada excepcionalidad democrática. La razón es muy simple: es imposible sostener la supervivencia en el poder de un 1% de ultramegamillonarios sin un gobierno dictatorial, aunque para ello deba optar por un populismo que legalice el engaño. Después que Thomas Piketty desenmascaró que toda la riqueza que el mundo está creando va a parar a unas cuantas manos, el imperativo de gobiernos cada vez más oligárquicos se hace imprescindible, ya no en la periferia con las llamadas repúblicas bananeras, es el núcleo principal lo que quieren. La economía política más simple lo dice: en las condiciones del capitalismo actual su voracidad necesita garantizar una mayor cuota de ganancia. Sin ella no hay capitalismo. Lo acaba de atestiguar con miles de muertos COVID-19. Al parecer el negocio de las vacunas no era rentable: había que hacerlo con dinero público gratis. Eso sí, el valor de las vacunas a precio de crisis. Gratis, ni de fundas. ¿Ya pagaron o devolvieron los préstamos? ¿Préstamos sin reembolso? ¿Con intereses por el suelo? ¡Así cualquiera es capitalista!

Ahora bien, es absolutamente claro que lo que Trump preferiría es que todo eso fuera pacífico; es más, fingió intentarlo a través de las elecciones. Y al no lograrlo…

Al parecer se habían equivocado con aquello de la globalización. Sin embargo, es falso que estén dando marcha atrás. Si la globalización produjo riqueza en la periferia es el momento de arrebatársela y luego iniciar un nuevo ciclo. Eso es lo que se esconde tras America First Again, o, Keep America First.

Claro que tienen otro problema un poquito más grande: nada más que 1.444.263.366, habitantes de China contra apenas 331.420.000 de Estados Unidos. En esas condiciones de mercado, está escrito que la riqueza de ese 1% migrará hacia China más temprano que tarde.

¿Y entonces en qué quedaría el supremacismo blanco tan dulce y placentero que les permite reinar?

Y lo peor de este peliagudo asunto es que China ya tiene un solo partido en el poder. No necesita hacer la revolución que la derecha ansía por todos los medios. Eso es incontrovertible. De allí toda la tamaña desazón.  ¿Cuánto desearía la oligarquía del 1% tener un modelo chino por la vía pacífica? ¿Será esto posible? No, no, sería posible: debe romperse la excepcionalidad democrática que permita tener una cámara única, o disminuir el número de representantes y senadores, encarecer y dolarizar el acceso; y así sucesivamente hasta negar cada vez más poder a las minorías que son en realidad la mayoría del trabajo. Mientras tanto el logro de quedarse con la propiedad de la tierra y de toda la economía se hace más fácil.

Tienen otro problema aun mayor. Ya Marx demostró que aun lográndolo el sistema obtenido está históricamente determinado. No prevalecerá para siempre. Ni siquiera si llega a ser tan deseablemente chino.

Desde un punto de vista más filosófico este no es siquiera un problema político, es físico: por ser la velocidad de la luz tan exigua, solo puede acaecer un suceso ahora y luego otro. Es lo que marca el horizonte de sucesos. Claro, Trump nunca sabrá de esas sutilezas, y aun sabiéndolas le importan un soberano rábano. Eso no le estaría dando figuración.

Trump quería un lugar en la historia. ¡Ya lo tiene! Por algún tiempo bastante largo: “La lista de presidentes que han sido acusados ​​es la siguiente: Andrew Johnson, Bill Clinton, Donald Trump y Donald Trump”.

¡Cuánta vergüenza!

¡Es importante señalar que ni siquiera se inmuta!

Nota. Las citas son de Huffpost de hoy: “Donald Trump impugnado por segunda vez, acusado de 'incitación a la insurrección'”. Ojo, lo leído a Montaner apareció en algún programa de CNN reciente.

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