Donald Trump oscila entre la pesadilla y lo fantástico. Qué van a pensar dentro de 20 años los que estén naciendo hoy -pongamos por caso el 6 de febrero 2025- en todo el mundo, sobre ese personaje llamado TRUMP que inicia su segundo mandato, cuyas actuaciones han desatado una tormenta homérica universal que tiene a todas las embarcaciones que surcan los mares a punto de naufragar, porque de repente Trump da la sensación de emerger de la novelesca Moby Dick, con ese carácter ciego que rompe barreras, sin temor al mar proceloso que amenaza devorar a quienes descreen del peligro de sus mareas, impetuoso para impedir que sus metas se marchiten, con la audacia de atreverse a señalar a otros un camino que podría conducir a la realización de “un sueño dorado”. Que no es un mundo sin problemas, porque vivir es un acertijo que nos plantea diversas variables que necesitan ser dilucidadas cada amanecer, cada crepúsculo que la vida nos brinda.
¿Límites al poder presidencial?
Cada día Trump causa perplejidad. Sus órdenes ejecutivas hacen brotar angustia. El 18 marzo despidió a dos comisionados demócratas de la Comisión Federal de Comercio (FTC), que dentro del esquema burocrático federal existe para proteger al consumidor de Estados Unidos de prácticas engañosas y desleales. Con esta medida busca enfrentar a la Corte Suprema por una decisión tomada en 1935, que sigue haciendo jurisprudencia a día de hoy e impide que los comisionados de agencias independientes solo pueden ser destituidos por incumplimiento de sus deberes o mala praxis. Trump quiere que la rama judicial no se inmiscuya en sus actuaciones, en las que ve un servicio a la nación.
Los despidos de Rebecca Kelly y Álvaro Bedoya, demócratas los dos, -según Bloomberg- darán a la Casa Blanca mayor influencia para resolver casos pendientes con Meta, Amazon y X de Musk. El movimiento de Trump y sus expertos legales -que no dan puntada sin hilo- intenta rebajar el poder de los reguladores. Y deshacerse de las normas impuestas por la administración Biden a la FTC. Tras los dos despidos, los dos restantes comisionados republicanos, el presidente Andrew Ferguson y Melissa Holyoak, tendrán más control sobre docenas de casos antimonopolio pendientes.
De acuerdo con Bloomberg, FTC iniciará el próximo mes juicio contra Meta para obligarla a vender Instagram. Otro litigio es contra Amazon por sus tácticas para atraer suscriptores de su servicio Prime. Y X, antes Twitter, no quiere que la FTC supervise sus prácticas de privacidad. Los tres dueños de estas empresas, Musk, Bezos, Zuckerberg, tuvieron asientos de honor en la toma de posesión de enero de S.M. Trump II. Ferguson, leal al presidente, asegura que la agencia “va a cuidar al consumidor, bajar los precios y vigilar el comportamiento anticompetitivo”.
Federico, Luis, Felipe, Donald
En general se puede afirmar que Trump, con su segundo mandato, está aprovechando su poder para remodelar, no solo su gobierno y su forma de gobernar, sino algunos lugares emblemáticos de Washington a su propia imagen. Trump antepone su ego y para complacerlo gasta lo que sea, sin mirar costos. Esa austeridad que dice buscar al recortar costos, nóminas, contratos; no se aplica a sus caprichos. En su primer mandato, inició con una deuda de 20 billones de dólares y cuatro años después era de 28 billones de dólares -hoy la deuda es de 35 billones-, está previsto que para 2028 la deuda llegue a los 44 billones de dólares. Con estas cifras cualquier persona sensata palidecería.
Palidecer no está ni siquiera en los peores sueños de Trump, él siempre ha vivido en magnate, ahora vive en magnate+monarca. Quiere dejar huella, como sus pares Federico el Grande que construyó el bello Palacio de Sanssoucci, Luis XIV se lució con Versalles, Felipe II erigió El Escorial. Nadie se acuerda qué hicieron estos reyes, en cambio ahí están sus edificios.
Trump ha propuesto costosos proyectos inmobiliarios. Uno de ellos es un salón de baile de 100 millones de dólares en la Casa Blanca. Un Trump eufórico bailó con Melania, su esposa, el 20 de enero, día de su posesión. El baile está en su energía vital, según eso. Quiere un Jardín Nacional de Héroes Estadounidenses con 250 estatuas -me gustaría ver a Fred Astaire entre ellos-. Considera, dice The Atlantic, cambiar el césped del jardín de rosas para construir un patio de superficie dura, parecido al lugar de reunión de su club de Mar-A-Lago en Florida.
James K. Polk
El Salón Oval, remodelado cada cuatro años con el nuevo inquilino, también afirma la personalidad de Trump. Adornado con accesorios dorados, figuras de vermeil, marcos dorados, cortinas doradas. Trump pidió el busto de Winston Churchill. Al pobre de Winston lo maltratan los presidentes: George W. Bush lo trajo a su oficina. Obama retiró el busto, no congeniaba con el británico. Trump 2017 lo hizo regresar por despecho. Biden ordenó sacar el busto ‘lo antes posible’. Y ahora, de nuevo, vuelve al despacho del presidente, por su orden perentoria: quiero a Winston aquí ya. Es un símbolo de la alianza con Londres durante la invasión de Irak, que se hizo en nombre de una monumental mentira. ¿Qué mensaje envía Trump aquí?
Al otro lado de Churchill se instaló a Martin Luther King. Y en el centro, Andrew Jackson, admirado por Trump porque expulsó a los nativos cherokees, de sus tierras, causando miles de víctimas. En el rediseño desapareció un cuadro de Roosevelt y se colgó uno muy emblemático, del que Trump se enamoró y propuso un intercambio de cuadros: Uno de los retratos de Thomas Jefferson que se encuentran en la Casa Blanca por uno de James Polk que colgaba en el Capitolio.
Mike Johnson, presidente de la Cámara de Representantes, aceptó el cambio. La hazaña de Polk es casi haber duplicado el territorio de Estados Unidos en su único mandato. Trump quiere seguir sus pasos. En el cuadro, colgado en el Salón Oval, Polk tiene una mirada socarrona y dura, que parece comunicar: “Lo hice”. La filosofía de la política exterior de Trump no consiste en la “contención” ni en el “compromiso”, sino en “aplastar y apoderarse”, piensa Thomas Friedman.
Esa sonrisa burletera
Aparentemente, Trump ha iniciado una cruzada para adelgazar los gastos federales, para ello creó el Departamento de Eficiencia Gubernamental, DOGE, el objetivo autoproclamado de esta agencia es el de ahorrar dinero de los contribuyentes y crear un gobierno federal mucho más eficiente y eficaz. Así enunciado es una loable empresa. Pero DOGE se ha convertido en una palabra que aterroriza a los funcionarios del gobierno federal. ¿Acaso es porque detrás de los despidos o cancelaciones de contratos parece existir ojeriza hacia los nombramientos hechos por los demócratas?
Hasta el momento, 21 marzo, la administración Trump ha rescindido más de 5.000 contratos en varias agencias federales, y esto lo celebran diciendo que de esta manera han ahorrado 20.000 millones de dólares, según el portal digital NOTUS. Afirman que son derrochadores. Trump revocó otras regulaciones que regían la contratación, como una orden ejecutiva de la era Biden que exigía un salario mínimo para quienes trabajaban bajo contratos federales.
Regocijo es lo que expresa el rostro de Trump cada que muestra una orden ejecutiva con su gótica firma, se solaza en ello, se muestra triunfante y goza con las cifras que anuncia. Así desde el primer día, por ejemplo, cuando firmó la orden de retirada de la OMS, al presentarla a los medios expresó: “Así nos ahorramos mil millones de dólares”. Supongo que la cifra es figurada. Aquí estriba la dificultad, el lenguaje que utiliza es efectista, busca el impacto, agrietar el oído, despertar la escucha, sus palabras no son literales. Por ejemplo, en pleno debate con Kamala Harris, en vez de hablar cómo controlar la inflación o a las pandillas de Nueva York o Chicago, causó paroxismo cuando dijo, con total tranquilidad: Los haitianos se están comiendo los perros y los gatos de los vecinos de Springfield.
Quién paga la factura
Este torrente de palabrería que nos habla de ahorros, de querer reducir el déficit fiscal, de buscar la excelencia que preconiza MAGA, de acabar las burocracias interminables que hacen parte del problema, al final ¿qué son?, ¿una quimera? Trump ya tiene atravesado en su pituitaria que va a imponer un estilo arquitectónico en Washington D.C. e imagino que en su Manhattan del alma igual. ¿Cómo se presupuestarán esos sueños arquitectónicos? Imprimir billetes no se lo va a permitir Jerome Powell, presidente de la Fed. Una tasa impositiva a los gigantes tecnológicos llamados “grupos GAFA” a cambio de eliminar toda regulación y vigilancia y libertad completa para someter al mercado a sus dictados, sería depredatorio con el consumidor. O pagar justos por pecadores, como decía Miguel de Cervantes Saavedra.
Aquí nadie se salva
Pareciera que al presidente Trump nada lo detiene, siempre está en ebullición, va de sorpresa en sorpresa. Un día invernal de tantos, 7 marzo, ordenó retirar 400 millones de dólares en subvenciones y contratos a la Universidad de Columbia. Una jofaina de agua helada rodó por las espaldas de los miembros del claustro, docentes y discentes, al escuchar la noticia. Se alegó, para decidir tal proceder, que no ha frenado el antisemitismo en su campus. Los estudiantes han armado campamentos en el campus para protestar contra la guerra de Gaza. Un grupo de trabajo de la universidad informó el verano pasado que estudiantes judíos e israelíes de la escuela fueron marginados de los grupos estudiantiles y humillados en clase. Hay leyes federales de antidiscriminación. Dicen que Columbia abandonó esa obligación con los estudiantes judíos. Voy a decir una estupidez: la guerra no debería trasladar el acoso escolar a las aulas, pero… ¿es imposible?
Muchos responden que no es antisemitismo criticar a Israel por sus acciones en Gaza, o expresar solidaridad con los palestinos. Pero Trump cobra por ventanilla cualquier desliz. Además, ha expresado su indiferencia por el pueblo gazatí y está dispuesto a construir en sus tierras un nuevo Saint-Tropez, siguiendo el guión escrito por Benjamín Netanyahu. La imaginación de Trump se cautivó con el paisaje de la Franja de Gaza, ese mar maravilloso, el clima, la tierra por donde caminaron los profetas. Luego del forcejeo, la Universidad de Columbia, 21 marzo, arrió banderas y se puso en los brazos de Trump en la batalla por la financiación federal. Trump es un hombre visceral, escuchó el consejo: “Ojalá fueras frío o caliente” (Ap. 3,15), no acepta los términos medios. Abraza una emoción y ahí se arraiga.
El dilema es: cómo, de qué manera, quién, cuál es la forma de apaciguar al magnate. Es un hombre que cada minuto resuelve. Ajeno a si lo resuelto levanta ampollas. Retiró 175 millones de dólares de financiación de la Universidad de Pensilvania, en pleno 19 marzo. Esto produjo un ictus generalizado en el órgano académico. Quién lo iba a creer, en esta ocasión el presidente estaba iracundo porque la universidad permitió que Lia Thomas, una nadadora transgénero, graduada en 2022, compitiera en una prueba femenina cuando antes había competido tres años como Will Thomas. La World Aquatics establece que cualquier persona que haya pasado parte de la pubertad masculina no puede competir en la categoría femenina de élite.
Tampoco acepta los transgénero en el ejército, piensa que el servicio militar es para aquellos “mental y físicamente aptos para el deber”. Por ahora un juez tiene bloqueada esta orden ejecutiva. Y estas decisiones de los jueces lo enervan, alteran su psiquis. Al barón de Montesquieu le preocupaba el abuso del poder, es menester, decía, que “el poder detenga al poder”. ¿Un juez/a tiene facultad para bloquear una orden ejecutiva?, ¿procura el presidente establecer una sociología política diferente que intente un cambio histórico?
Venezolanos a El Salvador
Ocurrió el 15 marzo, 261 indocumentados venezolanos fueron deportados desde Estados Unidos a una cárcel de alta seguridad de El Salvador. Karoline Leavitt, secretaria de prensa de la Casa Blanca, ataca a un juez federal por su nombre y lo llama “activista demócrata”. Se trata de James Boasberg que analiza la legalidad de la deportación de los presuntos miembros del ‘Tren de Aragua’, una banda de renombrado peligro, bajo la Ley de Enemigos Extranjeros, leyes de la época colonial. El juez usó su poder para intentar detener el avión que llevaba a los venezolanos. Despertó la furia incandescente de Trump que lo llamó “juez lunático de la izquierda radical” y pidió su destitución, lo que provocó un llamado de atención del presidente de la Corte Suprema, John Roberts. En los tribunales dicen de Boasberg que “no es un juez de exabruptos en absoluto”. Bush lo nombró juez en 2002 y Barack Obama lo ascendió en 2011 a juez principal.
En una tensa audiencia judicial, 21 marzo, Boasberg dijo que utilizar una ley de 1798 para deportar a los venezolanos era “terriblemente alarmante”. Habló de que el Estado de derecho necesitaba credibilidad. Para Trump esto representa una crisis, pero una creada por Boasbeg y que pone en peligro vidas estadounidenses. Otros asistentes de la Casa Blanca consideran que Boasberg lidera “el asalto más grave a la democracia”. Espinoso asunto. Pensemos: ¿Quién determina la realidad, el presidente o el juez? Uno de los dos puede errar. Si los dos están equivocados, ¿qué camino le queda a la ley?, ¿la ley dónde es ley? Tomás de Aquino habla del “bien común” de la ley. ¿En qué países del mundo el “bien común” es operativo y actúa como faro de magistrados? ¿Solo los querubines -exentos de materia- podrían emitir leyes, genuinas, blancas como el oso polar?
Quien no está con nosotros está contra nosotros
Fue la frase de Bush después del 11-S. Que desconoce el Estado de derecho. Lo subsume dentro del campo autoritario y la ley queda esparcida como si se tratara de un campo de residuos. Trump no quiere que los jueces se interpongan entre él y el pueblo que lo eligió. Él calcula así: el juez “está sentado detrás de un estrado y no tiene idea de lo que está sucediendo”. Esto lo dijo de James Boasberg, aunque lo puede aplicar a todos los que no sigan sus mandatos. Tal el caso de Ellen Hollander una juez federal que prohíbe al DOGE, que maneja Elon Musk, acceder a sistemas sensibles de la Administración del Seguro Social (SSA). Censura Hollander que “el equipo DOGE está involucrado en una expedición de pesca en la SSA, en busca de una epidemia de fraude”.
Hollander lleva más de cincuenta años en la carrera judicial, en 2010 el presidente Barack Obama la confirmó como juez superior del Tribunal de Distrito de Maryland. Hollander ve el acceso de DOGE en la SSA como que viola las leyes de privacidad -dice el periódico digital político- aunque está de acuerdo con el objetivo de la agencia de erradicar “el fraude, el despilfarro y la mala gestión”, esto es “de interés público”. Pregunto: ¿Hay intrusión por parte de agentes privados y estatales en los datos privados de las personas? Sí. Tenemos la sensación de caminar desnudos. Cada gesto está grabado. Las máquinas conocen nuestro pasado, presente y futuro. Somos algoritmos sin autonomía. Aunque, los muy sabidos, no solucionan los problemas que agobian al ser humano. Guardan Silencio. A Trump esto le trae al pairo, unos funcionarios judiciales no pueden decirle cómo va a sacar adelante MAGA. O están conmigo o están con el enemigo del pueblo estadounidense, según su retórica.
Dentro de unos años, los jóvenes veinteañeros van a preguntar a sus padres: “¿Papá, ese señor Trump estaba pirado o era un geek sin tregua?”
También le puede interesar: Les llegó la hora de trabajar a todos los políticos que decidieron sepultar las garantías laborales