Toyita Chiguachía no se da por vencida ante la adversidad ni la pandemia

Toyita Chiguachía no se da por vencida ante la adversidad ni la pandemia

Esta es la historia del talento y la pericia de una campesina de 62 años, que con tercero de primaria compone, canta y se conecta con la virtualidad

Por: Ricardo Rondón Chamorro
junio 02, 2020
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Toyita Chiguachía no se da por vencida ante la adversidad ni la pandemia
Foto: La Pluma & La Herida

De días anteriores a la cuarentena no tenía noticias de Toyita Chiguachía, a quien llevo fija por años en el afecto y la memoria.

Toyita, la mera humildad, detrás del mostrador, afinando su guitarra, limpiando los corotos de promoción de su tienda de ropa y zapatos Huellas en la arena (barrio Pío XII, localidad de Kennedy), cuando no embebida en Los Salmos, El Cantar de los Cantares o el Libro de Job, de una Biblia gorda, canónica, forrada en cuero, con ribetes dorados.

La última vez que la visité estaba pegada a su instrumento, improvisando las notas de una nueva melodía para honrar al Señor, me dijo, ella que desde la muerte, hace treinta y nueve años de su marido y padre de sus cinco hijos, Rafael Martínez, yuntero y criador de cerdos de su pueblo (Choachí, Cundinamarca), no ha tenido más ojos que para el crucificado.

Toyita Chiguachía es la gracia artística de Custodia Barreto Barreto, sesenta y dos años, descendiente de las antiguas campesinas de pañolón, sombrero y alpargatas de la vereda Chatasugá, de Choachí, que a las tres de la madrugada, con la luz prendida o apagada ya está desgranando las cuentas perladas del rosario, recitando conmovida gozosos, dolorosos y luminosos, con sus respectivos padrenuestros, glorias y avemarías.

Desde que aclara hasta que anoche, 'Toyita' está concentrada con el trabajo de casa, su almacén y la inspiración. Foto: La Pluma & La Herida

Desde que aclara hasta que anoche, Toyita está concentrada con el trabajo de casa, su almacén y la inspiración. Foto: La Pluma & La Herida

No he sabido de devociones inquebrantables como la de Toyita, pese a la cadena de sufrimientos y de imborrables episodios luctuosos que sus ojos achinados han visto desde que estaba niña, cuando apenas podía sostener un cántaro para llevar agua de la quebrada a la casa sin que aclarara el día, a tientas por el empedrado y el rastrojo, cuidándome que las espinas de las zarzamoras no me hicieran sangrar las quimbas.

Sus manos cuadradas, fuertes, rugosas, dan cuenta de los trajines del campo, del temple del arreo de ganado, el ordeño, la crianza de porcinos, la labranza con sus quiebres de espinazo, pero también de la paciencia y la nobleza que inspira el oficio bíblico del pastoreo de ovejas.

En los albores de su infancia, cuenta Toyita, soñaba con ser una Libertad Lamarque, una Sarita Montiel, o una estrella colombiana de época como Lolita Torres, con su éxito inolvidable Qué será, será… que oía en el transistor jornalero de su padre, marca Sanyo, única conexión con el mundo en las noches rumorosas de La Hora Phillips, con los pestañeos de los románticos en ciernes.

Con esa canción se ganó en la escuela un concurso de canto convocado por la maestra Julia Díaz, que prometía como premio una certificación para estudiar en el Colegio Ignacio Pescador de Choachí.

Toyita ha grabado tres álbumes de música campesina: le canta a su tierra, a la mujer, a las experiencias de la vida. Está preparando su cuarta producción. Foto: La Pluma & La Herida

Toyita ha grabado tres álbumes de música campesina: le canta a su tierra, a la mujer, a las experiencias de la vida. Está preparando su cuarta producción. Foto: La Pluma & La Herida

Fue tal la alegría que la embargó, que salió corriendo a contárselo a su padre, pero don Julio Barreto, un labriego analfabeta, la dejó con un palmo de narices cuando le dijo que el estudio era pa’ los dotores, y que él la necesitaba junto con sus hermanos para las faenas del campo. Doña Magdalena Barreto, su mamá, no chistó nada, porque en ese tiempo las mujeres no opinaban: solo estaban destinadas a la crianza y los oficios de casa.

Toyita quedó anclada en el tercer grado de primaria, y esa fue su primera frustración, de tantas que le ha tocado paladear en su pedregosa vida: una infancia y parte de su juventud entregada al rigor y a las ordenanzas de su progenitor, hasta cuando llegó el hombre de su vida y le propuso matrimonio a los diecinueve años.

Bajo la responsabilidad de cinco hijos quedó Toyita cuando su cónyuge perdió la vida en un accidente de trabajo. Apenas contaba cuarenta y un años: Fue mi primer y único amor terrenal, porque el otro, el Jesús de los cielos, está próximo en hacer su segunda venida para cuadrar cuentas con esta humanidad que está patas arriba, sostiene enérgica la dependiente de Huellas en la Arena, como reza el aviso de su tienda, ilustrado por un nazareno de báculo sembrado en el desierto.

Toyita Chiguachía, que en lengua muisca traduce puerta del sol y de la luna, ha hecho de tripas corazón para ganar el sustento de su prole. Levantar cinco hijos, de buenas a primeras, con tercero de primaria, le significó una hazaña titánica en un tiempo donde las de trenzas y faldones eran relegadas a fogones, la crianza de guámbitos, y el refriegue de montañas de ropa de la casa y de la peonada, en una sociedad machista y patriarcal que sometía a las mujeres como esclavas.

Toyita con la Virgen de la Giralda, motivo permanente de su devoción y compañera en el trajín de sus días. Foto: La Pluma & La Herida

Toyita con la Virgen de la Giralda, motivo permanente de su devoción y compañera en el trajín de sus días. Foto: La Pluma & La Herida

Yo, gracias a Dios, no me he varado porque soy honesta y sé trabajar. Si me decían que había que atender una cochera, pues a quien le dijeron si soy experta en marranos. Que hay que limpiar rastrojo para abrir surcos y sembrar habichuela, caña, tomate, cebolla, papa, maíz, frijol y remolacha, pues aquí está Toyita que empezó con la hoz y el azadón a labrar la tierra desde que estaba chirriquitica. Que hay que maniatar ganado pa’l ordeño, aquí me tienen

De todo eso hizo Toyita para usufructuar el pan de sus críos. Hasta una cancha de tejo con venta de chicha y cerveza tuvo en la vereda Chatasugá, pero la maldita envidia y las habladurías del vecindario la hicieron desistir de lo que prometía un negocio próspero.

Eso me inventaron cualquier cantidad de mozos, y me amenazaron con la pelona si no me largaba, y yo por la protección de mis parvulitos me tocó abandonar mi terruño, vender vacas, gallinas, ovejas, caribajitos y arrancar pa’Bogotá.

Decían por esa época que más perdida que una alpargatuda en la paramuna capital, donde a las de provincia les planteaban dos opciones: empleadas del servicio doméstico, de ciento, que llamaban, es decir internas en las casas de familia, con dormitorio en el cuarto de los chécheres; o curtidas de hollín y manteca en las cocinas de los sancochaderos pelando papas al por mayor y desplumando ponedoras con agua hirviendo.

Toyita exhibe el retrato de su padre Julio Barreto, campesino analfabeta, yuntero y criador de marranos. Foto: La Pluma & La Herida

Toyita exhibe el retrato de su padre Julio Barreto, campesino analfabeta, yuntero y criador de marranos. Foto: La Pluma & La Herida

Pero no, Toyita traía sus ahorros de toda la vida y partió con la parvada a probar suerte. No fue sino llegar a Bogotá, por los territorios que hoy son del Portal de Banderas, y un paisano le pintó un negocio para ganarse unos buenos pesos en un negocio de ropa y zapatos en Ecuador, y para allá despegó. En esas estuvo, entre Quito e Ibarra, por seis años, hasta que le picó la nostalgia y el retorno no se hizo esperar.

Y allí, después de muchas vueltas, como de piedras en despeñadero, se resiste Toyita como una roca de acantilado al frente de su almacén en Pío XII, cerrado en estos días por inventario de cuarentena, pero en la cotidianidad, ustedes la vieran, trajinando desde que abre hasta que anochece, con ese carácter cerril de la campesina que no se deja vencer por la adversidad por más que pasen los días y no asome un cristiano ni para preguntar la hora o para pedir que le cambie un billete. Cuidado, Toyita, que le pueden meter uno falso, pero ella se encabrita y se le erizan las pestañas ante los avivatos y timadores, que en estos años le han hecho más de una marranada.

—Y por qué Toyita no entrega el local o cambia de negocio, otro que le produzca, de comidas rápidas, de arepas, de empanadas…

De tajo interrumpe, afincada en su recia terquedad:

Yo no voy a entregar el local ni a cambiar nada, así como está al que le guste, se venda o no se venda, que Cristo bendito a mí no me desampara.

Y toma a dos manos la Biblia, la levanta como el cura párroco que ofrece el cáliz en la eucaristía, la lleva al pecho, la besa, la abraza…Dios no me desampara, repite y se va a buscar la guitarra, y con los acordes de introito alza la mirada y blanquea los ojos como las gallinas cuando abrevan agua:

Hoy vengo a cantarte a ti / Señor de la vida mía / Mi voz te proclamará / y cantará de alegría

Los derrotes y tragedias de la vida la han hecho fuerte, emprendedora y creativa. Foto: La Pluma & La Herida

Los derrotes y tragedias de la vida la han hecho fuerte, emprendedora y creativa. Foto: La Pluma & La Herida

Toyita Chiguachía tiene un cuaderno cuadriculado repleto con letras de su autoría. Dice que tiene más de 200 composiciones, que escribe todos los sagrados días, que la inspiración le fluye con la tristeza y la alegría, porque no hay amor sin dolor ni muerte sin agonía.

Le ha escrito a Dios, al amor de sus amores, al mar de siete colores de San Andrés (que vino a conocer a los 52 años), a las experiencias de su vida sufrida y fracturada, al Papa Francisco, que en su visita al Parque Simón Bolívar, recibió de ella un libro con sus canciones, oraciones y poemas.

Pero Toyita también le ha dedicado líneas a la verde campiña que la vio nacer, crecer y hacerse mujer, mujer campesina, de las corajudas y aguantadoras, a mucho honor, con este sombrero que solo me quito pa’dormir, echá pa’lante, trabajadora y pujante, fuerte como la palma a pesar de los quebrantos, de las desilusiones de la vida y de las heridas que jamás cicatrizan cuando se pierde inexplicablemente lo que más se quiere.

Es que a Toyita, hace cuatro años, le mataron un hijo (Rafael Martínez Barreto, de 34 años) en Bosa, uno de los sectores más peligrosos de Bogotá: Mi chino estaba atendiendo su local de frutas cuando llegaron unos bandidos en moto y le dispararon para robarlo. Le estaba yendo bien a mi muchacho con su negocio, contento con su mujer y sus dos niñas, y en cuestión de segundos le acabaron su vida, sus ilusiones. Yo casi me enloquezco. Un golpe de esos lo marca a uno para toda la vida.

Ni ante la adversidad y la pandemia, Toyita Chiguachía jamas se dará por vencida. Foto: La Pluma & La Herida

Ni ante la adversidad y la pandemia, Toyita Chiguachía jamas se dará por vencida. Foto: La Pluma & La Herida

Por eso canta Toyita, canta para menguar el dolor, para hacer más blandito el padecer, para pedirle todos los días a Dios que se apiade de mí y de los míos, que me los cuide y me los proteja, pero también le canto a las cosas lindas y sencillas de la vida, a la naturaleza, a mi pueblo, a su gente honrada y trabajadora como yo, a Nairo Quintana, a la Selección Colombia, a Colombia entera, porque esto tiene que cambiar para bien.

No tenía noticias de Toyita y me dio por marcarle en estos días de aislamiento, y dice que está bien porque así lo quiere Jesús, en compañía de su hija Sonia, de 36 años, dependiente de un fruver en el barrio El Lucero, y de su nieto Santiago, piloso adolescente que cursa bachillerato; que está concentrada en su música, produciendo su cuarto trabajo musical, y que le dan las luces del alba escribiendo y sacándole notas a su guitarra, el ropaje de cada melodía, y a la vez compartiendo mensajes, coplas, refranes en redes sociales, y atareada desde la virtualidad con su grupo de catequesis.

—Y qué es lo más reciente que ha escrito, Toyita— le pregunto.

Responde que la espere un segundo que va a arrimar la guitarra para que le pare bolas al abrebocas de lo que ya tiene traje de bambuco. Y al rato, con los primeros arpegios, se oye su voz de calandria mañanera:

Qué tristeza que me da / ver las calles desoladas / ver a la gente sufriendo / sin amor, sin esperanza.

—Vaya, Toyita, que está campeón el comienzo.

—¡¿Cierto que está bonitico?! Gracias por creer en mí. Cuando pase esta pandemia lo espero por el almacén para que compartamos un cafecito— riposta emocionada.

—¿Y será que salimos de esta, Toyita?

—Sumercé no más agárrese de la fe del Señor, que Él, y solo Él, es el que nos salva de todas las tormentas.

Que lo diga Toyita Chiguachía

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