Tocar fondo
Opinión

Tocar fondo

Por:
julio 03, 2015
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Una sociedad enferma es capaz de medicarse no los remedios sino más de la enfermedad. Ocurre que cuanta democracia decretada al exceso y sin buena medicación, termina bebiendo medicinas equivocadas o los pacientes son capaces de autoformularse y encontrar —según ellos— la receta perfecta de la convivencia anodina con la sumisión.

Que fastidioso es referirse a la democracia de diabolín y pastel que nos han pretendido vender y autoformular en este Caribe de heces (por no traducir lo evidente y maloliente) y vísceras expuestas al sol para que los samuros o goleros lleguen al festín.

Pero no importa, estos estadios premeditados son necesarios para comulgar en los altares del arrepentimiento y confesar, que de una vez somos unos pecadores conscientes, que caemos infraganti y después vomitamos en exposición de fe el pavoroso veneno de la traición a la moral y a las supuestas buenas costumbres que establece ilusamente la democracia de oropel y papel colorido del carnaval electoral que se avecina.

Sería bueno tocar fondo en estos tiempos y confesar de una vez que quienes antecedieron a los emergentes de estos tiempos son la semilla que crío cuervos inmisericordes y a la hora de la verdad, no sientan ningún asombro por el monstruo creado a su antojo y que lleguen las aves carroñeras a volar en iluso cortejo con los despojos de la gloria.

Qué bueno tocar fondo y que los gobiernos que lleguen ya no vengan armados e intimidantes con su discurso funerario. Sin embargo, sabemos que como aves de mal agüero, están dispuestos a arrasar con lo poco o mucho que dejaron los anteriores carteles familiares del despojo y la expoliación.

Ya sobra advertir. Inútiles los gritos de la Casandra que anuncian el fin de los tiempos. Los cabellos entregados a la desidia de los sauces. El lamento poco sonoro de los inconformes de pretil de domingo sin cerveza.

Un vendaval de lógicas políticas es más peligroso que cualquier racional tormenta de la crítica sana y la irreverencia que sueña con mejores hombres y mujeres que se alistan para la guerra de votos e ideas, sin embargo, hay otra racionalidad que emerge y avasalla a todo aquello que opere en el sentido del bien común y las mayorías.

¿Por qué nos inventamos esta forma lenta e incisiva de morir a manos de unos filibusteros de la moral y del todo lo compro con la plata?

Tamaño gigante es la irresponsabilidad del Estado central que deja a merced de todos sus tercos intereses la suerte de la mayoría de un país regional que asiste incólume a su propio funeral democrático.

Bueno, pero esa es la democracia que mejor se parece a nosotros. Hecha a imagen y semejanza de unos dioses de cartel, de mala familia, de insanas costumbres y de voracidad depredadora que no da tregua ante la inmensidad del bocado jugoso que brinda lo público ante una sociedad de inermes pastores somnolientos de ovejas traviesas y aventureras.

A veces he preferido refugiarme en un mundo de poesía y arte que me reconcilia con el universo, pero un distraído pajarillo me regresa a la cruda realidad del vecindario de barro y cemento mal amalgamado; voces exageradamente incoherentes, discursos anodinos y que venden culebras sin veneno pero intimidantes; promesas sin alas pero con apariencias de pájaros prehistóricos y manantiales de quietud que vomitan cataclismos.

Esos somos todos los distraídos conscientes. Unas presas fáciles de la promesa vacía y el engaño fragante que con hilaridad festejamos por la noche. Cuando reconocemos que hemos sido capaces de vencer al garfio cruel que nos amenaza y capaces de abrazar al conejo del engaño que se queda con nosotros hasta la próxima apuesta electoral.

La gracia de la democracia es el engaño. La suposición que comparten ambos. El que buscó entre cuevas y laberintos un voto esquivo y el otro, el burlón y payaso de circo que se mofa del cazador de quimeras y espantos.

Al final, ambos se festejan entre tiempos de reposo y saqueo. El político se arroga el derecho de andar en aguas tranquilas por encima de la tormenta, mientras, el náufrago de siempre aguanta la respiración hasta la próxima marea que le dé un respiro natural a su condición anfibia y vulnerable.

Somos una especie rara que atrae a la mala suerte. Es como una fijación en las cosas que producen un dulce encanto al saborearlo pero después, el alma y el cuerpo se despedazan a retorcijones gozosos que presagian una evacuación pronta y repentina de la cual no queremos acordarnos: democracia de mierda al final del suspiro sudoroso.

Coda: al final para qué nos devanamos los sesos buscando la mejor democracia si de ella no saldremos vivos nunca. Todo es cuestión de aprender a estar vivo sin tener que morir en cada intento.

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