Fue por las fotos que publicó Sandro Romero en su Facebook que me enteré que en Faro, la isla en donde se refugió de la especie humana Ingmar Bergman, se le rendía un culto al creador de Persona. En el verano intelectuales de todas partes del mundo van a tener su experiencia con los fantasmas de Bergman. Entonces recorren su casa, su oficina, su biblioteca, su sala de cine. Muchos artistas, con la imaginación seca, deciden irse a mitad de año para allá y que el espíritu bergmaniano los cubra con su manto.
Para eso han viajado Tony, un reconocido director de cine y su pareja, Chris, una guionista que necesita alejarse de cualquier viso de realidad y sumergirse en la vida sencilla de una isla perdida en el Báltico. Desde un molino abandonado, viendo la vieja casa donde alguna vez Bergman concibió maravillas como Sonata de otoño, Chris piensa la historia de una cineasta que va a Faro a un matrimonio y se encuentra con el amor de toda su vida. De un momento a otro nos damos cuenta que la directora francesa Mia Hansen-Love nos ha encerrado en una muñeca rusa. Es una historia dentro de una historia dentro de una historia. Es un homenaje no sólo a Bergman sino al cine. Pensar que, no hace muchas décadas, el cine era lo más importante.
Es inevitable no sentir nostalgia al ver La isla de Bergman, un desaforado homenaje a uno de los directores más rompedores de la historia del cine. Un hombre cruel que tuvo nueve hijos con cinco mujeres diferentes y que siempre antepuso su oficio, su pasión, a las responsabilidades que tuvo como padre. Un director cruel, idolatrado por sus actrices, con las que tuvo intrincadas relaciones personales como Liv Ullman, quien fue su pareja durante largos años, Bibi Anderson, Harriet Anderson, Lena Olin. Si existe un semillero de grandes actrices ese es Bergman.
Con una sencillez deslumbrante Mia Hansen-Love hace una película en donde la vida transcurre con la tranquilidad de una tarde en la isla de Faro. Una narración dulce, apaciguada, que se resume en la escena en donde Chris se acuesta a ver el Báltico en una cama forrada en piel de oveja negra en donde meditaba Ingrid, la última esposa de Ingmar. Entonces vemos los fantasmas que rodeaban a Bergman, que lo acompañaban, que le contaban al oído todas esas historias que él transformó en película
Si, la nostalgia resuma en La Isla de Bergman, nostalgia no sólo de Bergman sino de los años en los que el cine era lo único que importaba.
