Tampoco el pene tiene la culpa
Opinión

Tampoco el pene tiene la culpa

Sobre las columnas de Antonio Caballero y Héctor Abad Faciolince en torno al lenguaje inclusivo

Por:
diciembre 22, 2017
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El domingo pasado, dos de las más finas plumas colombianas coincidieron, en sus respectivas columnas, sobre el tema del lenguaje inclusivo. Antonio Caballero, con su mordaz estilo, y Héctor Abad Faciolince, bajo la promesa de no burlarse de las pretensiones feministas, salieron en defensa de la Lengua Castellana, tratándola con tanto reverencia como si fuera un ser vivo, o una mujer indefensa.

Lo de Caballero no merece una respuesta seria, redujo el problema del acoso y la violencia sexual a actos preliminares como el piropo, el manoseo del “culo” o las insinuaciones burdas de aquellos que no saben “pedirlo”. No se detuvo siquiera una línea a mirar las condiciones en que se dan estas actuaciones, ni la presión que suponen sobre una mujer bajo dependencia económica, condición social, vulnerabilidad física o cualquier otro aspecto de dominación machista. Lo de Héctor Abad, que sustenta su argumento en la inocencia del idioma, aparentemente es una disquisición más seria, que precisamente por esa pretensión, merece ser analizada con cierto rigor.

Es difícil empatar la erudición de estos dos escritores, mucho menos su fama de grandes intelectuales y su séquito de admiradores. Sin embargo, voy a contradecirlos, porque no podemos dejarnos apachurrar de los doctos caballeros o escritores reconocidos como Abad Faciolince.

Por supuesto, en el acoso sexual o la invisibilización de la mujer, el lenguaje no tiene la culpa, porque el idioma no existe per se, es una lengua viva en la medida en que es utilizado poner personas en sociedades y épocas concretas. Tan es así que muda con el tiempo, sus expresiones van adecuándose a quienes lo usan y es necesario ir incorporando expresiones nuevas, algunas inspiradas en otros idiomas, otras en la tecnología o en la cotidianidad. El lenguaje de Cervantes, no es el mismo de Héctor Abad, Caballero o el mío, así nos preciemos de escribir en castellano lo hacemos en español, colombiano del siglo XXI, nunca como el manco de Lepanto.

Tampoco tiene la culpa el pene utilizado para violar a una niña o el machete con que matan a una mujer. Son meros instrumentos en manos de violadores, misóginos, feminicidas o simples acosadores. Cuando un hombre penetra salvajemente a una mujer, lo hace más con el deseo perverso de posesión, de demostrar superioridad, que con su pedazo de colgandejo. Tanto es así que un violador puede ser castrado, física o químicamente, y no deja su obsesión por poseer a la mujer, así sea con un palo, como hemos presenciado horrorizadas muchas veces.

 

El idioma lo utilizamos todos y todas como nos han enseñado a hacerlo
y esa enseñanza fue dada desde lo masculino,
porque los hombres han dominado históricamente la utilización del idioma

 

Lo mismo pasa con el idioma que sirve para llevar una serenata, componer una oda como las de Neruda o proferir un vulgar piropo, que termina por hacer de la mujer una víctima en cualquier esquina al arbitrio de cualquier hombre que se cree con derecho a “pedírselo”, como diría Caballero. El idioma lo utilizamos todos y todas como nos han enseñado a hacerlo y esa enseñanza fue dada desde lo masculino, porque los hombres han dominado históricamente la utilización del idioma.

Así fue como hombres y mujeres aprendimos a escribir en género masculino, narrando el mundo desde esa mirada que excluía a la mujer de casi todas las actividades sociales y políticas. Hoy que ya no es posible continuar con esa visión masculina, las mujeres empezamos a exigir un cambio en el idioma que permita sentirnos presentes. Creo que no es mucho pedir y solo significa, en algunos casos cambiar la o por la a.

Duele menos esta ínfima modificación a la lengua castellana que una violencia psicológica, económica o sexual. Y aunque ustedes no lo crean, cuando se cambia el modo de narrar, también se cambia el modo de pensar el mundo. O tal vez si lo crean, porque ustedes dos Caballero y Faciolince son escritores, cuya materia prima de creación es precisamente la lengua.

www.margaritalondono.com

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