Subdesarrollo más pandemia, un cóctel para el desastre

Subdesarrollo más pandemia, un cóctel para el desastre

Para algunos países el COVID-19 no representa un simple sacudón, sino una verdadera catástrofe que requiere tiempo, imaginación, unión y sacrificio para ser superada

Por: Jorge Ramírez Aljure
septiembre 14, 2020
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Subdesarrollo más pandemia, un cóctel para el desastre

La nueva normalidad no tiene para los países subdesarrollados nada de normalidad si por esta entendemos la que nos tocó abandonar en marzo por culpa del coronavirus. Para los países avanzados probablemente esta se parezca a la anterior, pues sus economías no obstante que se vieron golpeadas por la pandemia contaban con las instituciones, empresas y recursos suficientes para que su situación no llegara a situaciones extremas y su recuperación, controlado el virus, no fuera tan prolongada.

Pero otra cosa es la que les espera a las naciones atrapadas en el subdesarrollo como es el caso de Colombia, porque la pandemia no representa un simple sacudón del que se pueda reponer inmediatamente el débil, sino una verdadera catástrofe que, para salir de ella, se van a necesitar tiempo y sobre todo imaginación, unión y sacrificio de todos los ciudadanos, en especial de quienes siendo minoría cuentan con los recursos suficientes para mantenerse, evitando ciertos excesos y lujos, cuyos costos, en situaciones de suma gravedad como en las que nos encontramos, corren en contra de los menos favorecidos, y sin que sea posible olvidar que detrás tenemos una crisis climática por solucionar.

Y para quienes aún no están convencidos de que seguimos siendo subdesarrollados —en vías de desarrollo cacareaban los optimistas del mercado que ahora se transan por el simple crecimiento—, como lo éramos hace 60 años, las pruebas al canto nos la propinó el COVID-19, cuando nos tocó enfrentar una situación anormal con sacrificios fiscales y préstamos inusitados para cubrir una infraestructura de salud deficiente, evitar la pérdida de buena parte del empleo calificado y subsidiar el receso obligado del trabajo informal que representa más del 50% del empleo del país y la agudización de la pobreza. Sin que sepamos realmente cuánto ha costado todo este esfuerzo inesperado por conservar la vida y lo que nos queda de país, pues antes de la crisis los gobiernos se habían negado sistemáticamente —por abulia histórica y ausencia de sentido de nación— a adelantar planes de desarrollo sostenibles y cubrir necesidades y compromisos elementales con la gran mayoría de sus ciudadanos.

El hueco fiscal, la deuda externa acrecida y presupuestos recortados no permitirán que, por más esfuerzos que se hagan, podamos salir del estancamiento en que aterrizaremos. Dentro de las limitaciones financieras que dejarán las cuentas en rojo, qué lugar ocupará la educación y el trabajo de la juventud, y sobre todo el desarrollo de la investigación e impulso de la ciencia de nuestros recursos recomendada por nuestros sabios y única salida real a la dependencia económica que hoy se hace insoportable ante el aumento desproporcionado de sus lastres. Y de dónde saldrán los recursos para mantener el sistema de salud de los colombianos y más cuando se hace necesario su mejoramiento. Peor aún, dónde se conseguirán los fondos para solucionar la ausencia del Estado en buena parte del país, que muchos con toda razón consideran la causa principal de los graves conflictos y de índole diversa que alimentan la violencia actual. Y que limitan casi hasta desaparecer las apropiaciones y compromisos a que se comprometió el gobierno cuando firmó la paz con las Farc.

La solución no será la que siempre han favorecido nuestras perezosas y oportunistas dirigencias: entregar el país a la inversión extranjera para que haga de nuestros recursos naturales lo que les venga en gana, más cuando en su explotación está comprometida la riqueza ecológica inigualable que hoy se convierte en una de las principales alternativas para enfrentar la crisis climática mundial.

Y menos que como salida fácil saquen a remate los pocos activos rentables del país como si esto sirviera de algo para cambiarle la ruta perversa del subdesarrollo que siempre ha transitado. De estos remates solo sacan ventaja algunos burócratas que se encargan como intermediarios de ponérsela difícil a los colombianos a punta de tecnicismos y conjeturas falsas y colocársela fácil a las multinacionales con perjuicio de los intereses directos e indirectos de Colombia, mientras lo poco conseguido va al barril sin fondo de las deudas irredimibles y contribuye a la agudización del estado de crecimiento romo en que nos movemos.

Hablar con la boca llena de que Colombia se recuperará pronto porque tenía algún crecimiento —situación absolutamente eventual dentro de una economía dependiente— antes de que el COVID-19 se hiciera presente, es como decir que un ciclista mediocre antes de pinchar se encontraba a más de seis horas de quienes encabezan la carrera, y sus torpes patrocinadores, una vez monta exhausto en la bicicleta de nuevo, ilusionan a sus seguidores con alguna posibilidad de triunfo.

Las circunstancias agravadas van a necesitar virtudes casi desconocidas entre nosotros. Por lo pronto hablemos de imaginación y unidad. Imaginación porque por los caminos hasta ahora recorridos solo aceleraremos la inviabilidad y el caos como la dura realidad de estos días lo está demostrando. Unidad al menos de los países latinoamericanos y del caribe porque las nuevas condiciones no nos las van a regalar por cuenta del capitalismo, más si este piensa conservar su carácter hipercapitalista de las últimas décadas. Unidad política de toda la región, indispensable ante los organismos internacionales y las naciones ricas para buscar un estado de excepción económica que permita un crecimiento cierto para naciones cuyas obligaciones se han vuelto insostenibles.

Y entre ellas la autonomía de sus bancos centrales para alimentar proyectos esenciales cuya supervivencia deberá sortear dificultades imprevisibles que muy seguramente no contarán o no tendrán la prioridad que se necesita en la agenda que manejan los organismos financieros internacionales, en el entendido de que estos persistan en sus funciones financieras enojosas como si no hubiera pasado nada.

Subdesarrollo más pandemia no significa desarrollo como algunos de nuestros dirigentes gubernamentales y gremiales parecen tomarlo para recuperar en el menor tiempo posible el bajón de utilidades de estos meses, ni mucho menos que los ricos puedan volver a gozar sin limitación alguna de los lujos a que estaban acostumbrados, como montar a diario en avión, mientras el Estado se encuentre obligado a dar las ayudas necesarias para que los más golpeados por la crisis como las pequeñas y medianas empresas se puedan recuperar, dar empleo y así permitir que se fortalezca una demanda agregada sólida.

Colombia necesita impulsar con todas las posibilidades económicas a la mano la educación y el empleo de su juventud hoy al garete, y la forma de lograrlo no es continuar en lo mismo que ha fracasado, por lo que tocará pensar en los novedosos temas de Colombia hacia una sociedad del conocimiento, que la comisión de sabios del 2019 le entregó al gobierno Duque para conseguir un desarrollo económico consistente. Que somos uno de los países más biodiversos del mundo no puede seguir siendo motivo de discursos hueros sino de acciones efectivas para librarnos de la sumisión y el atraso.

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