Stefanía Hernández ahora quiere hacer negocios junto a los rusos. La heredera de la poderosa Taxis Libres tiene 33 años, ojos atentos, cerebro calibrado para los mapas digitales y es la responsable de que Taxis Libres, ese mamut ochentero del transporte colombiano, haya firmado una alianza con Yango, la aplicación de movilidad del gigante ruso Yandex. No se trata solo de modernizar una empresa; se trata de meterle vodka al motor. O, por lo menos, algoritmos siberianos al caos bogotano.
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La historia podría contarse como una típica fábula de relevo generacional —padre, hija, legado, transformación—, pero hay mucho más. Porque lo que está haciendo Stefanía Hernández con los taxis amarillos del país no es heredar: es reprogramar. Desde que en 2016 su padre, Eduardo Hernández, el autoproclamado “zar del transporte”, la puso al frente de Taxis Libres, ella ha desmontado poco a poco la maquinaria oxidada para construir, encima de sus ruinas, una criatura nueva, más digital, más veloz, menos ruidosa. Una aplicación en vez de una central. Un sistema en vez de un sindicato. Una empresa, tal vez.
Su llegada no fue casual. Fue una jugada pensada en la sala de juntas familiar: el viejo Eduardo —leyenda viva del gremio— y su socio histórico, el ya fallecido Uldarico Peña, formaban una dupla que combinaba cálculo empresarial con músculo gremial. Peña, exmilitar, manejaba la empresa como si siguiera en la tropa. Mandaba. Ordenaba. No preguntaba. Hasta que en 2018 un cáncer fulminante le quitó el puesto y la vida. Stefanía ya estaba allí. No con botas ni con arengas, sino con otra idea del poder.
A diferencia del modelo vertical y autoritario de Uldarico, la nueva gerente —formada en el CESA, la Javeriana, Babson College, Berkeley— decidió tomar el camino largo: reformar por dentro, sin estallar el cascarón. Introdujo pagos digitales en alianza con Bancolombia. Luego vino el acuerdo con Google para mejorar la geolocalización y la asignación de rutas. Y ahora, el salto internacional: la integración con Yango, que promete subir el estándar tecnológico a niveles que ni siquiera Uber —su archienemigo— se esperaría en un mercado como el colombiano.
Con el nuevo sistema, dice ella, los usuarios podrán pedir taxis con una eficiencia quirúrgica: mejor ubicación, más velocidad, menos margen de error. Taxis que no se pierdan, que no pasen de largo, que lleguen sin tener que llamar a una central. Y, si todo sale bien, una cifra ambiciosa: aumentar en un 20% las solicitudes diarias, que ya superan los 140 mil.
Pero detrás de las cifras hay algo más interesante: un cambio de cultura. Porque Taxis Libres no es solo una empresa de transporte. Es también una estructura social, gremial, casi política, donde 50 mil taxistas —en su mayoría hombres, en su mayoría mayores, en su mayoría reacios al cambio— conforman un microcosmos que funciona con sus propias leyes. Meterse a mandar ahí, siendo mujer, joven, y con un discurso más Silicon Valley que Chapinero, no era tarea fácil. Lo logró.
Hoy lidera un equipo de 400 personas y una red nacional de afiliados que aún recuerda los tiempos en que el turno se asignaba a punta de gritos. Ella habla con calma. No grita. No necesita hacerlo. Ha aprendido que el poder, bien administrado, puede ser silencioso.
Algunos la siguen llamando “la hija del zar”, pero ella ya es algo más incómodo: una zarina con chip. Alguien que no teme negociar con rusos, con bancos, con gigantes de internet, si eso implica que su monstruo amarillo deje de ser solo un recuerdo glorioso del pasado. Su objetivo no es conservar la empresa: es volverla indispensable en un mundo que cambia más rápido que el tráfico de la Séptima.
Stefanía Hernández no conduce taxis, pero sí conduce el futuro de uno de los gremios más inamovibles del país. Y mientras otros discuten si las plataformas deben irse o quedarse, ella ya pactó con Google, con Bancolombia, con Yandex. Sabe que el verdadero poder no está en resistirse al cambio, sino en programarlo antes que los demás.