Si yo fuera presidente…
Opinión

Si yo fuera presidente…

Movilizaría al país alrededor de iniciativas sobre el funcionamiento del Estado, cuyo mal estado es principalísima razón por la que estamos como estamos, y convocaría una Asamblea Constituyente

Por:
abril 20, 2021
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Una de las canciones más conocidas del musical El Violinista en el Tejado, lleva por título Si yo fuera rico…, donde Tevye, el lechero judío de Anatevka, un pueblito ucraniano, sueña con lo que haría si tuviera dinero, que incluye todas las cosas que nacen del hecho amable de que soñar no cuesta nada, sobre todo cuando el sueño es irrealizable. Así que bien puede uno tomarse la licencia de soñar con lo que haría si fuera presidente e imaginar un programa de gobierno que bordee lo imposible para estar a tono con Tevye, quien no solo nunca fue rico, sino que fue expulsado por la policía zarista de su pequeño pueblo por ser judío. Más peligroso ser que soñar.

Si yo fuera elegido presidente convocaría una comisión de expertos constitucionalistas para que prepararan el borrador de un proyecto de ley de convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente, que recomendase modificar de modo sustancial cosas que andan manga por hombro y no ha sido posible modificar por vías legales corrientes. El principio inspirador de esa iniciativa sería darle al país un motivo para arrancar con nuevos bríos; un propósito nacional inspirador que renueve los espíritus, después de tantas cosas tristes que nos han pasado.

Habría que empezar por establecer unas cuantas líneas rojas, para que algunos asuntos no puedan ser tratados por la Asamblea y evitar que su convocatoria sea secuestrada por alguna agenda política particular, que es lo que ha ocasionado en el inmediato pasado la muerte de la idea ante de nacer. Esas líneas serían: la prohibición del restablecimiento de la reelección presidencial, la imposibilidad de modificar el acuerdo de paz firmado entre el Estado y las Farc, incorporado a la Constitución vigente, y el mantenimiento del poder legislativo en sus dos cámaras. De resto, no es sino echar a volar la imaginación.

Solo dos cosas, para no romper el saco de la ambición. La primera, la política. Un punto que está en el corazón de la corrupción política y administrativa como es la necesidad de reformar la manera en que funciona la política, que es una vergüenza largamente tolerada. Ante todo, devolver a Senado y la Cámara el sentido original de su existencia, basado en la Constitución de Filadelfia: el Senado representando a la Nación y la Cámara al pueblo. Para ello todos los departamentos deberían tener al menos dos senadores elegidos cada cuatro años y los demás hasta completar 100, elegidos en los departamentos de mayor votación por cifra repartidora. Los Representantes a la Cámara elegidos por dos años, por votación universal, para garantizar un ajuste a la realidad política en la mitad del mandato presidencial. Cada cuatro años, la elección de senadores y representantes coincidiría con la primera vuelta presidencial, lo cual garantizaría la gobernabilidad del presidente electo; se corregiría así uno de los errores capitales de la Constitución de 1991.

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Es necesario reformar la manera en que funciona la política, que es una vergüenza largamente tolerada. Ante todo, devolver a Senado y la Cámara el sentido original de su existencia

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Como complemento, fortalecer la organización de los partidos políticos con lista cerradas, que deberán ser seleccionadas en procesos democráticos de consultas internas, lo cual sería un golpe mortal a la escandalosa apropiación de curules por parte de castas políticas regionales y permitiría la existencia de carreras política de los más capaces respaldadas por una organización partidista, que es lo que no sucede ahora, en que vivimos pendientes de liderazgos espontáneos. Por supuesto, la financiación total de las campañas con recursos estatales, cuya inexistencia tanto daño ha hecho.

La segunda, la Justicia. La supresión de las facultades electorales de las Altas Cortes, que presentan al Congreso candidatos para Procurador, Magistrados de la Corte Constitucional y Fiscal General. Esa injerencia ha sido perjudicial y corruptora. La Corte Constitucional debería elegirse por cooptación y los directores de los organismos de control debería elegirlos directamente el Congreso, previo un concurso de méritos.  Mención aparte merece la elección del Fiscal General de la Nación, hoy elegido por al Corte Suprema de Justicia de terna presentada por el Presidente, lo cual asimila el cargo al poder ejecutivo, un procedimiento que ha hecho crisis de modo dramático pues ha llevado a la sospecha en unos o a la certeza en otros, de la politización de la justicia. Que el fiscal, que investiga para que los jueces juzguen, lo elija la Corte Suprema de Justicia por concurso de méritos y ya. Se corregirían así errores suficientemente probados de la Constitución de 1991.

Hacemos una Constituyente para deshacer otra. Nuestro pan cotidiano.

Así que, si yo fuera presidente, movilizaría al país alrededor de iniciativas como éstas, que mejorarían sustancialmente el funcionamiento del Estado, cuyo mal estado es principalísima razón por la que estamos como estamos. Contra las barreras de la corrupción política y la inoperancia judicial es que se estrellan todas las ideas de generación de empleo, de justicia social, de búsqueda de la equidad.  Y eso sólo puede hacerse a través de la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente, que al menos despierta ilusiones. Soñar no cuesta nada, aunque la policía zarista nos pise los talones.

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