Ser profe en Colombia no es color de rosa

Ser profe en Colombia no es color de rosa

Las condiciones que enfrentan la mayoría de docentes de este país no están cerca de ser buenas. Una mirada al respecto

Por: Daniela Agamez Mendoza
mayo 15, 2020
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Ser profe en Colombia no es color de rosa
Foto: PxHere

Cuando se decide apostarle a la educación y ser profe en un país como Colombia, que parece condenado a vivir cien años de penumbra e ignorancia y repetir cíclicamente su historia plagada de oprobios y desaciertos, se enfrenta uno a un gran reto. Escoger la docencia como profesión o como oficio, además de tener las esperanzas puestas en esto para construir un proyecto de vida, no representa en una sociedad como la nuestra un orgullo familiar. Ser profesor en una nación como esta —que le hace reverencia al político corrupto, gazmoño y pacato; que admira al narco; que le rinde pleitesía al tramposo; y que tiene como ley que el vivo vive del bobo— es casi una decisión innoble.

Sí, es bonito decirles que son nuestros héroes en el Día del Maestro, pero la realidad es otra. Ser educador en Colombia es llevar 15 años de trabajo y ver que la capacidad económica solo alcanza para aspirar a un crédito de vivienda (contando con suerte, de interés social).

En el caso de los docentes del sector público, aunque tienen varias luchas y políticas ganadas, también poseen gran cantidad de derechos no resueltos, por lo cual deben parar cada año para exigir las mismas cosas y retornar al trabajo después de ganar sobras porque “no hay billete, se acabó el presupuesto, se lo mecatearon en cositas”. Así, que ser maestro, en este caso, es recibir el desprecio de la gente cuando los ven marchando en las calles porque “otra vez los profes marchando, ya no quieren trabajar”.

Mucho de lo que dicen sobre los maestros es vox populi y puedo aseverar que usted o alguien cercano al ir a una entrega de notas en el colegio ha salido disgustado y se le ha ocurrido o peor aún ha escuchado algún padre furioso lanzar ofensas de algún docente. ¿Pero qué sabe usted sobre la labor del educador o educadora?

Ser educador es llegar devastado, desolado, árido, sin energías, sin voz a casa porque estuvo a cargo del evento o hubo semana de conmemoración, eventos institucionales, entrega de informes, reunión de padres de familia. Deben llegar a casa cada viernes cansados porque la semana estuvo de infarto, ya que los pelados estuvieron muy inquietos, a planear, evaluar, crear, responder al universo burocrático que ahoga la escena educativa.

Pero eso sí, para aspirar a una mejora salarial justa y merecida, tener para ello que esperar una evaluación de la cual no será posible recibir una retroalimentación que permita la reflexión y el aprendizaje, sino la culpa construida por no enviar un documento que exigía la gobernación o el Ministerio de Educación sin ver que es el profe más innovador en el aula, es una clásica en su medio, al menos en el sector oficial; en el sector privado están parados de los pelos en noviembre por temor a que no se les renueve el contrato y prefieren callar ante la sinrazón del poder, ser sumiso frente a la explotación laboral, antes que ser echados por su jefe que en realidad no los echan, solo no lo contrata para el siguiente año y puede ser fácilmente reemplazado.

Es que ojo, está mal visto que un maestro agravie su trabajo, que se queje, pues le falta vocación y entrega, lo cual se vuelve un círculo vicioso y la mejor de lucro para muchos colegios privados, además de la naturalización que aportamos como comunidad a que esto suceda. No sea necio. Siga el ejemplo del maestro grillo de Augusto Monterroso y verá cómo conserva su puesto.

Todos y todas alguna vez hemos escuchado decir: ¿Y si tanto le cansa o si es tan malo ese trabajo porque no renuncia, se va? Quizás los que estamos en estos entornos hemos contemplado esta posibilidad al ver que nuestra calidad de vida, economía y garantías no son las más dignas, justas y equitativas. Lo que nos sostiene es la apuesta política en la vida como sujetos (el alma, la lucha, la pasión, la esperanza, el lenguaje) y para otros es el amor. Pero un amor sin buen trato, respeto, reconocimiento y reciprocidad es en últimas un amor infértil.

Otra de las luchas de los maestros es la zozobra ante las amenazas. Miedo de denunciar al papá paraco que viola a su estudiante, temor de hacer lo que su ética le indica por aparecer con la boca sellada un día cualquiera. Los casos de amenazas no se limitan a las zonas rurales, donde los grupos armados ilegales intimidan a los educadores. También en las zonas urbanas los maestros son atacados, ya sea por padres de familia, estudiantes o las llamadas pandillas juveniles. Pero el peor ataque lo reciben del Estado, quien aún no ha comprendido la mora tan grande que tiene con la promoción de prácticas educativas innovadoras ajustadas a los contextos de cada región y la responsabilidad que tiene sobre la crisis de la identidad de ser maestro.

Si tenemos en cuenta las hondas y nefastas secuelas que dejan las seis décadas de conflicto armado en la población colombiana y más aún, que la historia aguda de la violencia también lacerag a los docentes, quienes han sido amenazados y asesinados por desempeñar su labor, entendemos la urgencia de hacer reflexiones sobre lo que significa ser educador en Colombia. Pero ya sabemos que en un país como el nuestro, quien logra formar jóvenes que piensan y deciden con criterio propio, quienes sueñan con la democracia y le apuestan a la transformación, es un peligro para la clase política que busca gobernar a costa del sufrimiento de una sociedad pujante y, sobre todo, pobre e ignorante.

Perdón por no ser romántica hoy, es precisamente lo que amo, aquello que me invita a pensar. Siento una admiración enorme del lugar que ocupan en la sociedad, de la responsabilidad que tienen con los estudiantes, los padres de familia y la comunidad en general, de las tareas que desarrollan todos los días en los territorios, hacen escuela desde que se levantan hasta que se acuestan. Les agradezco a los docentes que han dado su vida y alma al arduo intento de ayudarme a creer en un mundo mejor.

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