¿Se ha perdido el real rumbo del acto médico?

¿Se ha perdido el real rumbo del acto médico?

El médico bogotano José Julián Siachoque explica la situación actual del sistema de salud en Colombia

Por: José Julián Siachoque Jara
mayo 11, 2016
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¿Se ha perdido el real rumbo del acto médico?
Foto: revistamirelea.wordpress.com

“Doctor, ¿será que usted si me puede dar algo para el dolor?”. Eso es lo que me dice una paciente a las dos de la madrugada en uno de los hospitales de Bogotá, con cara de resignación tras llevar poco más de seis horas en el servicio de urgencias sin recibir la atención debida. La cuestiono acerca del porqué de su pregunta y me responde que este sistema de salud parece un partido de ping pong en el que siente que es la pelota y los médicos los absolutos dueños del juego, haciendo evidente su disgusto con la indecisión y el mal trato recibido por parte de los que en un futuro no muy lejano serán mis colegas.

Es obvio que no es el primer paciente -ni será el último- en mostrarse en desacuerdo con la forma en que se está ejerciendo la medicina en nuestros días. La deshumanización de la medicina -como se ha optado por llamar a lo que ocurre actualmente con los médicos y el personal de salud en general- es una epidemia, que sumada a las catástrofes administrativas dadas por la corrupción y las legislaciones establecidas por los “padres de la patria”, está literalmente acabando con los pacientes, su salud y su calidad de vida.

Es difícil encontrar un único culpable y hacer juicios para señalar qué es lo que está fallando a la hora de atender dignamente a los pacientes. Empezaré hablando por aquellos que sin tener el mínimo conocimiento del asunto, organizan a su manera la salud de este país. Como lo mencioné anteriormente, las leyes que vienen desde arriba, desde el Senado, Congreso, Cámara de Representantes, etc –da igual pues la corrupción infiltró en todas partes- han sido en buena parte las culpables de lo que se ha convertido nuestro sistema de salud. A dichos dictámenes jurídicos les debemos el hecho de recortar el tiempo de duración de una consulta, estar sujetos a las decisiones de las prestigiosas empresas prestadoras de salud, los salarios de los profesionales y por último pero no menos importante, el no cubrimiento de varios medicamentos y/o procedimientos necesarios para muchos de los pacientes en el plan obligatorio de salud, entre otros.

Lo anterior es un punto importante y muy en contra a la hora de pensar en el bienestar de los pacientes ya que si no se sigue al pie de la letra lo estipulado por la ley, por un lado el individuo no puede acceder a su derecho fundamental de la salud y por el otro, el médico encargado puede sufrir consecuencias legales que lo perjudican en mayor o menor medida. Esto hace que tanto el médico como el paciente estén a la defensiva y de esta manera se vulnere desde el primer momento la relación médico paciente, favoreciendo un deterioro más temprano de la misma.

Haré referencia ahora a la figura del médico. Si bien es cierto que desde siempre el médico ha sido visto como un personaje de suma importancia en cualquier sociedad debido a su amplio conocimiento en el campo de la salud y la enfermedad, su capacidad para leer a las personas y según esto hacer un análisis, un diagnóstico y suministrar un tratamiento para aliviar los síntomas, dicho estatus se ha ido perdiendo con el tiempo.

Lastimosamente han sido los mismos médicos los encargados de desprestigiar al gremio y a la profesión. Digo que han sido ellos mismos pues una vez reciben el título de médico, el ego y las ínfulas de grandeza y superioridad no demoran en aparecer. Y no es para menos. Una vez se tiene la potestad, la facultad y el poder de tomar decisiones sobre la salud de las personas, muchos confunden las siglas M.D del diploma -que hacen alusión al término anglosajón medical doctor- con el erróneo apelativo de ¨medio dios”. Es en ese momento, en ese preciso instante, cuando se pierde el sentido de haber estudiado seis años medicina, ya que como profesional de la salud el médico no es más que un instrumento que funciona en pro de lograr el bienestar de la comunidad y no el bienestar propio.

Esta percepción errónea que tienen muchos de los médicos graduados no se limita únicamente a aquel que decide mantenerse como médico general. La situación empeora cuando un individuo con dicho pensamiento logra ingresar a una residencia para ser un futuro especialista. Una vez el personaje ingresa a la residencia, la actitud petulante y egocentrista aparece o se hace mucho más evidente y bueno, puede ser entendible hasta cierto punto ya que no cualquiera pasa el examen y la entrevista necesarios para entrar a especializarse. El problema radica –insisto- en la actitud que toman los que desde entonces se llamarán residentes, pues tanto estudiantes, como internos, médicos generales e incluso los residentes de primeros años se encuentran, para él, por debajo en una muy notable jerarquía.

Ahora, haré la aclaración que no son todos los aspirantes a especialista los que caen en el error de subordinar a sus iguales, sino aquellos que tienen la confusión anteriormente descrita. Y el objetivo de enfocarme en este punto es que finalmente, cuando estos médicos residentes se graduan, la postura de grandeza permanece ya no con los otros médicos sino peor aún, con los mismo pacientes, a quienes tratan hipócritamente una vez salen de consulta o salen de verlos de su habitación de insoportables, intratables e incluso hacen burla de algunas de sus condiciones. Esto sin lugar a dudas es otro golpe a la relación médico paciente, pues se menosprecia al paciente y de una u otra manera se le ve y se le trata como a alguien inferior en la escala social.

Para seguir hablando de la jerarquía del gremio médico no se pueden dejar de lado a los médicos especialistas. Ellos son la cima de la pirámide y tienen bajo su responsabilidad decenas de pacientes, todos con enfermedades diferentes, con tratamientos particulares y necesidades distintas. Pero a pesar de ser profesionales excelentes académicamente, capacitados y muy buenos en lo que decidieron profundizar, un número considerable de especialistas se limitan a ver al paciente como un usuario de un servicio que están prestando.

En un mundo ideal, el paciente llega entusiasmado a la consulta con el especialista con la ilusión de que este finalmente lo vea, lo salude, lo interrogue amablemente, lo examine, le indique realmente cuál es su padecimiento y le ofrezca las opciones de tratamiento más acertadas según lo anterior. Pero hay que ser realistas y describir lo que realmente sucede. Acá, en nuestro medio, el paciente llega agotado tras hacer filas eternas, ir a los extremos de la ciudad por motivos administrativos, acudir a urgencias y esperar durante horas el triage para que finalmente el médico encargado lo mande para su casa con acetaminofen o si le va bien, lo derive a un especialista al cual debe esperar durante unas cuantas horas más, quien seguramente a las dos de la madrugada estará cansado de su turno y saldrá del paciente diciéndole que “lo suyo en este momento no es urgencia” y le da egreso con una cita por consulta externa. Cuando el día de dicha consulta es una realidad, el paciente una vez más llega prevenido y a la defensiva. El especialista –que probablemente no está tampoco con la mejor disposición porque son las cuatro de la tarde y ha tenido ya mucha consulta- medio saluda al paciente, en muchos casos ni lo mira a los ojos porque no hay tiempo, le hace una encuesta, manda al residente, al interno o al estudiante a examinarlo y en un acto médico completamente erróneo diagnostica al paciente, sabrá Dios cómo, sin siquiera haberlo tocado personalmente.

Un conjunto de factores en contra contribuyen a lo que acabo de describir. Por un lado, el caos administrativo mencionado anteriormente; por otro, el egocentrismo de los médicos y finalmente, la predisposición con la que llegan los pacientes a la consulta. A todo esto se debe sumar algo que desde lo personal es en gran parte la raíz del problema: la educación médica de pregrado.

Desde que se ingresa a la escuela de Medicina, los docentes hacen mucho énfasis en que el principio fundamental del acto médico es ayudar al prójimo sin importar culto, raza, género, tendencia sexual, padecimiento, etc, y que eso debe prevalecer ante cualquier otra cosa. Pero a medida que los años de formación van pasando, la academia, la investigación, el afán y la ambición por conocimiento y la medicina en su más puro y envidioso ámbito por ser un medio de sustento personal para quienes hacemos parte de ella, comienza a prevalecer sobre el hecho de ser personas antes que científicos. Entonces, cuando el acto médico se limita únicamente a la ciencia y a la investigación, y cuando la salud se convierte en un servicio y se ve a los pacientes como a usuarios y no como a personas iguales, el rumbo de dicho acto se pierde completamente.

Finalmente y como conclusión, la situación que actualmente vive la salud es desalentadora y es cierto que gran parte del problema radica en las leyes y el sistema aministrativo. Pero no se puede dejar de lado que los médicos estamos siendo formados como autómatas, que desde hace un buen tiempo hemos abandonando el arte de la medicina basada en la comprensión humana, que es la base de un correcto acto médico y una característica fundamental de esta profesión, que más que eso es un estilo de vida y una vocación que debe ser rescatada.

 

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