Santos se fajó y se salvan vidas
Opinión

Santos se fajó y se salvan vidas

La entrega de armas por parte de las Farc es un hecho enorme en la historia colombiana. Con y sin aplausos, ahí está el hecho, independiente de las artimañas para desvirtuarlo

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julio 03, 2017
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Juan Manuel Santos se fajó para bien de Colombia. La entrega de las armas por parte de las Farc es un hito que pasará a la historia. Las chiflatinas de algunos seguirán por algún tiempo y se desvanecerán, simplemente, porque carecen de altura y solidez.

Se fajó Santos porque tuvo la perseverancia, el coraje y la paciencia de dirigir un proceso que tomó largos años reuniendo, en una misma mesa, a representantes de lenguajes, historias y expectativas diferentes, enemigos mortales por décadas.

Porque superó, en varias ocasiones, la fácil tentación de bajarse del tren cuando aún quienes apoyábamos el proceso, creíamos que se caía a pedazos. Porque contó con un formidable equipo, incluyendo a los generales Mora, Naranjo y Flórez, así como a la canciller Holguín, a De la Calle, al comisionado Jaramillo, que hicieron su mejor esfuerzo.  Porque, en un país que carece de cultura de trabajo en equipo y de visión de largo plazo, se pudieron superar conflictos internos dentro del mismo gobierno colombiano durante el largo proceso.

Sin duda, como ocurre en negociaciones que llegan a buen puerto, el equipo de las Farc le jugó a la convergencia. La dejación de las armas es prueba imborrable del propósito cumplido de pasar la página, pese a las dificultades enormes en el cumplimiento de los pactado por parte del Estado.

La pasada fue una semana trascendental, así algunos no lo reconozcan. Vi una vez dos cuadros, uno al lado del otro. El de la izquierda mostraba el Monte Fujiyama en su esplendor en un día soleado.  Se llamaba simplemente Monte Fujiyama. El de la derecha mostraba un cúmulo de nubes y se titulaba Monte Fujiyama cubierto por nubes.  En las dos imágenes estaba, entonces, la emblemática montaña. Con o sin nubes.

 

Es una ecuación con varias miradas.
7.132 armas de distinto calado, herramientas de muerte, silenciadas.
Son 6.800 individuos que dejarán de portarlas y utilizarlas

 

De la misma manera, la entrega de armas por parte de las Farc es un hecho de una importancia enorme en la historia colombiana. Con y sin aplausos, ahí está el hecho, independiente de las artimañas para desvirtuarlo. Es una ecuación con varias miradas. 7.132 armas de distinto calado, herramientas de muerte, silenciadas. Son 6.800 individuos que dejarán de portarlas y utilizarlas, dedicándose a tareas constructivas y productivas. Son miles de vidas que se salvan, de personas que no caerán víctimas de las balas. No importa si hay quienes no lo entienden o se hacen los que no lo entienden. Es el Hospital Militar con poco oficio en comparación a cinco décadas de sobrecarga de militares y policías muertos y heridos en combate.

 

 

La semana pasada figurará en la historia como una de las más importantes en más de medio siglo.  No importa que la banalidad de algunos comunicadores y del público le haya otorgado espacio en los medios y las redes a situaciones de analfabetismo funcional a una congresista que sueña con la Unión Soviética y que cree que Putin es comunista.  O a la alianza entre dos recalcitrantes enemigos que antaño se ofendieron recíprocamente, uno de ellos aludiendo a las conexiones de paramilitarismo y narcotráfico del otro, que se alían para salvar, éticamente, al país. O al, hasta hace semanas, embajador y exministro de Defensa, descalificando la entrega de armas.

De lejos, el coeficiente de armas por combatiente en la dejación de la semana pasada (1.05) supera al de los eventos de la entrega correspondiente de los grupos paramilitares (0.6) hace más de una década. Falsos militantes, armas de juguete y hechizas se incluyeron en la contabilidad en varias de las entregas de comienzos del siglo.

Hubiera sido deseable que los tres últimos presidentes hubieran coincidido en la grandeza de apoyar el proceso en el cual ellos mismos, en su oportunidad, tomaron parte. El primero, porque durante tres años intentó, honradamente, adelantar un proceso al que las Farc, en su momento, le pusieron conejo. En parte, por errores como el de la concesión de la zona de despeje, no repetido en la negociación que culminó 15 años después.  El segundo, porque desempeñó un papel crucial en la disminución del poder de fuego de la guerrilla en circunstancias en las que viajar de Bogotá a Villavicencio, de Cali a Popayán o de Medellín al cercano oriente paisa se había convertido en un alto riesgo para cualquiera. Las Delicias o La Calera dejaron de ser, militarmente, objetivos factibles de ser tomados. Lástima que los haya vencido el ego y la mezquindad.

El reto inmenso que viene tomará dos generaciones: desmontar la cultura de la agresión y la intolerancia y sustituirla por la del respeto a la diferencia y la de la cultura de convivencia pacífica. Colombia es grande por su diversidad y lo será aún más si aprendemos a escuchar y respetar al otro.

Aunque vienen tiempos duros, Santos se fajó porque hay 7.132 armas que ya no destruirán vidas colombianas.

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