Santa Marta, la perla pero de la desidia

Santa Marta, la perla pero de la desidia

"Una ciudad que resguarda tanta historia en sus paredes, que sobrevivió a dantescos ataques de piratas, terremotos y tempestades, hoy su mayor enemigo es su gente"

Por: Iván David Correa Acosta
febrero 07, 2020
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Santa Marta, la perla pero de la desidia
Foto: Fundación para la Reconciliación

Santa Marta, la bien llamada Ciudad dos veces Santa como se lo escucha en su himno, la Perla de América, bautizada así por un monje español que sabía lo que tenía frente a sus ojos, de esa ciudad placentera y agradable, de esa ciudad amable y señorial, que fue la última morada del Libertador antes de su partida al más allá, la ciudad donde los anticuados y siempre fríos gobernantes bogotanos usaban para veranear y escapar del frígido y siempre complicado interior del país. La ciudad de una ubicación sin igual en el rincón del Caribe, bañada por esas aguas que alguna vez fueron plácidas y cristalinas y envalentonada por la alta y majestuosa Sierra Nevada de Santa Marta, que en pocos años de Nevada solo conservará el nombre.

Una ciudad que resguarda tanta historia en sus paredes, que sobrevivió a los dantescos ataques de los piratas en los tiempos de la Corona, y una ciudad que se ha sabido levantar de terremotos y tempestades, hoy está herida de muerte por un lobo disfrazado de oveja, por el que en un principio resultaba ser su aliada más fiel de esta majestuosa Perla y que hoy en día es su peor enemiga: Su propia gente. La Perla llora por la desidia en la que la han condenado no solamente sus gobernantes todos estos años, sino también su propio pueblo, su propia gente, quienes la han condenado al ostracismo en su propio país; esa desidia ambulante y rampante se ha convertido en el cáncer de la mente de la mayoría de los habitantes de esta hermosa ciudad, que hoy sufre esa herida de muerte, una herida costosa y que no se cura en cualquier quirófano ni en cualquier hospital, porque esa desidia no desaparece de un pupitrazo político, la desidia tiene una cura enorme que no se resuelve con corte de bisturí, la solución pasa por una completa redefinición de la mirada y la cultura samaria que transita por momentos agonizantes.

El célebre periodista Juan Gossaín comentaba en una ocasión en sus muchas columnas del diario El Tiempo, que Cartagena de Indias atravesaba por la misma situación, y él enfatizaba que la Heroica estaba matando la “Gallina de los Huevos de Oro”. Mientras leía esa columna, no dejaba de pensar en que la misma enfermedad también atacaba a la ciudad vecina, la misma manifestación de dolor y agonía de ciudad herida y melancólica.

Sin embargo, ya que hemos descrito de manera enérgica la enfermedad por la que pasa la ciudad y la cura, pasemos por describir los síntomas y la realidad de esa desidia, la forma como la enfermedad ataca la ciudad y podemos empezar porque esa enfermedad se manifiesta de muchas formas y que ha sido una constante desde hace más de 70 años. La desidia se manifiesta en la constante desorganización de la ciudad, que empezó en los 50’s con la creación de los primeros cinturones de miseria que al principio bordearon los cerros circundantes al Puerto de la ciudad y que hoy se encuentran en toda el área urbana, un mal que comienza desde los oídos sordos de los gobernantes de turno que nunca le prestaron atención a esta problemática, nunca los escucharon y que hoy están por toda la Perla. Esa desorganización también se evidencia en la falta de vías, de carreteras que hoy se encuentran obsoletas para una ciudad que crece a ritmos acelerados y que se aprovecha de una urbe desordenada y que crece sin control. Crecemos a pasos de un gigante en zigzag, cuando nuestros pasos deberían ser rectos.

El creciente desorden va de la mano con otro síntoma no menos importante: La falta de sentido de pertenencia hacia la ciudad, que se manifiesta en el daño que le hacemos diariamente a nuestro mobiliario, la constante displicencia que existe en los samarios que no hacen absolutamente nada para evitar la desidia que cada vez se extiende como un cáncer que ya hizo metástasis, el sentido de pertenencia va en no cuidar lo nuestro, en destruir lo nuestro, el impedir que se destruya lo nuestro, todas esas conductas concuerdan con un claro síntoma: La falta de sentir, de hacer nuestro lo nuestro.

Este cáncer, va más allá de los gobernantes, en esta enfermedad tenemos responsabilidad tanto todos los que sufrimos en carne propia día a día lo que nos hace esa enfermedad, ambos síntomas carcomen a la Ciudad Dos Veces Santa, la carcomen de adentro hacia afuera, haciendo metástasis en todo su organismo. No podemos culpar solo a los líderes, cuando en la realidad el pueblo es el soberano de las decisiones de estos. La responsabilidad es compartida de esta grave enfermedad, qué si es tratada a tiempo, puede tener cura, aunque ya eso depende del amor hacia la Bella Samaria, del renacimiento del apego hacia el lugar donde vivimos, nuestra Santa Marta del alma.

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