Salomón Kalmanovitz en la memoria
Opinión

Salomón Kalmanovitz en la memoria

Leí su autobiografía como una novela que no quería que terminara por temor a que, al final, el personaje muriera, pero estoy seguro de que no lo matará el olvido

Por:
abril 27, 2022
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En la mañana del 8 de julio de 1993, cuando Salomón Kalmanovitz llegó afanado a una reunió que teníamos en la Facultad de Ciencias Económicas (FCE) de la Universidad Nacional le dije:

— ¿Si vio que Carlos Ossa tuvo que renunciar a la Junta Directiva del Banco de la República, por lo de la marihuana?

—Sí, que bronca. Que país tan mojigato me contestó.

—¿Y sabe quién lo va a reemplazar?

—No, ¿ya nombraron?

—!Usted!

Salomón, estiró el pico como en Encanto, alzó la mano derecha y entró a su oficina.

Entonces llamé al editor económico de El Espectador, que era alumno nuestro en la Maestría de la Facultad, y le pasé “la chiva”. Él me pidió la fuente y yo le dije que no podía revelarla pero que si no creía le contaría a Silverio Gómez de El Tiempo, mi compañero de estudios. Luego llamé a Antonio Navarro y le pregunté si estaba de acuerdo en apoyar a Salomón para el cargo y me dijo que sí, pero que no creía que Gaviria le pidieran candidatos. Lo demás lo cuenta a su manera Salomón en Ejercicios de memoria, el libro autobiográfico que acaba de publicar Debate.

Ya es bien sabido, como me confirma Emilce González, que toda novela es de alguna manera autobiografía y toda autobiografía es en realidad una novela. Leí la autobiografía de Kalmanovitz como una novela que no quería que terminara por temor a que, al final, el personaje muriera de alguna de sus enfermedades, aunque estoy seguro que no lo matará el olvido.

La historia económica de Colombia, desde la colonia y hasta los tiempos recientes de la “inflación por objetivos” o  fine tunning adoptada por el Banco de la República, no se puede entender sin leer la extensa obra de historia económica de Kalmanovitz. Toda una generación de economistas, no solo de la Universidad Nacional de Colombia y del Externado, le debemos a Salomón algo de método y algo de contenido en el pensamiento económico. La tropa neoliberal dirá que no, que ellos poco necesitan de historia económica para proyectar sus modelos de negocios. Pero los Carrasquilla están pasando de moda, por fortuna, aunque Fico dice que “plata es plata”.

Tomé dos cursos con el profesor Kalmanovitz en 1975: Marx I y Marx II. Por lo visto no le gustaron mis ensayos pues me calificó 3.9 y 4.1. Hasta entonces yo leía El Capital como leía La Biblia y no me atrevía siquiera a subrayarlo. Con Kalmanovitz aprendí a hacerle comentarios críticos al mismo Marx, al pie de página, seguro apoyado en Paul Sweezy y Paul Baran. Lo que más recuerdo de esos cursos es que Salomón se chupaba la colilla del Pielroja hasta quemarse, invirtiendo en el cuenco de la mano la chicharra. Y se quedaba en silencio minutos eternos, para retomar luego la exposición como hablando con él mismo.

Uno de los aportes que ha hecho Kalmanovitz al pensamiento económico en Colombia es el de introducir el institucionalismo norteamericano al análisis histórico y político. A veces se le va la mano. Cuando yo criticaba en El Espectador la forma como Uribe negociaba el TLC con Estados Unidos, él salió a decir que ese tratado introduciría reglas del juego más estables y que por ejemplo los contratos públicos serían más transparentes. Yo dije que no, que las instituciones no se importan vía comercio, que son acuerdos endógenos. Creo que la corrupción no se redujo con el TLC, como estamos viendo.

La academia brasilera, en su prepotencia, solo dialoga con la academia inglesa y norteamericana, muy poco con la francófona. Por eso, cuando me encontraba estudiando teoría económica en Unicamp (Campinas), entre 1985-1986, para provocar a los brasileros escribí el ensayo “El capitalismo tardío, geometría de dos versiones: un análisis comparado de De Mello y Kalmanovitz”. En el ensayo valoro los aportes de los dos académicos, pero igual los critico, en especial digo que Kalmanovitz vuelve a introducir, por la puerta de atrás, el estancacionismo que le había criticado a la teoría de la dependencia. Le entregué el texto a Salomón y cuando me lo encontré le pregunté cómo le había parecido. Con su ancestral elocuencia me dijo: “no estoy de acuerdo” y se fue. Un año después (1986) me sorprendí cuando supe que lo había hecho publicar en la FCE. Más me sorprendí en 1991 cuando me llamó al DNP, donde yo trabajaba, y con su elocuencia me espetó:

—Jorge, qué opina, lo acabo de nombrar vicedecano.

—Pero ¿qué hace un vicedecano?

—Yo no sé, aquí le paso a Álvaro Zerda”. Y se fue.

Conocí a Salomón como un judío marxista, así como él lo cuenta en su libro, cuando militamos en el Bloque Socialista. Pero no sabía de la importancia del judaísmo en la vida de él y menos de la importancia de la comunidad judía en Colombia, como se esboza en el libro. Me sorprende que siempre habla de sus amigos y parientes en términos de éxito o fracaso en los negocios, como en el caso de los Gilinski. También se refiere a los judíos colombianos de éxito académico o artístico, pero son pocos como él.

En la novela de su vida Salomón no se ahorra adjetivos para calificar a los que en política desprecia o confronta. A Duque lo trata –merecidamente– de “soso e inepto”, “cargamaletas de Uribe”. Recuerdo que a los “mamertos” del Partido Comunista les decía tributarios del “marxismo esclerótico”, aunque en el libro no lo registra. Las Farc, para desquitarse, lo llamaron “camaleón Kalmanovitz”. Y cuenta chismes deliciosos de Chucho Bejarano, Laura Restrepo, Camilo González y muchos amigos más. Yo cuento uno: cuando me posesioné como vicedecano de la FCE me dijo:

— Usted va al Consejo de Decanos. Yo no vuelvo a perder tiempo. Tengo que escribir.

—Bueno, y cuál es la línea, ¿qué digo?

—Todo lo contrario de lo que diga el Flaco Sánchez (decano de Derecho). De seguro eso es lo correcto.

Alguna bronca mantiene Salomón con Humberto Molina. No lo nombra, pero se refiere a él como al trotskista de la barbita. No obstante, al finalizar, caracteriza al régimen colombiano como “una dictadura civil bipartidista que se ha debilitado, pero que permite la reproducción de las oligarquías regionales, representa a banqueros, empresarios nacionales e inversionistas extranjeros, y facilita la injerencia de Estados Unidos e los asuntos del país.” Esa categoría de “dictadura civil” la propuso Humberto Molina en la Unión Revolucionaria Socialista en los años setenta y creo que el régimen de Uribe-Duque la mantiene más viva que nunca.

Me hubiera gustado conocer a Salomón cuando fue taxista y camillero en Boston. Pero en la memoria guardo es la imagen de sus ojos en dos ocasiones: cuando lo visité en la Clínica Reina Sofía y era un cadáver ambulante; y cuando lo abracé en la funeraria, el día del entierro de Silvia Duzán, símbolo del rejuvenecimiento que siempre necesitamos.

Casi todos los días recuerdo a Silvia. En un artículo sobrio que Salomón escribió sobre ella, luego que la asesinaran los paramilitares en 1990, describe sus méritos académicos y como periodista. Solo en la frase final dice algo así como que “ella no volverá a apretar la barra de crema dental por la mitad”. Nada más, porque Kalmanovitz va a lo concreto. Por eso la recuerdo, sin conocerla, todas las mañanas.

Salomón dice ahora que en segunda vuelta votará por Gustavo Petro. En política él reconoce que siempre ha fracasado, aún cuando siguió, disfrazado, a Antanas Mockus por los pueblos polvorientos de la Costa. No habrá segunda vuelta, Salo. Desde ya ojalá apoye a Gustavo Petro, como lo hizo hace cuatro años. La dictadura civil cada vez es más ¡ajuuuua!

 

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