Salir o no salir, he ahí el dilema

Salir o no salir, he ahí el dilema

Poner un pie fuera de casa se ha vuelto una extraña aventura, casi tan dramática como si tuviéramos que internarnos en una selva en la que nos acecha el peligro

Por: Manuel Tiberio Bermúdez Vasquez
agosto 18, 2020
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Salir o no salir, he ahí el dilema
Foto: Leonel Cordero

Estamos como Hamlet por aquello de ser o no ser… Nosotros, pobres mortales, sin las capacidades filosóficas del personaje, con la mollera más bien tupida por tanta televisión vista, congestionada de la testa por tanto trino lanzado a diestra y siniestra, aturdidos por tanto Facebook que nos quita el tiempo, estamos ante el dilema de salir o no salir…

Y es que uno si se arriesga a hacerlo sale más asustado que puerco en navidad, pues con esto del riesgo de contagio, por el bicho ese que no vale la pena nombrar, miramos con recelo a todo aquel que pasa a menos de dos metros de nosotros.

Peor aún si de repente alguien lanza un estornudo, es como si hubiese explotado una bomba cerca de nosotros. Inmediatamente buscamos con ojos aterrados de dónde viene ese “acto reflejo convulsivo de expulsión de aire desde los pulmones a través de la nariz, fundamentalmente por la boca”. Y si las miradas mataran, el autor del estornudo caería fulminado por la nuestra.

Y ni qué decir de los elementos que ahora cargamos en un bolsito comprado de afán para esta emergencia, en el que guardamos en calidad de tesoro: un frasquito con alcohol, que continuamente nos echamos en las manos; cuatro “pasabocas”, léase tapabocas por aquello de que es mejor prevenir que tener que lamentar; un flexómetro, que nos permita asegurarnos de que la persona más cercana a nosotros si esté a los dos metros que ordenan los pandemiologos; y tres pares de guantes, para usarlos cuando vamos al cajero, cuando tomamos el carrito en el supermercado o cuando por desgracia nos toca abrir alguna puerta.

La salida de casa se ha vuelto una extraña aventura, casi tan dramática como si tuviéramos que internarnos en una selva en la que nos acechan los más temibles peligros. Al poner un pie en el exterior nos parece que nos volvemos vulnerables al máximo, sentimos que desde todos los lugares nos acechan los riesgos y que todos los que cruzan por nuestro lado podrían dejar en nuestra humanidad el bicho aquel. Nos agachamos y nos hacemos los desentendidos cuando vemos que alguien intenta hablarnos. El otro es un riesgo para mí y yo debo serlo también para quien pasa por mi lado.

Estamos asustados para salir a la calle y estamos temerosos de abandonar el refugio de nuestra casa, más cuando vemos las cifras de contagiados diariamente y, sobre todo, cuando observamos a los irresponsables que salen sin el tapabocas o lo llevan de sostenedor de cumbamba o de adorno en el cuello.

Mientras tanto hacemos cachito para que la tal vacuna que están anunciando salga pronto y nos permita tener la seguridad de que podemos andar por el mundo con menos riesgo que hoy…

Salir o no salir, he ahí el dilema

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