Rojo, pare; verde, siga
Opinión

Rojo, pare; verde, siga

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diciembre 23, 2014
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Estas señales, que además de claras son obvias, se han borrado totalmente de la mente de las personas que viven en Bogotá. Para no apartarme del tema del día, los trancones, es necesario recordar que para vivir y disfrutar esta ciudad hay quedarse encerrado en la casa o en la oficina; ver películas por televisión; escaparse los sábados y aprender a hacer compras por Internet. Sin embargo, como le ha sucedido a todos los mortales que no podemos seguir el comportamiento anterior, uno de esos famosos trancones que duró, sin exagerar, hora y media —para no contar las dos horas pidiendo un taxi—, me permitió mirar con mucho interés las causas de esos atolladeros a los que nos vemos sometidos todos, todos lo días.

Empecemos por lo divertido. Para mi sorpresa, a los diez minutos de estar atascada en la calle 82, apareció una nube de vendedores ambulantes con toda clase de regalos de navidad ingeniosos, con show incluido. ¿Cómo se enteraron tan rápido estos 'cazatrancones' de que tenían una especie de mercado cautivo? Solo mirarles sus habilidades (porque por fortuna no eran asaltantes), hacía que el tiempo corriera más rápido. También hubo tiempo de pasearse por los programas de humor político en la radio —algunos muy buenos y otros insufribles—, pero que, de todas maneras, servían para apaciguar el tedio.

Lo trágico: una ambulancia desesperada tratando de que los carros hicieran algo, subirse al andén, por ejemplo, para darle paso porque seguramente se trataba de salvar una vida. Nada, nadie se daba por enterado cuando en una ciudad menos loca, las ambulancias tienen absoluta prelación. Ahora, lo más trágico fue llegar como comentarista a un foro a las ocho menos cuarto de la noche cuando había sido programada a las seis y media. Por fortuna, estaba en el carro de la institución que me invitó y les tocó creerme la historia del trancón. Fueron tan decentes que me esperaron, pero todavía tengo el corazón en la boca.

Todo esto para contar mi descubrimiento. Resulta que cuando llegamos al nudo de buses y carros en el cruce de cuatro calles, todo el caos se debía a que los que estaban frente a la luz roja del semáforo insistían en pasar y los que tenían el semáforo en verde, también. Increíble porque, además, las otras dos vías, a las cuales querían llegar las dos filas, estaban absolutamente desocupadas. Como era de esperarse, no había un policía ni para un remedio y solo se escuchaban pitos de lado y lado.

Este horroroso panorama del tráfico en Bogotá no solo obedece a todo lo que se sabe: huecos, pocas vías y demasiados buses azules desocupados haciendo lo que les parece, sino a algo más grave: se olvidó que el rojo del semáforo es para parar y el verde para seguir.

La única solución es mirar experiencias exitosas en otras ciudades. Sao Pablo, que según se comenta no es precisamente un modelo, ante esta misma situación de indisciplina total resolvió poner unas multas astronómicas a los vehículos que pasaran la raya cuando el semáforo está en rojo, y como hay multa hay policías. Regla de oro: nada que atraiga más a la autoridad que sancionar, con razón, a estos locos al volante. Por favor, alcalde Petro gánese una y evite que se siga olvidando lo obvio: que rojo es pare y verde, siga. Creemos muchos que, por lo menos, esta absurda falta de todo (incluyendo cultura ciudadana), se pueda resolver y lograr que se respeten estas reglas mínimas. Así es posible que disminuya, en algo, la tragedia de la movilidad en la capital del país. Señor alcalde: péguele al bolsillo de los infractores, quienes, al final del día, se comportan como salvajes.

 

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