En la defensa de los derechos humanos, he tenido que encontrarme con cientos de casos en los que la realidad supera la ficción. No hay película o libro que pueda acercarse a los dramas humanos y sociales que desde nuestra posición conocemos y tratamos de ayudar. Sin embargo en el mes de junio ocurrió un hecho que sin lugar a dudas me hace pensar a mí, y a otros defensores de DD.HH. que ya hemos sobrepasado todo limite entendible de humanidad y trasgredido sin conciencia, espero, el respeto por la vida humana.
Les hablo del caso de Oscar Sandino, un joven aficionado del club los millonarios que fue asesinado en condiciones que los medios de comunicación omitieron, quiero pensarlo, por error. Y es que el asesinato de Oscar no fue solo el de un hincha más que cae producto de la “riña entre barras bravas” como mal se les ha bautizado en el país. El crimen de Oscar es un atentado al ejercicio legal y legitimo de defender los derechos humanos y a la búsqueda de una sociedad en paz. Porque eso era este alegre joven de 28 años, un defensor de los derechos humanos, un defensor de la paz.
Oscar no era un ángel. Durante sus años adolescentes fue uno más de la barra “Comandos Azules” en la localidad de Suba en Bogotá; grito, peleo, insulto, pero hace 7 años se dio cuenta de que ese no era el camino para disfrutar del deporte que une a más seguidores en el mundo. Desde hacía 7 años Oscar, impulsaba a jóvenes como él y niños de su localidad a sumir el futbol como una pasión de vida y no como una acción de muerte. Eso lo llevo a motivar la vinculación de no menos de 50 jóvenes al sistema escolar de la localidad y generar en el resto de compañeros, eso que para el resto de ciudadanos suena a palabras raras pero que para estas “barras” son una opción de vida: El barrismo Social. Esto no es otra cosa que hacer de la pasión futbolera un motivo para salir de la violencia y la exclusión y forjarse un futuro diferente.
Pero todos eso sueños se fueron al traste cuando cerca de 400 hinchas del Deportivo Cali, los detectaron dentro de un taxi que, a mi juicio, de manera malintencionada, al darse cuenta que eran “rolos”, los dejó en la boca del lobo. Cuando la multitud enardecida se dio cuenta, ataco sin piedad el taxi, rompiendo vidrios y puertas y apuñalando a Oscar de manera mortal en su corazón y a un acompañante, a quien la herida hizo que sus entrañas salieran expulsadas por la violencia. En total eran 5 los ocupantes del taxi; 5 amigos que junto con Oscar y para celebrar el cierre de un exitoso proyecto con los jóvenes de Suba, decidieron ir a ver al equipo en cuadrangulares finales, cosa que no hacían, como lo dice la mamá de Oscar, Sandra Sandino, hacía varios años: “Oscar hace mucho no iba al estadio, se dedicó al trabajo con los jóvenes y ese día quería celebrar el éxito del proyecto, pero no volvió”.
El drama de este caso no solo se centra en cómo se afecto un proceso de paz que quería transformar el futbol en Bogotá. El drama está en el gran corazón que mostraron los miembros de la Policía Nacional quienes tiraron a Oscar moribundo en un camión de la PONAL, no pidieron asistencia médica y para colmo, tampoco permitieron que sus amigos lo auxiliaran o siquiera se acercaran aún cuando veían que la herida mortal que le propinaron los hinchas del Cali en su corazón le hacía brotar la sangre a borbotones. Oscar murió desangrado en aquel camión sin primeros auxilios, sin piedad y con una lapidaria frase que los 4 compañeros de Oscar recuerdan con dolor: “Los Policías no nos dejaban acercarnos, pateaban el cuerpo y decían que estaba muerto pero el todavía respiraba…al final uno de ellos nos dijo – quien los manda ser rolos, esta no es su ciudad”.
Y es ahí donde toda humanidad se pierde. Es ahí donde el lema de la gran Policía Nacional de los Colombianos “Todos con el mismo corazón” pierde todo sentido y solo dan ganas de llorar y gritar. Es ahí donde preguntamos donde está la Bogotá Humana Ya del Dr. Petro que ni siquiera se ha aparecido a brindar apoyo jurídico o al menos psicosocial a las víctimas o para traer el cuerpo de Oscar, un líder Bogotano. Es ahí donde preguntamos ¿Cómo es posible que 5 anillos de seguridad conformados por casi 2000 policías no hayan sido capaces de complementarse con mecanismos de atención en emergencias por parte de la Alcaldía de Cali, tratándose de un partido de alto riesgo? ¿Eso pasa por ser “rolo”?
Esto no es un enfrentamiento entre guerrilla y Ejército; no son paramilitares masacrando, no son BACRIM haciendo ajuste de cuentas. Esto pasa en un partido de futbol, donde la gente va a “entretenerse”. Esto pasa en Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla, entre otros, donde los hijos e hijas de cientos de familias colombianas se reúnen para “recrearse”.
Aquí no hay sesgo por la acción de la PONAL; aquí no hay críticas malintencionadas contra la administración de Cali; aquí no hay un jalón de orejas a los gobiernos de Cali, Bogotá y en general al Gobierno Nacional por tratar esta violencia como de orden público cuando es realmente un problema social que se salió de control. Aquí solo hay una familia y muchos jóvenes que extrañan a su líder que hablaba de paz y fue masacrado; hay un joven con su pecho abierto muriendo ante los ojos de 4 amigos y 11 policías indolentes que comprueban una vez más que NO TODOS TENEMOS EL MISMO CORAZON.
PD. Este caso y la familia de Oscar es acompañada por el Programa Somos Defensores y la Fundación Juan Manuel Bermúdez. Esperamos una respuesta.
