Representaciones de lo negro: hacia una postura crítica de los estereotipos raciales

Representaciones de lo negro: hacia una postura crítica de los estereotipos raciales

Entre otras cosas, es importante generar estrategias que rompan con los estigmas y los discursos marginales. Una perspectiva

Por: Harry Chávez Ferrin
junio 12, 2020
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Representaciones de lo negro: hacia una postura crítica de los estereotipos raciales
Foto: Alejandra Quintero Sinisterra - CC BY 2.0

“Para el negro, solo hay un destino. Y ese destino es blanco” (Fanon, 1968, en Gil, 2010).

Desde los procesos de colonización violenta y esclavización de territorios africanos por parte del hombre blanco, y pasando, posteriormente, por etapas de abolición de esclavitud y reivindicación de los derechos de personas afrodescendientes, se han venido implementando unas formas particulares de representación de las comunidades negras en las culturas occidentales que se irrigan a la esfera de los escenarios sociopolíticos y de comunicación. Aquellas representaciones de lo negro hacen uso de los contenidos culturales de dicho grupo étnico-racial para acomodar un significado no contrastado de los sujetos afrodescendientes y por consiguiente la creación de un discurso particular que se entiende como una traducción y recreación de las formas históricas de discriminación racial. Por lo cual, en este ensayo nos detenemos a verificar aquellas formas particulares de representación sobre el ser negro y su naturalización en la sociedad (dentro de la creación discursiva). Así también, entender las razones que llevan a sexualizar y exotizar la corporalidad del negro y la función social que subyace en dicho proceso (Zapata 2018). Asimismo, analizar aquellos procesos de blanqueamiento que son impuesto al individuo negro como un proceso de “des-marginalización” y adaptación para la vida social elitista (Gil 2010 & Zapata 2018). En consecuencia, buscamos acercarnos, desde un análisis crítico, a las formas de representación generalizadas de lo negro y los procesos socioculturales que se relacionan con dicho asunto.

En primer lugar, es importante reconocer que históricamente, desde la concesión de leyes esclavistas y su posterior abolición por las luchas de los movimientos negros, han existido unas formas no significativas (desde el punto de vista sociocultural) de reconocer a las negritudes en occidente. La valoración crítica y/o positiva de lo negro y de los valores culturales de la negridad se ha visto superpuesta por discursos supremacistas racistas que desprestigian a dicho grupo étnico y a la ontología general de los individuos pertenecientes al mismo. Zapata (2018) argumenta que estos discursos racistas hacen uso de estrategias “creativas y potencialmente subversivas” para referirse al negro como un sujeto al que, históricamente, se ha conseguido alienar y subyugar para estar a disposición de preceptos y ordenanzas blancas clasistas (p.96), lo que, en consecuencia, genera mecanismos de segregación social y racismo de toda índole (axiológico, estructural, institucional…). En ese sentido, se entiende que desde los discursos y acciones racistas-clasistas se ve a la negridad como una subalternidad, como un grupo que por su cultura y su ‘figura’ puede ser sometido y puesto a disposición de mecanismos de opresión y desprestigio social. Además, teniendo en cuenta el contexto colombiano, donde las mayorías populares son los ‘no blancos’, —pero donde los blancos poseen mayor prestigio siendo minoría—, se termina naturalizando esos procesos de subalternidad que legitiman las formas de representar y narrar lo negro (Zapata 2018:106). Por lo cual, desde la retórica clasicista y racista, se ve a lo negro como un objeto de exhibición, de deseo; exótico, sexual; inferior; que es puesto para seguir y replicar las ‘figuras’ de lo blanco, pero no equiparable a la postura de la blancura, es decir, desde su estatus y prestigio social. De no ser así, aquello enaltecería a lo ‘negro’ y quitaría prestigio a lo ‘blanco’ (Zapata, 2018:107).

Del mismo modo ocurre con la corporalidad de lo negro: la ontología de la negridad no se examina desde sus contenidos culturales e intelectuales, sino desde la figura corpórea de aquellos sujetos racializados. En esa dirección, sería pertinente preguntarse por qué las representaciones naturalizadas de la negritud se remiten a explicar los roles (de inferioridad) que ocupan los negros y las características físicas de los mismo. La respuesta podría basarse desde una perspectiva biológica (natural) y racial para entender la creación de dichas representaciones: la blancura examina y explica la corporalidad de la negridad como su única virtud, puesto que la considera como una característica ‘rescatable’ (y hasta replicable), con intención de generar un estímulo sexual y de placer. Sin embargo, desde lo racial, aquellos atributos fenotípicos no significan indicio alguno para que lo negro pueda adquirir un prestigio desde la cultura. En su defecto, se siguen replicando los discursos y representaciones marginalizadas, pero con un agravante que sexualiza y exotiza la corporalidad de lo negro. Y más, cuando aquellos cuerpos son de mujeres negras, se crean representaciones que ubican a la mujer “en relaciones de posesión y cosificación” (Zapata, 2018:120); donde la blancura masculina es objeto de miradas deseantes, y los “cuerpos femeninos puestos para ser mirados y deseados” (ibid).

Desde ese posicionamiento femenino que explica la sexualización y exotización de la negridad desde los discursos racistas-clasistas, se arguye que la belleza es una característica inherente a la “raza negra”, que es auténtica, natural, primigenia y virgen; que no ha sido modificada ni manipulada por la técnica y que, en esa medida, contrasta con la belleza de las mujeres mestizas y blancas (Zapata, 2018:123). Así, ontológicamente se ubica a la belleza negra desde el mundo de la naturaleza, y a la belleza blanca desde la cultura (hegemónica):

El estereotipo era desplazado, de este modo, del campo de la inferiorización al campo del deseo, incluso dando cuenta de las dos cosas al mismo tiempo, para convertirse así en la representación encubierta de la fantasía que soportaba. Es decir, la sexualidad lasciva, primitiva, salvaje y “felina” atribuida a las mujeres negras, que tanto pareciera excitar [a la masculinidad blanca]. (p.123)

Por otro lado, a la negridad se le propone un mecanismo de acción cultural que le permite desligarse de esos procesos de marginalización y discriminación racial. Esa estrategia de “desmarginalización” se da por la forma en que el negro ve al blanco y también por la forma en que el discurso de la blancura hegemónica desprestigia a los grupos étnico racializados. Por lo cual el negro, para salir de esos mecanismos de opresión, sigue un proceso de “blanqueamiento” inconsciente, puesto que, como argumentamos anteriormente, tiende a replicar las conductas de los sujetos blancos por considerarlos de la ‘alta cultura’. Gil (2010) explica que el blanqueamiento es una especie de movilización social (es decir, cambio de estatus) que conlleva a replicar rasgos distintivos de la blancura en la apariencia de los sujetos negros (untarse de blanco). Ese proceso se refleja especialmente en las formas de belleza de la blancura que crean la nueva “belleza negra”, pues permite movilizar, de la inferioridad al prestigio, a la "raza negra" (Gil, 2010:29-30). En ese sentido, se entiende que el blanqueamiento es un conjunto de “prácticas corporales tendientes a cumplir con el canon de belleza dominante, generalmente donde lo ‘blanco’ es bello y lo ‘negro’ no lo es” (ibid). Sin embargo, aunque esto requiera despojarse de ciertos valores culturales de la negridad, aquello no significa que se hace traición a la "raza" o la condición natural de la “belleza negra”. No obstante, es claro que, por inferioridad de los discursos y representaciones negativas de lo negro frente a lo blanco, se tiende siempre a seguir esos cánones de belleza que se mediatizan en los medios de comunicación y espacios publicitarios.

Por consiguiente, debemos comprender que la “belleza negra” está connotada racialmente de diversas maneras: por la abolición de elementos negros y aproximación al canon blanco; el reconocimiento de la belleza de lo negro por tener elementos blancos; nueva representación de una élite negra en busca de una representación de la “belleza negra” (black is beautiful); la belleza marcada por la clase; y la “belleza negra” y su relación con la sexualización del cuerpo (Gil, 2010:32). En consecuencia, se entiende que para explicar un estereotipo de belleza negra prestigiosa, no hay que desconocer la gran influencia que la élite blanca a tenido en la construcción de esas representaciones raciales por su cultura hegemónica prestigiosa: "La blancura como signo de prestigio y posición social, en un contexto en donde hay una sobredeterminación entre raza y clase, opera junto a otro tipo de marcadores tanto corporales como extracorporales" (Zapata, 2018:119)

En definitiva, es claro que existen representaciones no contrastadas de la negridad, que tienden, en la mayoría de los casos, a relacionarse con aspectos negativos de conducta social; que a través de discursos supremacistas-racistas desprestigian y minusvaloran la ontología y el sistema cultural de los negros. Además, aquella sexualización y exotización perversa de la corporalidad del negro es un artificio que se utiliza para argumentar, desde la blancura, que la negridad no posee la suficiente capacidad intelectual para “reñírse” con lo blanco y que, según aquello, su única virtud es tener “cuerpos atractivos” para el estímulo del placer y el deseo sexual. Por ende, la única alternativa que posee el negro, para llegar al mismo “estatus” del blanco, es entrar en un proceso de “blanqueamiento” como estrategia de desmarginalización: la réplica de conductas sociales y la emulación de estereotipos de lo blanco es, para la negridad, una especie de movilización social, que va de la inferioridad al prestigio. Por esa razón, es importante que desde los movimientos y los discursos del pueblo negro se generen estrategias que impacten en la sociedad con el fin romper con el estigma y los discursos marginales sobre la ontología del negro; y, a la par, buscar caminos políticos que hagan posible la creación de planes educativos en donde se le dé un manejo y tratamiento específico a las expresiones de racismo general en pro de su reducción en las interacciones sociales.

Bibliografía

Gil Hernandez, F. (2010). El ‘éxito negro’ y la ‘belleza negra’ en las páginas sociales. La manzana de la discordia, 5(2), 25-44.

Zapata Cortes, D. C. (2018). Tejidos mediáticos de lo negro: Hacia una topografía  racializada de la nación colombiana. Editorial Pontificia Universidad Javeriana.

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