Reflexiones sobre la ética uribista

Reflexiones sobre la ética uribista

"Está implícita al interior de una forma de explotación psíquica de los sujetos que puede derivar en beneficios para quien impone la autoridad"

Por: John Hans Vargas Amaya
junio 15, 2018
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Reflexiones sobre la ética uribista
Foto: Twitter @CeDemocratico

Erich Fromm insiste en determinar cuál es la importancia y diferencia entre la ética autoritaria y la ética humanista. Para eso nombra dos aspectos que las separan por completo, uno formal y otro material.

La ética autoritaria niega formalmente la capacidad del hombre para saber lo que es bueno o malo. Por ejemplo, quien da una norma siempre será una autoridad que trasciende a los individuos que la acatan. Dicho sistema no se basa en la razón y en la sabiduría, sino en el miedo, la debilidad, el resentimiento, la desazón y la dependencia de los sujetos, con lo cual se promueve que las decisiones no están en función autónoma y que estas no pueden objetarse.

Por otra parte, materialmente la ética autoritaria resuelve el dilema de "lo que es bueno o malo", considerando principalmente los intereses de esa autoridad y no los intereses del sujeto; estas características se pueden encontrar por doquier en Colombia si se analiza el nivel de incidencia de los líderes espirituales en las decisiones políticas de sus seguidores. Con esto podemos demostrar que la ética uribista es una ética autoritaria y que está implícita al interior de una forma de explotación psíquica de los sujetos que puede derivar en beneficios para quien impone la autoridad.

Con lo anterior podemos demostrar que las características sociológicas y psicológicas de nuestro país no solo propenden a la incidencia de la violencia física sino también a la de la violencia mental, con la cual nuestra "minoría de edad", en palabras de Immanuel Kant, está asegurada para el beneficio de quienes controlan políticamente nuestro derecho a la autodeterminación. Sin embargo, la ética no solamente debe estar en función del análisis psicológico.

Lo anterior también lo podemos ver en las incoherencias de quienes se consideran la mejor alternativa para gobernar en Colombia. Iván Duque repite constantemente que durante su gobierno su regla fundamental para establecer un límite a la justicia consistiría en "el que la hace, la paga"; el candidato menciona esta frase durante cientos de debates y reuniones a las que asiste todo el tiempo. No obstante, su partido actualmente en el afán por conseguir los votos que necesita hace uso de las alianzas políticas más asquerosas; la corrupción y las maquinarias clientelistas se unieron como no pasaba desde hace muchísimos años en un solo extremo.

Empecemos por explicar esto: César Gaviria, quien durante varios años repitió que Álvaro Uribe era un mentiroso por haber desmovilizado falsamente a los grupos paramilitares en el Pacto de Ralito, hoy se alía con el uribismo; Andrés Pastrana, quien hace unos años denunciaba en el exterior tener pruebas irrefutables de las alianzas de Álvaro Uribe con el paramilitarismo, hoy se alía con el uribismo. De aquí para abajo podemos nombrar a cientos de personas que no son parte fundamental de la vida pública en Colombia, pero que consiguen votos porque se mueven en los departamentos más pobres del país, atrapando a través de la mentira, de la compra del voto, de la trashumancia, de la imposición de jurados de votación con el objetivo sacro de salvar a Colombia del comunismo. Valga la pena resaltar que para ellos es más importante llegar como sea al poder que entregarle el país a alguien que piensa diferente, porque pensar diferente para el uribismo siempre va a ser señal de "castrochavismo". Podemos demostrar entonces que el faro bajo el cual se maneja la ética política de este candidato busca desatar la criminalización de la política en Colombia.

No se necesita ni siquiera mirar las propuestas de Iván Duque, que por cierto promete traer una nueva generación de políticos en Colombia, ya que con sus incoherencias éticas basta, estas son suficientes para desarmar a cualquier seguidor de su moción partidista. La ética es algo que no se puede evaluar y calificar por si sí o por si no; recibir apoyos de procedencia mafiosa es más que suficiente: el respaldo de Fernando Gómez, hijo de Kiko Gómez (hoy en la cárcel por asesinato y paramilitarismo); Sara Piedrahita Lyons, quien apoya desde Cereté (Córdoba) con la casa política que le dejó Alejandro Lyons (capturado y actualmente investigado por el cartel de la toga); Sandra Villadiego, apoyada por la casa política de Rangel, y que es actualmente investigada por el caso Odebrecht y se quemó en las últimas elecciones parlamentarias; Rubén Darío Quintero, investigado por nexos con paramilitares; Román Aristizábal, que dice ser uno de los líderes de la campaña "liberales con Duque", condenado por parapolítica.

Podríamos seguir, la lista es larga. Además, son miles las investigaciones que suma toda la maraña corrupta del país con su frase "el que la hace, la paga", que no tiene absolutamente ninguna coherencia formal; por el contrario, amañaron las maquinarias. Y lo que faltaba, Germán Vargas Lleras, con Cambio Radical, el partido con más investigaciones abiertas en Colombia, también apoyó la candidatura de Iván Duque, a pesar de que eran acérrimos enemigos, porque este último trabajó durante el gobierno Santos con la mermelada de la que tanto se quiere separar el uribismo, pero que al parecer sirve para comprender que la política tradicional no es dinámica, es corrupta por estos señores y señoras que con los mismos apellidos quieren seguir gobernando el país.

La política tiene una oportunidad más para dimensionar la separación entre humanismo y autoritarismo. La ética debe empezar por dimensionarnos un país diferente y por eso vale dejar un interrogante que suscita mi cabeza desde que lo escuché de voz de Jaime Garzón: “¿Es posible que la solución de la crisis nacional venga de allá mismo, de los que la han provocado?”

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