Rápidos y furiosos
Opinión

Rápidos y furiosos

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diciembre 05, 2013
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Fanáticos de todo el mundo lloran la trágica muerte de Paul Walker. Muchos de ellos ignoran que cincuenta y ocho años atrás, en Cholame California, a unas dos horas de Santa Clarita, lugar donde perdería la vida el actor de la saga Rápido y furioso, se estrellaría James Dean contra otro auto mientras intentaba sobrepasar una curva. El color plateado del Porsche Spyder que conducía el actor, y el sol radiante de California hicieron que el estudiante de 22 años que conducía al lado derecho de la autopista no viera a Little Bastard ( apodo que tenía el auto debido a su bajo peso e inestabilidad) embistiéndolo de frente y matando instantáneamente al mejor intérprete de su generación.

 

JamesDean

 

Dean era un fanático de los autos. Nicholas Ray, director de Rebelde sin causa, se aseguró en el contrato que su protagonista no compitiera en carreras. Lo mismo hizo George Stevens, realizador a cargo de Gigante, tercer y último largometraje en el que participaría. Ya había un antecedente de que este adicto a la adrenalina dejaba todo botado con tal de sentir la brisa en su rostro a 120 millas por hora.  Mientras grababa las primeras escenas de Al Este del Edén, se compró su primer auto de carreras: un MG TD que a la semana siguiente cambiaría por un Porsche 356 speedster, carro con el que obtendría el segundo lugar en una carrera en Santa Mónica, para alegría de James y rabia de Elia Kazán quien, desesperado, lo esperaba en el plató ansioso por  terminar la película.

Pero fue en el rodaje de Gigante en donde el Cenicero Humano se compraría su Pequeño bastardo. Le pidió al diseñador de autos George Barris, el mismo que creó el batimóvil que conduciría  Adam West en el sicodélico Batman de los años sesenta, que se lo engallara a su gusto. Le puso el número 130 y ese color plateado que lo hacía ver más rápido pero a la vez invisible en carretera. Dean, más que un auto quería una bala, y esta bala estallaría el 30 de septiembre de 1955, en la ruta 466.

Lo curioso es que tan solo unos días antes del fatal accidente, James Dean aparecía en un comercial de televisión advirtiéndoles a los jóvenes sobre lo peligroso que es manejar a alta velocidad. Incluso en las horas previas a su fallecimiento un policía lo había multado por conducir demasiado rápido.

dean estrellado

 

El célebre Porsche Spyder ha pasado a la historia por la supuesta maldición que llevaba cada uno de sus metales. Dicen que su presencia ha ocasionado más de 12 muertes, la más estrambótica de todas fue cuando se exhibía como una pieza de museo, toda achicharrada y con sus hierros retorcidos, colgando de un gancho para que todo el mundo  viera el auto donde murió el ícono de una generación y de un momento a otro, mientras un turista tomaba fotos y pensaba ser la envidia de sus amigos, el auto misteriosamente cayó sobre el rompiéndole en dos la cabeza.

De Dean se ha dicho de todo, incluso que él no murió en ese accidente sino que fue una estratagema para huir de la fama que lo asfixiaba y lo atolondraba, a él que era una persona sumamente tímida e introvertida. En sus escasos 24 años de vida salió con las mujeres más sexys de Hollywood (Incluso con la inquietante Elvira, la célebre presentadora de las películas de terror que pasaban por televisión en esa época) pero el amor de su vida fue Pier Angeli, actriz italiana quien se suicidaría en 1971 y Elizabeth Taylor, quien fuera su compañera en Gigante, reveló poco antes de morir que el pastor que lo crió después de quedar huérfano abusaba de él sexualmente.  Se ha hablado de su presunto homosexualismo y de lo mucho que le gustaba ser pisoteado y escupido por sus ocasionales amantes y que por eso lo conducía en el mundillo sado como el Cenicero Humano. Como sucede con casi todos los mitos, ninguno de estos rumores se ha podido comprobar.

Seguramente que Paul Walker se convertirá con el tiempo y entre sus millones de aficionados en otra leyenda. Tuvo la fortuna de vivir rápido y morir pronto, dejando  un cadáver hermoso. Estaba lejos, muy lejos de tener el talento de James Dean y ninguna de las películas que protagonizó se acerca si quiera al peor momento de Al este del edén.

Lo único que tenían en común es que, como tantos otros norteamericanos, ambos estaban locos por los  autos y murieron por la pasión de ser rápidos y furiosos.

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