Racismo, política y derechos humanos en Buenaventura

Racismo, política y derechos humanos en Buenaventura

"¿Está obligada la población civil a enfrentarse al flagelo de la violencia y el crimen aún a costa de su propia vida?". La histórica lucha del negro y la desmitificación de lo invisible

Por: Miguel Angel Castellanos A.
febrero 15, 2021
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Racismo, política y derechos humanos en Buenaventura
Foto: Roboting - CC BY-SA 4.0

Buenaventura es uno de los diez puertos más cruciales de América Latina. Su importancia no solo radica en el manejo de la gran capacidad de volumen de carga que desde todas partes del mundo ingresa y sale del país (más del 53% del comercio internacional de Colombia), sino también en su gran capacidad de manejar más del 70% del comercio nacional. 

Teniendo en cuenta estas características, la Ley 1617 de 2013 convirtió al principal municipio del Valle del Cauca en Distrito Especial, Industrial, Portuario, Biodiverso y Ecoturístico del país, situación que reconoce taxativamente su gran riqueza cultural, artísticas, ancestral, gastronómica patrimonial, biodiversa (playas y bosques) y el gran capital humano que posee. 

Pero todas estas características contrastan miserablemente con la histórica lucha del negro y las negras bonaverenses desde hace más de 400 años (años de resistencia, lucha contra la desigualdad, la defensa del territorio, la opresión sistemática del estado y el racismo estructural), incluso desde que nuestros ancestros fueron arrancados de sus territorios barbáricamente y secuestrados de manera masiva para atravesar el Atlántico en condiciones infrahumanas y ser convertidos en esclavos sin alma, condenados al destierro, al suplicio miserable de implorar por la vida misma y a olvidar (negar) su propia historia y raíces para no perder precisamente la vida en el intento de vivir. 

Esta es la misma lucha que vienen enfrentando nuestros hermanos y hermanas negras, afrodescendientes, palenqueros y raizales de Colombia y el pacífico ante la infame administración de un gobierno corrupto que, amangualado con sectores poderosos de la economía, la política nacional y los “medios de comunicación”, miente, roba y asesina los sueños de niños y niñas y familias tiradas a su suerte por la incertidumbre de morir en cualquier momento, bien sea de olvido o por una bala perdida que tiene nombre propio. 

Políticas públicas ocultas (que para nadie es un secreto) empeñadas en buscar afanosamente no solo la invisibilidad y extinción de la cultura negroide en general, sino también en seguir mitificando con ayuda de los mal llamados medios de comunicación, la idea de que la condición normal del negro es vivir en medio de la miseria, que los palafitos deben estar tendidos estratégicamente en medio de las aguas servidas, respirando los vapores de sus propias heces y muriendo lentamente de enfermedades como el cólera, fiebre tifoidea, disentería, diarrea, esquistosomiasis, hepatitis o simplemente gripa. 

Estrategias que buscan naturalizar en el imaginario colectivo, la creencia de que el negro se siente cómodo viviendo en condiciones indignas, simplemente por su condición de diferente, su sonrisa blanca como la nieve o porque así lo quisimos quienes tenemos el pelo apretao y la piel negra como la mano del creador. 

Que no tenemos más aspiraciones que las de morir al interior de una galemba deseando tener mejores oportunidades que las de nuestros ancestros, quienes han sido héroes invisibles por causa de la hegemonía tiránica de este país y la historia eurocéntrica y mentirosa que se repite aún en las escuelas del planeta, ocultando con ello la diáspora mefistofélica de seres extraordinarios (yolofos) cuyos conocimientos en política, arquitectura, ingeniería y astrología, fueron opacados; hombres y mujeres honorables, como reyes y reinas de castas y/o tribus africanas, con diversidad de oficios y profesiones como artesanos, agricultores, ganaderos, médicos ancestrales, químicos, escultores, artistas, orfebres y metalúrgicos, entre muchos otros. Negros y negras capaces de dar origen al pidgins, a la lengua palenquera, al cimarronaje, al sincretismo religioso, el candombe, el lumbalú y la champeta. 

Es decir que el mundo entero, más que deberles la reverencia a nuestros ancestros africanos, se encuentra en una eterna deuda de reconocimiento por su capacidad hermosa de dar su fuerza de trabajo en la construcción y consolidación de la cultura mundial, lo que ha permitido que hoy, podamos admirar el patrimonio histórico, oral, cultural e inmaterial de la aldea global en la que nos encontramos inmersos, la cual descansa en los hombros, la fuerza bruta de los brazos y la inteligencia natural y creativa del negro. 

En este orden de ideas, el pueblo negro, afrodescendiente, raizal y palenquero sufre por la condición de nuestros kombilesas bonaverenses, por el racismo estructural que vienen padeciendo hace muchos años después de abolida la esclavitud, por el abandono sistemático del estado, por la multiplicidad de muertes de sus líderes y lideresas sociales, defensores de derechos humanos que buscan opciones de diálogo sin respuestas y que obligados a las vías de hecho (constitucionalmente reconocidas por la legislación colombiana) levantan la voz al mundo para desmitificar que son invisibles y dar a conocer que el municipio más grande del departamento del cauca, donde se erige el puerto más importante del territorio nacional, se encuentra sumido en la ignominia y las escalofriantes cifras que no conocen el paradero de las regalías como contraprestación económica por el uso del suelo. 

Cifras que indican que el 80% de sus pobladores se encuentran en la pobreza extrema, el 40% del total en miseria absoluta, el desempleo sobrepasa el 65% de ocupación formal y solo el 71% de las familias tienen acceso al agua “potable” por espacio de tiempo de 8 horas al día, con una ausencia de cobertura del 40% de alcantarillado; situación que se agudiza al vivir en medio de homicidios que no cesan y no son esclarecidos por el sistema penal, desapariciones, extorsión, narcotráfico y la gran inseguridad que imponen las bandas criminales dueñas del terror y la inseguridad en el puerto por la disputa a sangre y fuego del territorio sin que nadie, les estorbe. 

Queda entonces en el aire la reflexión sobre: ¿Es posible cambiar la realidad de nuestro país desde las bases sin la participación y apoyo de sectores del estado promotores de políticas públicas y defensores de derechos humanos? ¿Está obligada la población civil a enfrentarse desprotegida al flagelo de la violencia y el crimen organizado aún a costa de su propia vida y la de su familia? 

Así las cosas, nos queda la tarea de seguir avanzando hacia una paz con justicia social, aquella que permita restaurar los derechos violentados de nuestros pueblos hermanos y restablezca el tejido social fragmentado sin impunidad, con la mirada en la reconciliación, pero con el puño siempre firme y levando en señal de victoria, con amor fraterno y eficaz (como diría Camilo Torres) y en pie de lucha para no olvidar que nunca hemos sido invisibles y dejar a nuestras futuras generaciones que se levantan con sueños de libertad, las historias de vida de aquellos que vieron en la dificultad, la posibilidad de seguir avanzando. 

No desmayes negro, que desde la distancia, todos somos uno. “Porque si la lucha por la libertad se dispersa, no habrá victoria en el combate” (Alí Primera, Canción Bolivariana). 

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