Rabia entre los exguerrilleros de las Farc por el monumento de Doris Salcedo

Rabia entre los exguerrilleros de las Farc por el monumento de Doris Salcedo

Mientras el expresidente Santos visitó ‘Fragmentos’ sin pronunciarse, la tropa sí se ha hecho oír por lo que la obra significa para ellos. Crítica desde las Farc

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diciembre 14, 2018
Rabia entre los exguerrilleros de las Farc por el monumento de Doris Salcedo

El pasado lunes fue el lanzamiento de la obra “Fragmentos” de Doris Salcedo. Mi primer acercamiento a esta ha sido solo a partir de las fotos que encuentro en internet, pero más aun con las impresiones que ha causado la misma entre quienes eran dueños de los fierros que sirvieron de materia prima para su creación: algunos excombatientes de las FARC-EP. No quisiera continuar sin antes mostrar agradecimiento por el apoyo irrestricto de Salcedo al proceso de paz, reconocer en ella una persona de izquierda, y mencionar que coincido en su reflexión en su entrevista con El Espectador sobre el interés de quienes detentan el poder de mostrar una sola versión de la historia, solo que lamento que su propuesta artística no ayude mucho, en este caso, a mostrar otra u otras posibles versiones. Reconozco también muy valioso que su obra intente propiciar espacios de exposición de otras obras durante 50 años más, pero no soy muy optimista con que este escenario, controlado seguramente por las mismas élites de siempre, permitan que artistas, cuya expresión ha sido más de lado de las justas luchas populares que en galerías internacionales, tengan un espacio en él.

En términos generales, se siente cierto descontento entre los exguerrilleros, descontento propio de quien usó un arma no como objeto para ejercer la violencia porque sí, como insisten algunos en sugerir, sino como un objeto que en últimas les sirvió de protección. Salcedo, de hecho, lo reconoce en la entrevista. El fusil, si bien no fue un fetiche para las FARC-EP, sí representó mucho más no solo para quienes estaban en armas, sino para quienes eran protegidos por ellas. No seamos ingenuos. Basta ir a las regiones y preguntarles a las comunidades, ¿cuántos líderes sociales tuvieron en estos fusiles una retaguardia y protección para sus vidas?, ¿cuántos de los líderes que han asesinado impunemente en los últimos meses no lo hubieran sido si la insurgencia todavía estuviera en sus territorios? No estoy haciendo apología a la guerra, ni al retorno a ella, ni mucho menos una descripción nostálgica de la guerrilla; tan solo describo lo que el fusil significa mas allá de premisas simplistas que proponen desde el arte pisotear instrumentos que al fin y al cabo sirven para dominar, pero en muchos escenarios también para liberar. Si no es así, olvidémonos entonces de la historia de nuestra independencia y de todas las armas que fueron necesarias para sacar al colono europeo.

Con su frase: “No se puede glorificar la Violencia, hay que criticarla”, Doris Salcedo acude nuevamente al esencialismo pacifista reflejado en “Fragmentos” con que ella entendió uno de los más largos conflictos armados del continente, y que por desgracia aún no cesa. Me da la impresión que Salcedo no se leyó el “Informe de la comisión historia del conflicto y sus víctimas”. Supongo que algunos dirán que un artista no está obligado a leer 800 páginas, pero es que estamos hablando de una escultura que tenía que ser la representación del fin de la guerra entre el estado colombiano y las FARC-EP. Entiendo el interés de la artista de no glorificar la violencia, pero de lo que se trataba era de glorificar la paz, y lo mínimo hubiera sido intentar comprender primero el conflicto más allá de lo que la artista ha conocido desde su propia experiencia. En este informe se habla, por ejemplo, del problema de la tierra y cómo esta ha sido acumulada a través de la violencia y del despojo; del narcotráfico que ha permeado muchas de las instituciones del Estado; del papel de los Estados Unidos en promover durante décadas la lucha contrainsurgente y anticomunista; y del papel de los medios de comunicación que atizaron el conflicto; entre otros tantos importantes análisis.

Sostiene que su obra no es jerárquica, sin embargo, de manera intencionada como lo sugiere en la entrevista, deja por el piso el símbolo del instrumento que ayudó a moldear, quiéranlo o no, la resistencia campesina más grande de los últimos tiempos, reconocida por intelectuales de la talla de Eric Hobsbawm, Sartre, Van der Ploeg y en Colombia, Dario Fajardo, Renán Vega y Alfredo Molano, entre muchos otros. La obra de Salcedo precisamente representa esa brecha entre quienes han vivido la guerra en lo territorios y quienes solo la han visto por televisión desde las ciudades. Ese “vacío, silencio y ausencia”, pero de la historia, es sin duda y no se equivoca, lo que ella quiere transmitir con su obra.

No se niega que sea una obra de arte, eso no esta en discusión. Lo que se cuestiona es lo que pueda significar, el mensaje que ella transmite voluntaria o involuntariamente. Lo simbólico más allá de la escuela artística y la posición política de la autora. Lo que las nuevas generaciones van a suponer cuando entren a la Carrera 7 No. 6b-30. Me preocupa lo que estas van a entender y a analizar de la obra, el sentido común que la misma desarrolla. Las obras de arte hablan, y hablan para ciertos sectores. ¿Qué le podría pasar por la mente a un campesino de una zona de conflicto al ver estas baldosas construidas con las armas de las FARC? Como en el pueblito, nuestro nivel de “abstracción” no es tan agudo como el de las élites que pueden acceder a la educación, seguiremos viendo “fragmentos” como un conjunto de baldosas.  Ah, no; pero para las élites sí representa la posibilidad de restregar en la historia de los colombianos su sueño frustrado de vencer a las FARC y hacer que estas entregaran sus armas. Como dice el excombatiente Boris Guevara en su cuenta de Facebook, “No le entregamos los fusiles al gobierno, pero al final terminaron donde ellos querían”[1].

Si lo que venimos diciendo es que el conflicto hay que verlo de manera holística y en toda su complejidad y no de la manera simplista como se quiso contar desde hace décadas, la obra no cumple con ese objetivo, por el contrario, continúa proponiendo esa visión unilateral y elitista del conflicto, una visión donde hubo vencedores y vencidos, una visión donde hay quienes pisan y quienes son pisoteados y no la que se acordó en La Habana.

Si criticar la violencia era realmente el interés de la artista, ¿por qué no se usó también el metal de las armas del Estado? Su mensaje deja entrever que según Salcedo la violencia fue producida solo por las FARC, aquella que no hay que glorificar mientras se legitima y se acepta la del Estado. ¿Por qué no se fundieron un tanto las armas del Estado que han apuntado contra el pueblo desde la masacre de las bananeras? Al menos haber fundido unos cuantos fusiles viejos del Ejército o los residuos de las bombas de 50 libras arrojadas sin dolor ambiental ni humano sobre caseríos y selvas de Colombia. O con las vainillas de los gases lanzados contra los estudiantes en las últimas manifestaciones le hubiera alcanzado hasta para embaldosar la Casa de Nariño.

La cultura, el arte, las ciencias no son neutrales y dicen mucho más de lo que imaginamos. Como dice la artista, aquí no se trataba de complacer a nadie, pero resulta que precisamente las posiciones neutrales son las que más complacen a la derecha. Fajardo es el espécimen más reciente de ese neutralismo no neutral que tanto favor le hace a los grandes poderes. Me niego a creer en la neutralidad de la obra.

Finalmente hay una invitación esperanzadora de Salcedo, que no considero debemos dejar pasar. Dice en El Espectador que “cada colombiano tiene sus memorias y las traerá a este sitio”. Nos tocará a quienes deseamos reconstruir una memoria histórica más acorde a la realidad de nuestras víctimas y de nuestras resistencias, tal ves intervenir con una Contra-contramonumento con algo de creatividad, lo que ya de por sí es una afrenta al poco sentido común que nos queda a los colombianos. Siempre he creído que la reconciliación de Colombia pasa en parte por el reconocimiento de las élites y la difusión masiva de las diversas estéticas de los excluidos, de la cultura y del arte popular que no tienen espacio ni en la televisión, ni en el cine, ni en las galerías de arte, ni en las emisoras, ni en ningún espacio de la industria cultural. El día que escuchemos un vallenato de Julián Conrado en las emisoras más populares de Colombia, ese día podremos decir que efectivamente hemos empezado a reconciliarnos.

Así pues, déjenos intervenir su obra quizás con un concierto de Julián, que nos cante su canción a la paz y su homenaje a las guerrilleras. Déjenos traer a Gustavo Matiz, un artista excepcional que lleva décadas en el exilio sin tener la posibilidad de exponer su obra que refleja el dolor de las víctimas pero que también exalta la valentía de quienes asumieron la lucha por la nueva Colombia. Déjenos intervenir su contramonumento con las esculturas en piedra de José Ropero y las pinturas de Inty Malewa y de las obras de los tantos exprisioneros políticos y de los que aún permanecen en las cárceles. Déjenos, tal vez, poner algún signo en aquellas placas que nos recuerde las manos del gobierno de los EE. UU. manchadas con sangre colombiana, o quizá algo que nos recuerde a las motosierras de las AUC y su innombrable, o a Chiquita Banana o algunas de las multinacionales que apoyaron económicamente al paramilitarismo, o de algunos medios de comunicación como actores fundamentales del conflicto armado. Es aquí donde esta Diatriba se convierte en fraternal propuesta.

 

[1]Queda la incertidumbre a través del relato de la artista sobre el papel de Indumil en la fundición de las armas. No queda bien claro si se verifico que la totalidad de las armas hubieran sido fundidas y ni si este procedimiento tuvo el seguimiento de la ONU a quienes se les hizo entrega de las armas.

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