La Diócesis de Sincelejo llora la partida del padre Meza Luna.
¿Quién asesinó al padre Fernando? ¿Quién pudo silenciar la vida del hombre bueno, a quien todos querían y valoraban sinceramente? ¿Quién pudo acabar con las ilusiones del cura alegre, que como Cristo no hizo otra cosa distinta al bien? ¿Qué manos hicieron derramar sangre inocente? ¿Qué mentes tan perversas las de esos que no permitieron que el presbítero sinceano celebrara próximamente sus 55 años? NO SABEMOS… tristemente debemos responder que no sabemos.
De nuevo, pero ahora con una tremenda sensación de incomprensión humana, el dolor, la indignación y la decepción se apoderan de muchos en Sincelejo, especialmente de quienes tuvieron la oportunidad de compartir de cerca con él. Un inocente que representa la fragilidad del transeúnte que en cualquier calle de la capital sabanera se siente desprotegido y expuesto a cualquier tipo de riesgo.
A las 10 de la noche de este sábado ya muchos sabíamos con grande asombro que unos viles asesinos habían terminado con la vida del padre Meza; en las redes sociales los mensajes no se hicieron esperar; mensajes de estupor e inconformismo, de rabia y desprecio ante un hecho que ha enlutado, sin duda alguna, el mundo católico (y humano) de una ciudad que cada día siente con más horror el peso de la inseguridad como “pan de cada día”. Algunos escribían indignados, otros en un tono de rabia y desesperación manifestaban no entender por qué “le sigue pasando lo malo a la gente buena”.
Mientras la gente se duele, los asesinos “ven desde la barrera” ese espectáculo de la impotencia humana; disfrazados de ladrones estarán pensando en dar su próximo “golpe”, que tal vez podría ser uno de nosotros. Deben estar contando y recordando la hazaña lograda como un éxito, o uno de esos logros que merece un trofeo; malditos inconscientes, poco “sapiens” en un mundo donde es preferible “morir como humanos que vivir como animales”.
NO SABEMOS quiénes asesinaron al padre Fernando, pero si sabemos que ayer asesinaron y que mañana asesinarán también. “Nos quedamos sin el padre Fernando”, dijo otro presbítero; y sí, también nos hemos quedado sin José, Daniel, Marcos y quién sabe cuántos más. Los asesinos están por ahí, muy cerca de usted y de mí. Para ellos no existe ley, ni justicia, mucho menos castigo. Andan sueltos celebrando por doquier que la ciudad del miedo y de la inseguridad les permite pavonearse sin ningún tipo de control. La frágil bondad es su mejor presa, y esto quedó demostrado hoy precisamente con el asesinato de quien fuera tal vez uno de los sacerdotes más queridos por la feligresía católica de Sincelejo. Se nos ha ido el cura, el amigo, el confesor y dolorosamente se siguen quedando con nosotros los criminales como si del cielo nos llegara una señal con la cual tenemos que entender que es preferible vivir en otro lado distinto a éste.
El padre Mene (como algunos le decían) ha partido de este mundo cruel donde habitan asesinos y cualquier clase de gente capaz de hacer daño; se nos ha ido un pastor que prefirió ser presa fácil de un par de lobos criminales que representan solo un poco de lo malo que puede llegar a ser el hombre cuando en su corazón habita el odio y en su mente la ignorancia. Mientras tanto, los que nos deben brindar seguridad ¿dónde están? TAMPOCO SABEMOS…
