Fue en 1952 cuando Colombia le concedió los islotes de Los Monjes a Venezuela con una ilícita nota del canciller Juan Uribe Holguín, apuntando que no se objetaba la soberanía venezolana allí dado que esos eran peñascos deshabitados y sin valor. La razón, según se cuenta, recibir de ese país en extradición al capturado guerrillero liberal, Eliseo Cheíto Velásquez, naturalmente para asesinarlo tan pronto como fue entregado.
Aquel archipiélago inútil de la versión oficial (en realidad una extraordinaria plataforma estratégica y de extracción) tenía su propia historia enlazada con similar vergüenza. En efecto, entre 1891 y 92 el presidente Carlos Holguín Mallarino, con la soltura del gobernante dueño, había ofrendado de rodillas parte del Tesoro Quimbaya a la reina María Cristina de España (solo una parte, ya que la otra desapareció en las anchas manos de alguien con poder), en gratificación por el laudo arbitral que en su momento se dictó en favor de Colombia frente a Venezuela por la propiedad de La Guajira.
Ahora se trata de Aída Merlano. No exactamente de un espía con secretos nucleares cosidos al bolsillo durante la Guerra Fría; no, es Aída Merlano, situada en estos días por esa capacidad tan nuestra de construir gigantes con pies de barro, como la clave de la geopolítica entre ambos países, la geoestrategia global. Según la magia de la vela que proyecta monstruos en la caverna, el mundo trepida con lo que pueda suceder con la señora Merlano y sus habilidades de trapecista.
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Que varios políticos han tenido vínculos paramilitares, que han comprado votos, que se han repartido contratos, que han cobrado coimas, que han avivado la más miserable corrupción
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¿Y qué puede revelar Merlano? Seguramente secretos jamás desentrañados, el logos de un nuevo cisma: ¡¡Que hay corrupción en la costa y en el país!!, que políticos enquistados durante décadas en el poder regional, en el Congreso y en la feria del presupuesto nacional y local están hasta la médula contaminados. Que varios han tenido vínculos paramilitares, que han comprado votos, que se han repartido contratos, que han cobrado coimas, participado de crímenes y que ellos y sus familias han avivado la más miserable corrupción.
Para ser serios, si Merlano no hubiera bajado por su cuerda de escape, en breve habría recibido casa por cárcel, sería beneficiada con una tutela para cuidar de su hija (también protagonista del jet set y por seguro futura parlamentaria) o tendría privilegios de libertad para viajar a Miami a hacer compras. Desde luego, alguna corte le hubiera garantizado mesadas como congresista dados su derecho inviolable al trabajo y los costos en los que incurrió para comprar votos; también disfrutaría ella poniendo a sus guardaespaldas y vehículos, pagados por usted y por mí, a sacar la mascota a orinar en el parque.
Todos cuantos pudiera involucrar Merlano como trueque con la Fiscalía colombiana, si regresa, no perderán por ese hecho ninguna prebenda, seguirán eligiendo en cargos a sus parientes, mantendrán sus tierras y negocios. No extrañan los apellidos con privilegios: Pretelt, Nule, Jattin, Blel, Guerra, Char, en fin, cualquiera en orden alfabético (algunos incluso analfabético).
La táctica de Colombia respecto de Venezuela no ha dado resultados contundentes para la amistad o la controversia. Es indispensable enderezarla, pero no tomando el caso de Merlano como pepa de la creación; esa terminaría siendo una concesión inicua a la corrupción, a la fórmula de rapacidad que cultivan con igual descaro tantos políticos nacionales como el régimen ladino de Maduro.
Cosas importantes y sin duda graves ocurren: la expulsión de Colombia, de su Centro Nacional de Memoria Histórica, de la red internacional de organismos en este campo lo es, lo es frente a la sangre que trata de no reconocerse, lo es más que el entretenimiento que el caso Merlano despierta.
