¿Qué pasa en Irán?

¿Qué pasa en Irán?

Las manifestaciones mortíferas tienen que ver tanto con la debilitada economía como con los juegos del trono dentro del establishment clerical

Por: Ali Dashti
enero 11, 2018
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¿Qué pasa en Irán?
Foto: EFE

Irán sufre la enésima sacudida de los seísmos que han activado las fallas tanto geológicas como sociales y que han dejado suelto la furia e ira de la sociedad. Durante seis días las calles de ingentes localidades en todo el país se convirtieron en sangrientos campos de batalla entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes. Las turbulencias han segado la vida de 21 personas incluso un menor de 11 años.

Las manifestaciones estallaron al inicio por motivos económicos, con el apoyo político, en contra de la senda alcista del coste de la vida, la subida de los precios de los combustibles y unos productos básicos y corrupción desbordada pero se tornaron en reivindicaciones políticas. Estas protestas son diferentes de las postelectorales en 2009 que dieron pie al nacimiento del movimiento reformista verde.

¿Cuándo y dónde brotaron las manifestaciones?

Las protestas empezaron en Mashhad, en el noreste, la tercera ciudad más importante del país después de la capital Teherán y Qom, donde vive una gran parte de los clérigos ultraconservadores. Todo se torció el 29 de diciembre cuando en los sermones del viernes, el imán Ahmad Alamolhoda espoleó a la gente para salir a las calles y denunciar su precariedad económica.

Ahí vive también su yerno Ebrahim Raisí, el ex adversario electoral del presidente Rohani, reelegido en la urnas en mayo 2017. Estos dos clérigos agitaron las calles para sacar su propio provecho político, pero el asunto se les escapó de las manos. Se replicaron las protestas en más de una treintena localidades cómo Teherán, Isfahán, Rasht e Izé donde los manifestantes, algunos armados con sus rifles de caza, asaltaron las comisarías, ayuntamientos, bancos, incineraron camiones de bomberos, coches y contenedores de basura.

“Es muy sospechoso que los clérigos en contra de Rohani hayan incitado las protestas y siguen echando gasolina al fuego”, advierte Amin, un ciudadano iraní que ha seguido de muy cerca las protestas.

¿Quién protesta?

Lo que diferencia esta nueva ronda de protestas de las de 2009 son los manifestantes: no se ven los estudiantes, académicos o las clases media alta que pedían unas reformas desde dentro del establecimiento clerico; en cambio, esta vez los iraníes de a pie, de la clase media baja, cuyo poder adquisitivo se ha ido disipando en la última década han puesto voz y rostro a los descontentos económicos.

Según una investigación de la BBC persa, los iraníes se han empobrecido 15% durante los últimos 10 años (2007-2017). La mayoría de los arrestados manifestantes, según las autoridades, tienen entre 19 y 25 años. De acuerdo con las estadísticas oficiales, el paro juvenil se sitúa en 35% pese a que el desempleo general se ha venido reduciendo hasta 12%. El gobierno centrista de Rohani logró, durante su primer mandato, rebajar la disparada inflación de 40% hasta 10%. Sin embargo, la mayoría de los 75 millones de iraníes no siente en sus bolsillos las mejoras económicas alcanzadas hasta ahora.

¿Por qué tanta angustia?

Detrás de la zozobra popular subyace un recelo de los iraníes ante el sistema islámica del país. Por lo tanto, se escucharon consignas contra el líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, y el clamor para restaurar la monarquía que fue dirimida en la revolución islámica de 1979.

Los cánticos en favor de los últimos dos sha de Irán, Reza Pahlaví y su hijo Mohammad Reza, sobre todo retumbaron en la ciudad ultraconservadora Qom, que alberga el seminario de los clérigos chiitas, el baluarte del establecimiento islámico del país.

También sonaron gritos en contra de los gastos descomunales de Irán en países vecinos como Siria, Irak, Líbano, Yemen y la franja de Gaza que el país ha desembolsado para mantener enhiesta su hegemonía regional en contra de Arabia Saudí, Israel y Estados Unidos, a quienes ha acusado de estar detrás de las protestas.

Estos “derroches” denunciados en las manifestaciones, que el gobierno desmiente existir, han hecho un agujero en los gastos públicos del país. Por tanto, el nuevo proyecto de presupuesto que entrará en vigor el 23 de marzo, si se ratifica por el parlamento, se ve golpeado. Bajo él, los precios de combustibles y unos productos básicos, como huevos y avícolas, subirán mientras los impuestos de los sectores más adinerados se rebajarán. Además, se ha asignado más de 180 millones de euros al seminario de Qom. “Es un disparate”, despotrica otro iraní que ha pedido el anonimato.

Irán se asomaba a los disturbios

El presupuesto fue aquella gota que colmó el vaso ya que protestas venían a partir de la reelección del clerigo centrista en mayo pasado. Rohaní consiguió una victoria contundente en los comicios a raíz de sus promesas tanto económicas para acrecentar el Producto Interno Bruto (PIB), sacar el país del aislamiento internacional, atraer inversores extranjeros, como sociales por ejemplo abrir el espacio para mujeres en la sociedad. Sin embargo, los iraníes que le votaron se sienten frustrados porque piensan que Rohaní ha hecho las promesas de cara a la galería.

“Me he arrepentido”

A causa del “incumplimiento” de las promesas se viralizó, hace dos meses, el hashtag #pashimanam (me he arrepentido) entre los internautas iraníes. Rohaní se había resistido al llamado de sus bases femininas para colocar una o dos mujeres en su gabinete. Tampoco logró presionar los sectores más rigoristas de los ayatolá para que no prohibiesen la presencia de las mujeres en los estadios. Asimismo, se le quitó su escaño a un concejal zoroastriano de la ciudad central Yazd por “no ser musulmán” aunque había ejercido dos mandatos anteriores. Una riña entre los ultraconservadores del sistema islámico de Irán y el Legislativo que aún no se ha resuelto.

Corrupción

La reticencia se ahondó más cuando se quebraron unos bancos que habían prometido alto tipo de interés a sus clientes en cambio de sus depósitos. Esas entidades no tenían una ficha bancaria admitida por el banco central pero operaban de forma torticera. Miles de iraníes, de clase baja y trabajadora, perdieron sus ahorros en estos bancos no autorizados.

Los bancos de este tipo proliferaron durante los dos mandatos, es decir ocho años, del ex presidente Mahmoud Ahmadineyad y el actual Gobierno no ha conseguido poner fin a sus actividades o legalizarlos. Los ciudadanos culpan directamente al máximo líder de Irán quien apoyaba las políticas de Ahmadineyad en ese entonces. Según el banco central, en 2013 los bancos ilegales contaban con el 25% del dinero en efectivo depositado por los iraníes en esas entidades financieras, aunque esa cifra se redujo al 8% en 2017.

El acuerdo nuclear

Este pacto alcanzado entre Teherán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, a saber, EE.UU, Rusia, China, Reino Unido, Francia además de Alemania se ha entrado en barrena. Rohaní había vendido el acuerdo como el primer paso necesario para acabar con el aislamiento del país y la repunta de la economía. Sin embargo, el presidente de EEUU, Donald Trump, ha tomado primeras medidas para salir del pacto que no sólo frenarían el levantamiento de las sanciones anteriores sino que han impuesto más embargos que lastran la economía del Irán. De hecho, el ministro iraní de asunots exteriores Mohammad Javad Zarif ha atacado a Trump, en un tuit, por entorpecer el acuerdo a través del cual Irán habría podido suscitar su alicaída economía.

“Estamos hartos hasta la saciedad”, se queja Amin. “El Gobierno tiene que escuchar estos reclamos e implementar unas reformas”. “Pero, es nada más que una quimera”, continúa. Las manifestaciones han disminuido y el establishment ha dado por zanjada “la sedición” tras unas protestas en apoyo al sistema islámico. El acceso a redes sociales y la aplicación popular de Telegram ha sido bloqueado. El Gobierno de Rohaní aún tiene el margen de maniobra para aprovechar “la oportunidad” de esta crisis, como lo ha dicho hace unos días, para atender las súplicas y consumar reformas. Sin embargo, si el estado hace caso omiso a las manifestaciones, corre peligro la estabilidad interna, sobre la cual se ha apoyado en una región bastante inestable.

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