Hace algunos días, un buen amigo mío, me escribía un wasap donde me manifestaba que yo estaba promoviendo de alguna manera, una imagen favorable de Alejandro Gaviria, exministro de Salud del gobierno Santos, por lo que me recomendaba no dejarme engañar por la imagen del exrector de los Andes. El mensaje rezaba de esta manera: “[…] vos me estabas engrupiendo que Alejandro Gaviria era el salvador de Colombia. No lo olvides, me lo estabas vendiendo como lo máximo. Y ves, es un politiquero, peor que Claudia López, Ángela Robledo y el mismo Uribe. Es un bellaco mentiroso” y me recomienda: “Así que es hora de descubrir al farsante, no se vaya a dejar creer que ese tipejo es el salvador. Gran abrazo”.
Creo fundamental hacer algunos apuntes muy generales respecto de lo emitido por el respetable maestro Guevara. No quiero sonar ni tibio ni extremo, quiero sonar a lo que yo, desde mi kantiana mayoría de edad, creo representan algunas de esas figuras del bestiario político de la actual Colombia, y en este caso, Alejandro Gaviria Uribe.
Alejandro Gaviria es hijo del exministro Juan Felipe Gaviria. Un intelectual, académico y político de origen liberal y de estirpe paisa, aunque nacido en Santiago de Chile hace 55 años, con quien comparto algunas ideas, y que lo hacen parte de una élite favorecida no sé por qué hado, convirtiéndolo, no hace poco, por cierto, en una especie de conciencia ética de esta nación. En Colombia ha echado raíz una élite concebida para dictar cátedra de lo que debe ser-hacer en una nación tan fraccionada como Colombia.
Para nadie es un secreto de lo frustrante que es, que, a esa élite frustrada por su propia egolatría, se le permita seguir pontificando sobre lo divino y humano, y es claro que el doctor Gaviria, se encuentra insertado en lo que mi padre, considera: “esa rancia oligarquía”. Aun así, y a pesar de los pesares, es una voz que resuena en la vida de la nación y es importante escucharla sin convertirla en una suprema autoridad. Todo, tanto cuánto.
A pesar de lo anterior y siendo juicioso y sincero, votaría por él, en caso de ser una opción en segunda vuelta contra las espurias y degradadas extremas derechas, pues, y aunque sé que el maestro Guevara no está muy de acuerdo, hay diferencias notables entre un mazacote lleno de ignorancia como la señora Cabal, o el declarado oficialmente enemigo de los maestros, representante Edward Rodríguez, e incluso de un Oscar Iván Zuluaga, enemigo de los trabajadores como el que más bajo su ministerio de Hacienda, pues, cabe recordar que con este elemento se perdieron cuatro horas extras para los trabajadores, (mi padre lo decía: “Uribe y Oscar Iván hicieron un milagro: ordenaron al sol, ponerse a las diez de la noche y no a las seis como se nos tenía acostumbrados”) y el exrector de los Andes, cuya hoja de vida académica dice mucho y es, en todo caso, respetable, así haya un manchón oscuro a su paso por el ministerio de Salud, tema propio de análisis en otro espacio.
Es desde esta lectura que yo, sencillamente, prefiero votar por Gaviria, porque no voy a cometer el error de los puristas seguidores de Robledo y Fajardo, entregarle el poder a la debacle uribista. Actuar como los anteriores es tan perverso como votar por el uribismo, a mí de eso no me queda ninguna duda.
De todas maneras, sí me encuentro alineado en algunas ideas con Gaviria. Es fundamental comenzar a pensar en la legalización de las drogas. En Alguien tiene que llevar la contraria (2020), el candidato recrimina al gobierno Nixon por esa declaratoria de guerra contra las drogas, ya que, con ello: “nadie previó las consecuencias devastadoras de una decisión política motivada por factores coyunturales, casi caprichosos, por el aumento del consumo de drogas entre los soldados y veteranos de la guerra del Vietnam y por la antipatía de […] Nixon hacia los jóvenes que se oponían a su cruzada anticomunista, muchos de ellos consumidores habituales de marihuana y otras sustancias psicoactivas” (2020, p. 77).
Y ya sabemos lo que esa guerra ha significado para Colombia, sobre todo lo que la cocaína representa para la historia de este baño de sangre absurdo, dantesco. El mismo Gaviria manifiesta que, bajo Nixon, esta droga era tolerado abiertamente por dicho gobierno, e incluso: “A comienzo de los años setenta, la cocaína era percibida como una droga domesticada para consumidores glamurosos. Hombres de negocios, actores de Hollywood, estrellas del rock, para lo que hoy llamaríamos (cabe el anacronismo) la clase creativa” (P. 78) y no sé, si como denuncia, el mismo esgrime que: “la demanda creció en medio de la aceptación gubernamental y social. Los consumidores tenían poco que temer. No había castigo ni estigma. Todo lo contrario: la cocaína era percibida como el champaña de las drogas” (P. 78).
Es bajo el reinado de la cocaína, que la marihuana, la heroína entre otros psicoactivos, fueron atacadas y reprimidas por el gobierno yanqui. Con la caída de la oferta de estas drogas, incluyendo el LSD, la cocaína se convertía en el mercado favorito, por lo que, y en el sentir del exministro, la declaratoria de guerra a las drogas de Nixon trajo como efecto la popularización del polvo blanco. (2020).
No voy a realizar una síntesis de todo el artículo de Gaviria, el hecho, es que, con todo, finalmente, también la cocaína terminó convirtiéndose en el gran enemigo público de las sociedades de finales de siglo XX e inicios del XXI, y puso a Colombia dentro del orbe productor y exportador, aunque cabe aclarar que, al declararse la guerra contra esta, los primeros extraditados a los Estados Unidos por tráfico de coca, fueron diecinueve chilenos, extradición que hizo efectiva la dictadura de Pinochet.
Incluso no fueron traficantes colombianos quienes inicialmente dominaron el negocio; sin embargo, cuando esto ocurrió, “la naturaleza azarosa, contingente de la primacía colombiana, hace más trágica la historia de los efectos adversos del narcotráfico sobre la vida política, social y económica del país. El narcotráfico [entonces], disparó la violencia” (Gaviria, 2020, p. 80)., y como todos sabemos, este negocio artificialmente ilegalizado, prostituyó la política colombiana, la justicia, la esencia de su población, hizo que la vida valiese poco menos que el precio de la bala del sicario.
La corrupción del narcotráfico se tomó a todas las instituciones del Estado colombiano, que, en este momento sigue con toda la salud que la ilegalidad misma le ofrece y se le permite convivir, partiendo de una premisa que el expresidente Santos, tal vez, influenciado por Gaviria, reconoce: la lucha contra el narcotráfico está perdida y si esta sigue, los colombianos seguirán poniendo los muertos sin duda alguna (2019).
Y citando a Roldán, Gaviria, con respecto a la sociedad revela que la cocaína: “rompió la tradición, transformó las costumbres sociales, reestructuró la moral, el pensamiento y las expectativas” (P. 82). Es por esto, y por muchas razones más, que, en total comunión con el exministro, apoyo dicha legalización.
También comulgo con su crítica a la meritocracia. De acuerdo a este político liberal, esta fórmula de escogencia por méritos, está asociado claramente a la exclusión, lo quiero citar de nuevo para no errar en la interpretación: “Si el mérito se asocia exclusivamente con unas cuantas instituciones educativas o con un conjunto estrecho de competencias y habilidades, la meritocracia se vuelve casi indistinguible del nepotismo o del amiguismo” (2020, p. 74), y refiriéndose a Michael Young, el autor de The Rise of Meritocracy, insinúa que la meritocracia: “puede ser un eufemismo conveniente para designar una nueva forma de exclusión” (P. 74), insinuación que, desde la óptica del exministro: “no ha perdido vigencia” (2020, p. 74).
El tema de la meritocracia la hemos sufrido todos los ciudadanos de una u otra manera. Gaviria se suma a las sabias reflexiones de Young respecto a la manera en cómo se debe abordar dicha palabreja, hoy, sacralizada por la demagogia neoliberal, pues, y en línea con Young, Gaviria acepta que, “Una cosa es la asignación de cargos con base al mérito individual […] y otra muy distinta la consolidación de una nueva clase social, de una élite inexpugnable y arrogante que considera que merece todos los privilegios. ‘Al contrario de quienes se lucraban del nepotismo, las nuevas élites creen firmemente que la moralidad está de su lado’” (P. 72).
Gaviria reconoce el éxito de la palabra, utilizada por demagogos y por su ya, coloquial uso, y llama la atención: “sobre los peligros que acechan a una sociedad en la que el mérito es entendido de manera estrecha y asociado, por consiguiente, con trayectorias académicas y laborales muy específicas” (Gaviria, 2020, p. 73).
Otro aspecto a favor de Gaviria. En una charla de Gustavo Petro en Santa Marta, este concebía ante una posible victoria en 2022, la necesidad de sentar a dialogar a las partes en conflicto. Incluso, el mismo Senador, tan brillante como Gaviria, aunque alejado de la academia por el bloqueo y satanización de su nombre, considera que vencer al contendor, no es equivalente a aplastarlo y perseguirlo, ello no es democrático, y hacerlo sería seguir eternizando el conflicto en Colombia. Inclusive, está seguro de que nada sirve Álvaro Uribe en la cárcel, porque, entonces, no se estaría promoviendo una política para la paz, sino una política para la venganza contra el contendor.
Para hacer una paz verdadera todos los actores del conflicto se deben tener en cuenta y deben sentarse a dialogar, no en vano el candidato Progresista está de acuerdo con la posibilidad de una amnistía general asentada en la Verdad.
Traigo a colación a Gustavo Petro, este sí mi candidato para el 2022, porque Gaviria, apostando por el pensamiento liberal expansivo, según él, de Estanislao Zuleta, de alguna manera concuerda con las posturas del líder de la Colombia Humana. En algunos de sus aportes, el nuevo actor electoral considera, citando a Zuleta que: “cuando la población misma (y no sus autoproclamados voceros) está dividida en dos tendencias irreconciliables, ya no quiere la paz sino la victoria de su campo.
Pero cuando la inmensa mayoría reclama paz y democracia, como ocurre entre nosotros, el camino para lograrla sigue siempre abierto” (Gaviria, 2020, p. 30). En síntesis, los dos aceptan que es necesario liderar una pacificación del ser de los colombianos desde el diálogo mismo entre contrincantes, o como esgrimía el expresidente Santos, cuando justificó sentarse a dialogar con las FARC, verlos como contrincantes y no como enemigos, pues, al fin y al cabo, lo único que se hace con el enemigo es buscar su eliminación física (2019).
No deseo terminar esta respuesta, que, insisto, a veces la tozudez de los demás exige esas tableteadas insistencias, no hace de Alejandro Gaviria Uribe mi candidato, pues, y seguramente en una segunda parte esgrimiré por qué no votaría por él como mi primera opción, que pertenece a Gustavo Petro Urrego, quien su brillantez, gústeles o no a sus detractores está a prueba de Cabales, Vélez, Vickys, Rodríguez, Palomas, Nietos o Federicos pusilánimes y mendaces, o incluso a prueba de algunos más cercanos intelectualmente a él como Robledo, De la Calle o Galán por solo nombrar algunos candidatos prestantes en la campaña, ya que, posee los argumentos más certeros y demoledores de cuanto candidato se presente en las próximas lides electorales.
Pero como la mala interpretación de mi mensaje sobre el papel de Gaviria en la política colombiana es evidente, me obligo a fundamentar por qué, en caso extremo, sí sería una opción ante una segunda vuelta sin Petro y con un candidato de la extrema derecha impúdica que nos gobierna hoy.
Por eso, lanzo unas preguntas al maestro Guevara: ¿Podemos poner en la misma línea intelectual de Gaviria, a los cafres candidatos del Centro Democrático?, ¿las visceralidades irracionales nos ciegan y no permiten acaso observar en Gaviria a un candidato que no puede ser puesto en la misma órbita del uribismo así haya sido jefe de planeación en el gobierno del Innombrable?, ¿cree usted que el señor Gaviria, en caso tal, de llegar a la Casa de Nariño en 2022 va a seguir haciendo trizas los Acuerdos de Paz?, ¿Y la necesidad de llegar a consensos, a desarmar el espíritu que no significa callar y actuar en estado de sumisión frente al poder avasallante?, ¿es lo mismo un gobierno de talante liberal frente al fascismo asesino que representa Iván Duque y su cohorte de matones del “Dios y Patria”?
No creo que sea justo ponerlo a él en igualdad de condiciones con la ratamenta que nos gobierna, no creo que sean erróneas sus ideas de, por ejemplo, no aferrarnos a un único dogma, de no sucumbir en las trampas de la ideología (la leo como las absolutas, pues, todo es en sí, ideología), ni el hecho de buscar: “todas las respuestas en un único libro o en un solo predicador, sin importar qué tan elocuente sea” (Gaviria, 2020, p. 44), ¿está errado cuándo hace una crítica a aquellos que compelen a la ciudadanía a aunarse a aquellos que quieren organizar el mundo en narrativas binarias?, ¿o el hecho de que nos invite a desconfiar de: “los profetas, de los iluminados, de quienes creen en las soluciones totales”?, el mismo exrector, invita, a dudar de todos aquellos que: “tienen más discurso que metodología y predican una falsa disyuntiva entre ‘un sistema injusto y corrupto que no puede mejorarse, y otro racional y armonioso que ya no habría que mejorar’” (Gaviria, 2020, p. 44). Y concluye: “Los profetas casi nunca predicen los desastres, y con frecuencia los ocasionan” (Gaviria, 2020, p 44).
Creo que estas frases variadas, son más acertadas que el acto de esculcar, de manera virulenta y llena de mala saña, la vida de Alejandro Gaviria según el Santo Evangelio de Wasap. Levantemos en alto las ideas políticas y filosóficas, el pensamiento producido por incansables horas de juiciosa lectura y reflexión; no sigamos cayendo en la misma bajeza argumentativa que nos ha enseñado la extrema derecha, y que, de manera inconsciente, replicamos como si fuésemos los mayores afectos de las doctrinas de la difamación y la promoción de falacias, sofismas, sesgo a la mejor manera de los enemigos de la inteligencia.
Prometo, profesor Guevara, para no caer en una adulación hacia Gaviria Uribe, hacer una segunda parte donde esgrima, cuál sería la razón por la cual no es él el candidato adecuado para regir los destinos de esta nación, aunque, recuerde… nada en este mundo es absoluto, ni existe una sola verdad o realidad.
Si ante Gaviria, Petro es la mejor opción, ¿no es el primero una opción ante Federico Gutiérrez, Oscar Iván, Peñalosa o Cabal? Para pensarlo muy bien; no nos dé por ir, en un hipotético segundo round sin Petro, a ver ballenas como Fajardo, a declararnos éticamente sin autoridad como De la Calle, o a favorecer al uribismo como el roblediano voto en blanco, turgente error aplaudido por el Centro Democrático.
Ya ve usted las consecuencias.
Hasta la próxima.
Gaviria, A. (2020). Alguien tiene que llevar la contraria. Editorial Ariel. Bogotá.
Santos, Juan, M. (2019). La batalla por la paz. Planeta.