Que conste que Otelo (de Shakespeare) nos advirtió sobre el turbayismo

Que conste que Otelo (de Shakespeare) nos advirtió sobre el turbayismo

A cuántos no les ha ocurrido esto durante la férula del mandato turbayista. A cuántos no les seguirá ocurriendo si permitimos su resurrección y arribo al poder

Por: Carlos Tamara
marzo 14, 2022
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Que conste que Otelo (de Shakespeare) nos advirtió sobre el turbayismo
Foto: Archivo

“De noche, en una calle de Venecia. Rodrigo dialoga con Yago, quien está amargado por no haber sido considerado para un puesto militar. En vez de Yago con mucha experiencia en batalla, Casio, un hombre de estrategia, pero de poca experiencia práctica, fue nombrado como lugarteniente de Otelo en vez de él.

En su condición de alférez, Yago cuenta que sirve a Otelo –un guerrero moro general del ejército– pero solo para su beneficio personal. Admite que pretende ser leal y que su verdadera naturaleza no es la que se ve a simple vista. Y es que está a punto de traicionarlo, Yago sabe que Desdémona, la hija de Brabancio –un noble veneciano de alto rango– ha huido con Otelo, y que su padre no sabe nada de esta unión. Decide entonces utilizar a Rodrigo, que desea a Desdémona, para que despierte a Brabancio, advirtiéndole de la desaparición de su hija”.

Es el problema de la lealtad institucional puesta en tela de juicio por el clientelismo y, casi inmediatamente gestada, la astucia ladina para vengar la afrenta del desconocimiento del mérito. Yago se vuelve deletéreo, prácticamente se gasifica en odio. Si es por palanca que es nombrado Casio, apreciación subjetiva de Yago que la obra no desmiente, entonces no hay lealtad posible pues no se debe al mérito la forma como accedió al trabajo.

Aquí hay un problema que no ha ventilado suficientemente la sociedad desde entonces a pesar de haber sido vociferado por Shakespeare. No es a mí al que nombran, sino a otro depositario del favor. Yo soy, pero no soy cuando trabajo: Ser o No Ser ese es el problema. Quien trabaja es la interpuesta persona dueña del favor clientelista.

Yago no es Yago, es el alférez Yago usurpando su cuerpo. Existe dos partes de esta ecuación de este lado está el ser, del otro el no ser del ser. El signo igual entre los dos lados disfraza la contradicción. De este lado está lo ontológico del otro lo fenomenológico de cómo se desenvuelve la vida. La comprensión de Shakespeare es rotunda y sistémica. Lingüísticamente existe una oposición semiótica evidente entre los signos y sus significados.

Yago el personaje de Shakespeare no parece tener zonas grises: es totalitario y va con todo. No se detendrá jamás, nunca se arredrará. La concepción fenomenológica del personaje es de una perversidad trascendente a la medida de encarnar el conflicto social de la negación del ser.

A pesar de este dilema clave, originario de la descomposición del feudalismo en un capitalismo incipiente, es la trama de los celos y la inquina subsecuente, la línea a través de la cual el depositario fatal del mecanismo clientelista, es decir, quien lo ha dejado fraguar y llevar a cabo, Otelo, la persona que llevará la peor parte de cómo se desenvuelve el conflicto social.

Yago descubre un punto flaco ostensible en la vida social y sexual de Otelo y por esa brecha abre crecientes boquetes. Todo aquel que esté en inmediaciones será subsumido por el vórtice de su pasión sobrecalentada. De allí en adelante todo se desenvuelve como haciendo parte de un destino, tal la fuerza de la pasión que consume a Yago. Tal la naturaleza del conflicto que consume a la sociedad. Shakespeare lo advierte y dona su instilada poesía a ese propósito de acerva crítica social.

YAGO: Bien, pero no hay remedio;/la maldición es esa del servicio;/ por carta o por favor llega el ascenso/ no, como antaño, por antigüedad; /heredando el segundo a su primero/ Ahora señor juzgad vos si, en justicia/ existe una razón de parentesco/ por la que deba yo querer al moro.

Yago protesta mucho más que enérgicamente. Acaso soy siquiera familia del moro para que yo deba declinar mi angustia y mi desazón contra él. Yago valida ante Rodrigo su inquina insinuándose cómo portaestandarte de las afecciones amorosas de éste. Se insinúa como instrumento de los afanes inconfesos del otro. Yago empieza a sumar odios y a repletarse de resquemor.

La pregunta obvia es por qué Rodrigo que debería tener otra catadura se ofrece como victimario. No habría duda, en el centro está que Rodrigo pretende a Desdémona no por el mérito de sus propósitos amorosos, quiere escalar de la misma forma como le fueron denegados los méritos a Yago.

Yago pasa a ser instrumento clientelista. No importa que Otelo sea el depositario real de los amores de Desdémona, tan claros y evidentes como que ya sería su amante. Rodrigo es un representante del sistema de castas burguesas nacientes. Quizás por eso Yago reconoce amargado: Bien, pero no hay remedio. La palabra bien aquí significa el resumen de la conclusión a la que ha arribado Yago. Estoy convencido. No hay más remedio que abocar la situación. Estoy listo para lo que viene. Y enseguida aprovecha la pudrición que Rodrigo representa.

Por otro lado, ¿es Otelo el legítimo dueño de Desdémona? No existen señales en la obra que den pie a un recuento de la forma cómo Otelo enamora a Desdémona. Lo único cierto y contundente es que Brabancio es sometido al escarnio público cuando Rodrigo hace un escándalo ante su puerta impulsado por Yago. Su hija no lo respeta. Por carta o por favor impreca Yago en el verso. Desdémona sería también arribista social. Su padre Brabancio nada sabe. Otelo, válido de su poder militar, quizás su apostura, usurpa la autoridad de Brabancio, se le impone a oscuras, se burla.

Brabancio también es negado en su condición de padre. Entonces la ruptura de la sociedad está servida en todos los frentes de una grieta difusa. Ni siquiera el amor es respetado en esta cadena de mezquindades ontológicas que inaugura el clientelismo político. Del otro lado de la ecuación, el clientelismo está la puesta en juego de la fenomenología política más descarada y Shakespeare su visionario crítico.

Y es de la oscuridad de donde provienen los gritos que advierten a Brabancio. Y es en la noche que Brabancio averigua que su hija no está en su alcoba de ella. Esto no debe ni puede pasar desapercibido. Pocas escenas podrían ser narradas de manera más trágica que esta. En mitad de la noche, despertado de tu sueño, recibes el sopapo de que tu hija ya no es tu hija. Ya no pertenece a tu hogar. El pobre Brabancio es vapuleado en su desdicha. Su ser evanece entre las sombras de la noche. Ni siquiera como humo, en la oscuridad no puede detectarse su disolución ontológica. Y todo este suceso de tal ruindad moral tan súbita como desproporcionada desde luego que alimentará como energía de mil soles incandescentes los fogones de esta historia.

El símil en lo social. ¿Es en la oscuridad de la noche cuando se fragua la perversidad del clientelismo? Esto no puede ser contestado. Pero aun siendo a plena luz del día, igual será de forma sinuosa y embozada, sin que nadie se percate del sigilo. Yago lo intuye y lo vocifera, ya sea por carta o por favor, de n formas. Shakespeare devela aquí la naturaleza libidinal del poder y mucho más insidioso. La forma como se burla el ser es de naturaleza poco menos que satánica. Los versos de Shakespeare revelan una sevicia. Martillará una y otra vez. Y entonces de Yago, ¿quedará solo un ente?

Y Yago se encarga de resumir luego de la grieta abierta en Brabancio, huye de él acordándose del poder de Otelo: “(…) pues bien se/ que aun cuando esto pueda acarrearle/ irritantes reproches, el Estado/ no ha de poder, sin riesgo, desprenderse/ de él; pues tan vital es que lo envíen/ sin dilación s recoger el mando/ de las guerras de Chipre-ya iniciadas- (…)”.

Tal es la naturaleza del enquistamiento del clientelismo y tal sus atribuciones de poder. Yago corroboraría que es imposible luchar contra eso. Por ello escapa del sitio donde Rodrigo ha vociferado. Teme que Otelo, sabiéndolo agente perverso, contra él descargue el ímpetu de su poder ahora apersonado de la defensa del Estado en las guerras de Chipre para lo cual luce irremplazable.

Recientemente leemos en Stephen Lessenich en su libro La Sociedad de las Externalidades un resumen del estado del arte: “(…) Somos parte activa de la imposibilidad de superar el capitalismo, porque lo tenemos interiorizado. Y esa es la verdadera traba para encontrar otro sistema” Estos son los ecos de los versos de Yago. Hasta acá está llegando el ruido ensordecedor de las pasiones desbordadas de Otelo y Desdémona. Estas pasiones son el eje del fluido libidinal en que se ha trocado el conflicto social. Hasta la institución paterna es sofocada y puesta en el asador.

Aunque Yago devela sucintamente las diferencias pormenorizadas entre su experiencia y arrojo, precisamente apropiadas para la guerra abierta en Chipre, versus la nulidad de Miguel Casio, éste es el escogido. Yago se ha quedado en un palmo de narices.
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Yago reconoce que la insidia del clientelismo ha llegado a tal que desprenderse de Otelo pondría en peligro los intereses del Estado. La guerra es inminente, es decir, siempre se suscitará la inminencia de la guerra o de un bien superior para justificar la destrucción ontológica de la sociedad. Existe en pleno, a la vista de todo el mundo una subversión de los poderes del Estado. Quienes están al mando ahora se nos imponen como imprescindibles so pretexto de la destrucción misma. Y esto es lo que una y otra vez se repite en los discursos que oímos a diario.

Para reflejar la condición de pérdida total buenos son los versos del llanto de Brabancio. Brabancio brama.

BRABANCIO: Es demasiado cierto el mal: se ha ido/y ya en el resto de mi triste vida/ solo amargura queda. Di Rodrigo, / ¿dónde la viste? ¡Oh desgraciada hija! / ¿Con el moro dijiste/ Quién aun quiere ser padre! ¿De qué modo supiste que era ella? Oh, me engaña/ como jamás pudiera concebir/¡Qué os ha dicho? ¡Que traigan más antorchas! / ¡Que se levanten todos mis parientes/ ¿Creéis que se han casado?

Estos son versos de auténtica desolación. Es un desgarramiento hasta las carnes. Brabancio no entiende, no comprende, no razona, su pena no lo deja si no caer en más y más zozobra. Su despeñadero apenas se está abriendo y el boquete que se asoma lo horroriza. Pide más antorchas, pero quizás lo que quiere subliminalmente es que le traigan menos para poder seguir durmiendo su sueño interrumpido.

Implora más noticias que no quiere conocer y se autolacera aunque todavía se conduela de su hija. No quiere ser padre pero no puede dejar de serlo y nunca querría serlo de mejor manera. ¡Cuánta ignominia! Brabancio de alguna manera aventura la desaparición del futuro: para el resto de su vida solo ostentará amargura. La sociedad corrupta hasta su médula ondea y es bandera dolorosa en los versos de Shakespeare. Brabancio tanto como la sociedad no encuentra solución.

La irreversibilidad de la situación de Brabancio, es imposible una nueva virginidad para Desdémona parece leerse, no tiene el mismo calibre de la sociedad, es una metonimia donde se da la parte por el todo, los versos así lo coligen. Los versos son inmisericordes.
Lessenich el sociólogo alemán, apenas hoy, no espeta al oído: “El sistema produce ciertos sujetos que, aunque critiquen el capitalismo, tienen un interés intrínseco, en su día a día, en que las cosas sigan como están, porque nuestras posibilidades en la vida dependen de que el sistema en sí funcione. Los límites no son solo sistémicos, son también sociales”.

Eso por si solo podría justificar la naturaleza del llanto adolorido de Brabancio. Es la sociedad toda la que llora y gime con Brabancio. Por favor, más luz, implora. Haced teas encendidas aquí, allá, acullá. ¡A mí mi los míos! ¡Socorredme! Es el individuo Brabancio deshecho de su ser, de su intimidad más profunda y paternal, el que implora. La sociedad es una sola sombra de siniestras alevosías. El padre, ese Dios filial, que supuestamente sustenta el poder ha sido secuestrado.

Lessenich propone: “El primer paso hacia cualquier acercamiento a lo que podría ser una alternativa pasaría por un consenso en los países capitalistas industriales de Occidente. Por tanto, necesitamos espacios realmente democráticos en los cuales las personas intercambiasen lo que piensan y cómo podrían ser las alternativas que configurasen un nuevo sistema”.

La lectura de Otelo apenas en sus dos escenas primeras nos ha traído hasta desembocar en la crisis actual globalizada.

Obviamente si dejamos que el turbayismo reviva no estaríamos yendo en la dirección correcta. Seguiremos hurgando en Otelo, el Mercader de Venecia. La poesía es una ruta cierta. Por eso fue alejada de la conformación de la República.

Notas. La primera cita es de un análisis de Otelo encontrado en la red pero que no hace los énfasis que aquí se intentan. Las otras son entresacadas de una reciente entrevista del sociólogo alemán Stephan Lessenich aparecidas en El Tiempo.

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