¿Por qué no me gustan las Mañanas Blu?

¿Por qué no me gustan las Mañanas Blu?

Un ciudadano se va lanza en ristre contra Néstor Morales y los demás panelistas del programa radial

Por: Daniel Alejandro Páez
mayo 27, 2019
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¿Por qué no me gustan las Mañanas Blu?
Foto: Instagram @bluradio

Todos los días, los integrantes de la mesa de Mañanas Blu toman los micrófonos para envenenar la mente de los colombianos. Y lo hacen con una serie de rasgos característicos que patologizan la salud mental y el bienestar de los oyentes.

Los panelistas son Néstor Morales, Nicolás Uribe, Aurelio Suarez, Paola Ochoa, Felipe Zuleta, Hector Riveros, Álvaro Forero, el padre Linero, Luz María Sierra, entre otros. Cada uno de ellos tiene un estilo particular con el que enferma la concordia de los colombianos, pues, entre otras cosas, están incentivados por quienes los contratan para formar la opinión de los ciudadanos, sobre todo a la hora de elegir a sus gobernantes. Ya la tesis de Malcolm X lo decía bien “Si no estáis prevenidos ante los medios de comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido”. Bien, pues para ser más precisos, daré una descripción global de las características de su discurso y cómo, cuando estos llegan a los oídos del ciudadano, lo enferman.

Néstor Morales: Prepotente, arbitrario, autoritario en su actitud y cortante y agresivo en su conducta, pero más allá de eso, no importa el tema, por ejemplo: Un gato se quedó atrapado en un árbol en Barranquilla, encuentra la forma de culpar a Petro y a los petristas. Su intención es dirigir a la opinión pública hacía el odio al líder de la oposición más importante del país.

Nicolás Uribe: En reiteradas ocasiones me he comunicado con él para tratar de que alivie su conector muletilla, “luego”. Y no es algo menor, porque más que una palabra, habla de la poca profundidad léxica e intelectual que poseen quienes tienen la ilusión de estar siempre en lo correcto, pues no tienen miras distintas a las que su ideología les convoca, en este caso, el conservadurismo. Es así como con un español amplio en conectores, tales como “de manera que”, “así las cosas”, “a su vez”, “entonces lo uno o lo otro”, él se decanta siempre por el mismo, haciendo de sus intervenciones un círculo vicioso de un lenguaje monótono y empobrecido léxicamente pero rico en dogmatismo ideológico. Aclaro, que no está mal tener una ideología, pero el dogmatismo no es amigo del debate y la argumentación.

Gustavo Riveros: De una postura liberal progresista, se somete sumisamente a la opinión de la mayoría de sus compañeros. Es débil defendiendo sus ideas y convicciones que en mucho chocan con las de la mesa y muchos oyentes, pero lejos de asumir una conducta honorable consigo mismo, se arrincona y cede ante la presión. Esto sucede cuando se trata de hablar del sistema de justicia, de Peñalosa, de Petro, de Venezuela, de Mockus, de Claudia López, donde al unísono hay consenso y él, como persona muy inteligente que es, encuentra los vicios del discurso, intenta desplegarlos, pero ante las primeras críticas se repliega e incluso cambia de opinión.

Paola Ochoa: Pareciera ser el estereotipo de jovencita superficial de centro comercial. En una época en donde la sociedad cada vez conoce más la profundidad intelectual de las mujeres, calladas por siglos de opresión masculina, las palabras y análisis de esta panelista son regresivos. Por ejemplo, ante los problemas de gran complejidad como los constitucionales, políticos, económicos, administrativos, sociológicos, filosóficos, epistemológicos, etc. Como son las objeciones del presidente Duque a los seis puntos de la JEP, sus opiniones versan en el siguiente tono: “¿Y será que los senadores quieren enemistarse con Duque como los niños en el colegio?, ¿por qué, mejor, no hacen las pases, en vez de dar ese ejemplo?”.

Felipe Zuleta: Es uno de los casos más graves, pues hace mucho dejó el interés por su trabajo, hace mucho está aburrido de vida. Sus intervenciones no son opiniones, críticas o quejas, mucho menos argumentos, son “golpes al tablero”, “patadas a la mesa”. Su intención es destruirlo todo, no le gusta nada, ni defiende a nadie, no profundiza, ni intenta deliberar, lo que intenta es enfrentarse al mundo despreciable que sus ojos ven. Naturalmente, destila odio. Es el Trump del periodismo colombiano.

Álvaro Forero: A pesar de ser un periodista con una postura ideológica neoliberal, lo que reitero, es perfectamente legítimo y está bien, es quizá el que menos envenena. Sus intervenciones son claras, oportunas, complejas, acertadas y asertivas. Es el estadista sano de la mesa.

El padre Linero: Es difícil no tenerle simpatía a un sujeto tan carismático, es honesto y promueve deseos de vínculos sanos y afecto. Todo eso es bueno, pero el padre tiene un pecado, peca de ingenuidad, se moviliza con las opiniones de la mesa que en mucho contradicen las de cientos de oyentes afectados por el sistema bancario, Peñalosa o Duque, y sin embargo, sus críticas son débiles o se pliega a lo que digan sus compañeros tomando distancia de la sociedad vulnerable que dice defender y de lado de los opresores.

Luz María Sierra: De una clase social alta, expone un lenguaje excluyente. Semejante a su compañera Paola Ochoa, es retardataria, imprime de ideología su labor periodística. Hacia los que no adhieren a las tesis del gobierno, asume una posición doctrinaria. Son conocidos sus vínculos con la alcaldía de Peñalosa, lo cual tampoco es malo, pero ella lo oculta para que no se ponga en duda su objetividad o transparencia, pero eso que calla, es lo que está mal, le ha quedado difícil defender a sus aliados de la alcaldía, pero tampoco los crítica. No critica con dureza sus fallas de Peñalosa como lo hace con Petro. Es la típica madame señorial que, bajo un manto de supuestas buenas costumbres, esconde su desprecio al mundano del pueblo que la escucha.

En síntesis, los colombianos menos atentos entregan sus oídos y se llenan de odio persuadidos por la cortinilla de las seis de la mañana que dice: “El periodismo no tiene apellidos, es totalmente honesto, se identifica con la verdad, sin exageraciones”. Muchos creen que lo que escuchan más que una interpretación subjetiva de personas con ideología homogénea, es una transcripción estricta de la realidad, llevándolos a esgrimir las mismas opiniones tóxicas en la familia y el trabajo, contaminando a los demás compañeros. Y, como dije al principio, somatizando el estrés crónico que produce vivir en medio de la promoción del odio y el resentimiento.

Pareciera sano, entonces, cambiar el dial o escucharlos con crítica, sabiendo qué es lo que se está consumiendo, como cuando se sabe las consecuencias del alcohol si no se le pone límites, pues, a largo plazo, deteriora la salud propia y la de los demás.

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