Por qué no me gocé el Carnaval de Barranquilla

Por qué no me gocé el Carnaval de Barranquilla

Carta abierta al alcalde Char, a los organizadores del evento y a los barranquilleros, a propósito de la fiesta que ahora se vive en La Arenosa

Por: Claudia Quintero
febrero 12, 2018
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Por qué no me gocé el Carnaval de Barranquilla
Foto: La Cháchara

Soy rola, muy rola… afanada, desconfiada, cacheticolorada y me encanta mi ciudad (no su alcalde). El año pasado tuve la oportunidad de vivir el Carnaval de Barraquilla. Fui con mucha ilusión, pues quería ser parte de tan renombrado evento, patrimonio inmaterial de la humanidad; el colorido de los trajes, la alegría de la gente y sobre todo la danza me llamaron siempre la atención.

Me fui con otros 2 rolísimos a vivir esta experiencia. Dieciséis horas después de salir del centro de Bogotá llegamos a La Arenosa, una ciudad de la que he sido visitante ocasional desde hace más de 10 años y que en el 2017 me recibió con importantes obras de infraestructura y una belleza que, honestamente, solo se logra al nivel del mar. Mi ilusión: Carnaval de Barranquilla, quien lo vive es quien lo goza. Por mi “condición rola” me recomendaron comprar palco, yo no estuve de acuerdo, pensé que el Carnaval se vivía en la calle, con la gente… pero debo confesar que la experiencia fue catastrófica y la desilusión, inmensa.

Esta misiva no tiene como fin criticar, sino concientizar a los barranquilleros y ojalá a sus dirigentes de la responsabilidad que tienen al ser anfitriones de un evento que nos representa ante el mundo. Para empezar, por mi “condición rola” me recomendaron comprar palco, yo no estuve de acuerdo, pensé que el Carnaval se vivía en la calle, con la gente… pero debo confesar que la experiencia fue catastrófica y la desilusión, inmensa.

¿Qué pasó? Bajo 39 grados de temperatura el taxi nos dejó a unas 5 cuadras de la vía 40, el Carnaval se sentía en los antejardines de las casas, en las ventas ambulantes, en los disfraces, en ese bullicio ensordecedor que nos obligaba a comunicarnos solo con la mirada porque hablarnos era imposible. ¡Qué experiencia!, pensé.

Al llegar a la vía 40 el gentío se hizo insoportable, ríos de gente se colaban en el minúsculo espacio que dejaron en la parte trasera de los palcos. ¿Quién diseñó esto?, pensé. Nos abordaban vendedores de todo tipo de productos, los que yo más atendía eran aquellos que ofrecían boletas para los palcos. ¡Tenemos que entrar a un palco!, pensé. Cuando abordé a uno de ellos, la boletas tenían precios absurdos (desde $200.000 hasta $300.000) en comparación con el que ofrecía la página del Carnaval. El costo era muy alto, pero pensamos en pagarlo por el gentío, el calor y la suciedad que nos rodeaba. Sin embargo, después vino lo peor: pude ver personas, turistas nacionales y extranjeros en la entradas de los palcos reclamando su derecho a entrar con boletas falsas que habían adquirido en la calle, el personal solo atinaba a indicarles que los habían robado… pero los que robaban estaban justo frente de ellos, en la calle decenas de personas vociferaban “palco, palco, palco” , frente a organizadores y policía; ahí mi primera alerta.

¡Qué desorden y qué vergüenza!, pensé. Continuamos nuestra búsqueda para encontrar un lugar y ver el desfile. “Sillas, sillas, sillas” escuchamos. ¿Cuánto?”, preguntamos casi insolados por un calor insoportable para los cachacos. “$50.000”, nos dijeron. ¡Cincuenta mil pesos por una silla Rimax! A la que ademas tendríamos acceso después de pasar por encima (literalmente) de 10 personas porque el hacinamiento era evidente. Preguntamos en otros lugares y el precio no bajaba de los $40.000. Los gritos continuaban. Los vendedores, revendedores y la basura bajo ese calor infernal finalmente nos derrotaron y volvimos a casa.

Mis amigos barranquilleros nos dieron mil explicaciones y nos advirtieron que habíamos ido demasiado tarde, por lo tanto, al día siguiente me senté desde las 10:00 a.m. en mi silla Rimax por $10.000 pesos. La señora de la carpa, con toda la amabilidad nos ofrecía comidas y bebidas. Hacia el mediodía la calle se llenaba de nuevo: gente, comida, vendedores y mucha basura. Después de algunas cervezas, necesitaba un baño, pensé encontrarme con algunos baños públicos instalados por la Alcaldía, por ejemplo, pero no… había pequeños avisos que conducían a algún baño, finalmente me indicaron el baño: una caneca de pintura, encerrada en un cuartico improvisado con sábanas, ¡en medio de la calle! Estaba tan asqueada y preocupada por la salubridad de esta ciudad, por lo que pensarían los visitantes nacionales y extranjeros de mear en una caneca en la calle y a escasos metros de un río de gente. ¿Dónde desocupan la caneca?, ¿quién regula este Carnaval?, ¿dónde está la Secretaría de Salud?, ¿dónde está la Policía defendiendo a los turistas estafados?, ¿dónde está la organización de este evento masivo, público y de alto interés turístico?  Me pregunté todo eso desesperada mientras rezaba para que alguien no abriera la cortina de Piolín que me separaba del escarnio público.

Volví a mi silla y finalmente pude ver el alma del Carnaval, las cumbiamberas de todas las edades, la hermosura de sus vestidos, el orgullo con que los llevaban, el ritmo de los que bailaban mapalé y la sorprendente entereza al hacerlo bajo temperaturas que ni el mismo diablo aguantaría, los cantadores… eso que yo quería vivir estaba ahí, frente a mí.  Conté con la suerte de estar al lado de un palco porque, lamentablemente, los bailarines se preparaban para bailar con más entusiasmo cuando pasan por los palcos… por eso se les oye diciendo “palco, palco”, advirtiendo a los que vienen que deben bailar mejor y sonreír más. Lamentable, pensé y quizá también lo hicieron las dos francesas que estaban a mi lado, los paisas que estaban detrás de mí y unos cuantos rolos más, que no podían ver nada aun cuando habían pagado más de $30.000 por su silla.

No soy escritora, bloguera, ni nada parecido, entonces por qué decidí escribir esto, porque es necesario hacer un llamado urgente a las autoridades barranquilleras, en cabeza del alcalde, para que tomen cartas en el asunto. El Carnaval de Barraquilla es uno de los eventos más importantes del país, es el principal carnaval de Colombia, tiene una alta afluencia de público nacional y extranjero que merece contar con las garantías de seguridad, salubridad y logística adecuada. Como se maneja el Carnaval de Barranquilla hoy en día hace que este se convierta en un evento jerarquizado en el que para gozarlo necesitas mucha plata, un evento en el que los turistas no nos sentimos cómodos. A los rolos, gringos, europeos, asiáticos, latinoamericanos y cientos de visitantes de otros países les pega duro el sol y buscan comodidades básicas, precios justos para recomendar y revivir la fiesta.

Mis recomendaciones básicas: la Alcaldía y la organización del Carnaval deben ser responsables de la logística, deben ser quienes gestionen y administren palcos y carpas; el ingreso debe ser más organizado y contar con personal de logística y fuerza pública; deben instalarse baterías de baños públicos con la capacidad de atender al público asistente y que cumplan con los lineamientos de salubridad; sí a la venta de bebidas y comida, pero en espacios habilitados para tal fin, ¿quién no quiere tomarse una cerveza fría en carnaval?; no a la reventa de boletas, no a vendedores que abusan de los precios, no a la delincuencia que aterroriza a propios y visitantes. Por cierto, ¿dónde estaban los puestos de la Cruz Roja o Secretaría de Salud?

Señor alcalde y barranquilleros, su ciudad claramente está pensada para ser una ciudad internacional, de avanzada, con excelentes obras de infraestructura, es una ciudad muy bonita, ¿por qué no invertir en el evento cultural más importante del país y hacer que notas como esta nunca vuelvan a escribirse?

PD: Lo de rola era para contextualizar, pero de corazón hay mucho que Barranquilla podría aprender de Bogotá en organización de eventos públicos.

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