Por qué le perdono a Vargas Llosa todas sus estupideces

Por qué le perdono a Vargas Llosa todas sus estupideces

El peruano pudo vivir lo suficiente para sentirse un escritor inmortal entrando a la Academia Francesa a días de protagonizar su novela rosa con Isabel Preysler

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febrero 11, 2023
Por qué le perdono a Vargas Llosa todas sus estupideces

Esta semana un profesor de literatura le preguntó a sus alumnos de primer semestre en una universidad española quien era Mario Vargas Llosa. La mayoría contestó que era el novio de Isabel Preysler. Desde el 2015, cuando el Nobel decidió acabar con los cincuenta años de matrimonio que tenía con su prima Patricia Llosa, y se embarcó en el turbulento barco de Isabel Preysler, pasó a ser una figura más de  la sociedad del espectáculo, esa que él odio tanto, a la que le dedicó uno de sus ensayos más vendidos. Hasta apareció en un Master Chef. Era algo surrealista pero propio de un provocador innato como siempre ha sido el cabo Varguitas.

Es difícil encontrar a alguien tan comprometido con su disciplina, alguien con su capacidad de trabajo. Y eso que pertenece a una generación de locos entregados a la literatura. Sus amigos, García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, eran más vitales. Vargas Llosa se parece más a Borges, entregado de lleno a los libros. Pero era víctima de su guapura y encanto. Y él quería vivir una de esas pasiones a lo Julian Sorel, tumultuosas, apocalípticas y su corazón era tan fuerte, producto de cuarenta años de trotar cada mañana ocho kilómetros, tenía el aguante para soportar una ruptura emocional a los 79 años. Lo de Isabel Preysler era una locura que él necesitaba para el combustible de su nuevo libro, uno en el que revelará los secretos de una pasión tardía con alguien que no se parecía a él, que no vivía para él.

Con su hija Morgana arribando a Paris

Egoísta de imaginación afiebrada, ¿Quién quiere vivir con un artista? ¿Quién quiere aguantarse la sicopatía del último gran novelista vivo en lengua castellana? Pobre Isabel, acostumbrada a los focos, a los flashes, a que los hombres murieran por ella tener que aguantarse los caprichos de un abuelito cascarrabias que lo único que quería era que lo arroparan antes de irse a dormir y le dejaran resueltos todos los problemas prácticos de la vida para él dedicarse a sus preocupaciones divinas de autor consagrado. No, era demasiado lindo para parecerse a Borges, el único escritor que él envidia. Ahora, cuando está a punto de entrar a la inmortalidad de las letras francesas, debe arrepentirse de todo el tiempo que perdió cuando cedió al poder que las pasiones siempre ejercieron en él. Le gustaba tanto la novela del siglo XIX que siempre quiso estar en una de sus tramas. Siempre, incluso a sus 86 años.

Cuarenta y cinco años tuve que vivir para darme cuenta que la gente de izquierda es vaga y mentirosa. Y radical. Los de izquierda son fachos. No es ninguna contradicción. Los extremos están condenados a los besos anales. Descalificar la obra de alguien tan desprejuiciado como Vargas es una solemne estupidez. Todo porque el man leyó en ayunas a Popper y le gustaba tanto la libertad que no concebía la economía de otra forma. Pero bueno, no quiero quemarme defendiendo la visión de gobernar de Vargas y eso que me he leído como cinco veces sus memorias, El pez en el agua.  Es injusto que acá se pretenda minimizar la obra de Vargas Llosa sólo porque pasó dos navidades en la casa de Enrique Iglesias y Ana Kournikova en Miami, o porque creyó en algún momento que Uribe era el verbo encarnado o porque vivió demasiado. Vivir demasiado te hace culpable. La historia adora los cadáveres hermosos.

Vargas tenía un sueño en el Leoncio Prado, cuando prestaba servicio militar en Lima, cuando era un perro, irse a vivir a París. Y lo logró. Vargas Llosa es la leyenda para todos los escritores de provincia que alguna vez quisieron ser estrellas de la literatura en París. Y por eso, hoy la mira de frente. Esta es la foto de Napoleón mirando a las pirámides. Esta es la foto de un hombre que entró a la eternidad.

Cuenta Cabrera Infante que, cuando ambos vivieron una temporada en escribir durante los años sesenta, veía como las mujeres tocaban a la puerta del peruano y este las rechazaba con un seco “vístete” porque no admitía interrupciones a su trabajo. Aunque cuando lo asaltaba el demonio se dejaba fundir en el abrazo. Cuando recién dejó con Patricia y sus tres hijos Barcelona, lo hicieron en un transatlántico. Durante la larga travesía Vargas dejó a su familia para irse al camarote de una editora que le taladraba la cabeza y con la que coincidió en el viaje. Así de loco era Vargas siendo joven.

Los dos escritores que más han influenciado al peruano son Flaubert y Victor Hugo. Sobre este último Vargas recordó en un artículo en El País que, cuando se lanzó la segunda edición de los Miserables, una horda de fanáticos entró a la fuerza a una librería en París para quedarse con uno de los volúmenes. Esa época, en donde los literatos eran los rockstar, ha muerto –incluso ya no hay rockstar- Por eso es tan importante que Vargas Llosa, a los 86 años, siga dando guerra, que su fama trascienda más allá de lo literario ya que, desde que escribió a comienzos de este siglo La fiesta del chivo, no ha escrito nada importante, es vital para la buena salud de la literatura. Así que hay que celebrar a Vargas Llosa no sólo en sus novelas de ficción sino en su trepidante historia real que, parece, se abre a la reconciliación final con esta foto que publicó su hijo Álvaro en su cuenta de Twtiter:

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