Por qué Irán quería tanto al general asesinado por Trump

Por qué Irán quería tanto al general asesinado por Trump

Soleimani se había convertido en un héroe nacional. Su funeral movilizó al país entero y lo puso en pie de guerra contra Estados Unidos

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enero 07, 2020
Por qué Irán quería tanto al general asesinado por Trump

Le llamaban “el comandante de las sombras”. Como líder de la Fuerza Quds [“Jerusalén”, en árabe y persa], encargada de las operaciones de la Guardia Revolucionaria en el extranjero, Qasem Soleimani era uno de los hombres más poderosos de Irán. Y también de los más respetados. Esta madrugada, un ataque aéreo de la fuerza estadounidense ha conseguido interceptarle en el aeropuerto de Bagdad, poniendo fin a una dilatada carrera militar iniciada en la guerra contra Irak y que le había llevado a ejecutar operaciones en prácticamente toda la región, de Afganistán a Líbano.

Sus inesperadas apariciones públicas en diferentes frentes, en Irak y Siria, en una especie de juego del gato y el ratón con los servicios de inteligencia occidentales, le habían convertido en una suerte de supervillano de película. Incluso su muerte, en un aeródromo de un país prácticamente en guerra y acompañado por un alto cargo de una milicia, contribuye a esa leyenda.

EE. UU. le culpa —y es muy probable que no ande muy errado— de los últimos ataques y hostigamientos contra bases e instalaciones estadounidenses en la región. Para entender el papel de la Fuerza Quds, una auténtica organización de elite encargada de expandir la influencia de la Revolución Iraní fuera de sus fronteras, hay que pensar en una mezcla entre la CIA y las Fuerzas Especiales. En 2018, el general Joseph Votel, entonces comandante del Mando Central estadounidense (CENTCOM) al cargo de las operaciones en Oriente Medio, lo expresaba así: “Dondequiera que uno vea actividad iraní, se ve a Qasem Soleimani. Sea en Siria, sea en Irak, sea en Yemen, él está allí y lo está la Fuerza Quds, la organización que lidera, que creo que es la principal amenaza tal y como lo vemos, y una de las principales que están llevando a cabo estas actividades desestabilizadoras”.

El hombre querido por todo Irán

Soleimani, de 62 años, era una de las piezas clave de la proyección exterior de Irán. “Era más importante que el presidente, hablaba con todas las facciones en Irán, tenía línea directa con el Líder Supremo y estaba al cargo de la política regional de Irán. No se puede ser más importante e influyente que eso”, afirma Dina Esfandiary, especialista en Irán en el think tank Century Foundation, en declaraciones al diario 'The Guardian'. Su popularidad es tal que incluso protagonizó una película de animación en 2017, “La Segunda Batalla del Golfo Pérsico”, que relataba una ficticia victoria bélica iraní ante una invasión estadounidense.

Soleimani nació en una humilde familia de granjeros en Rabor, en el este de Irán, en 1957. Su odio al régimen del Sha se gestó pronto: a los 13 años fue obligado a marchar a una ciudad vecina para trabajar y pagar las deudas de su padre con el Gobierno. Cuando llegó la Revolución Iraní, participó en las algaradas callejeras y tras la victoria del Ayatolá Jomeini se unió al Pasdaran, el Cuerpo de la Guardia Islámica Revolucionaria establecido para impedir una contrarrevolución. No tardaría en entrar en acción, tomando parte en la supresión de una rebelión kurda en el noroeste de Irán.

Después de que Saddam Hussein lanzase una invasión contra territorio iraní en 1980, Soleimani fue arrastrado a la devastadora guerra contra Irak que azotó el país durante casi una década. No tardó en destacar por su valor, especialmente en arriesgadas misiones de reconocimiento tras las líneas iraquíes. Fue nombrado comandante de la 41ª División, que operaba en el frente sur y resultó seriamente herido en una batalla decisiva. Pero eso no hizo más que aumentar su determinación.

Tras el conflicto, fue puesto al cargo de la lucha contra el narcotráfico proveniente del vecino Afganistán. Sus éxitos en las operaciones antidroga —que a menudo implicaban intensas batallas a tiros con unos traficantes que se enfrentaban a la pena de muerte— y su notoria lealtad a la causa le convirtieron en el candidato perfecto para liderar la Fuerza Quds, cuyo mando asumió en algún momento entre 1997 y 1998.

Su condición de halcón quedó reafirmada en 1999, cuando una serie de manifestaciones estudiantiles pusieron contra las cuerdas al Gobierno del reformista Mohamed Jatamí. Soleimani firmó junto a un grupo de altos oficiales una carta en la que instaba al presidente a poner fin a las protestas, o de lo contrario el ejército tomaría cartas en el asunto, con todas las consecuencias. La breve “primavera iraní” de final de siglo quedaba así abortada de raíz. Miembros de la Fuerza Quds, además, ejercieron un importante papel como asesores en las operaciones de guerrilla de Hizbulácontra el ejército israelí que ocupaba el sur de Líbano, y cuyo desgaste condujo a su retirada en 2000.

El día que empezó a odiar a EE. UU.

Soleimani, sin embargo, podría haber sido un elemento estabilizador. Tras el 11-S y la invasión de Afganistán, Irán abrió una ventana de cooperación con EE. UU. contra los que consideraba sus enemigos comunes, los talibanes. Soleimani fue uno de los negociadores que compartía información de inteligencia regularmente con Ryan Crocker, por aquel entonces segundo responsable de la Embajada de EE. UU. en Kabul. Sin embargo, todo cambió el día que, sin previo aviso, el presidente George W. Bush mencionó a Irán en el “eje del mal” durante una intervención pública. “Una sola palabra en un discurso cambió la historia”, explicó Crocker años después en una entrevista.

Soleimani se sintió personalmente traicionado: los americanos, concluyó, no eran de fiar. Y cuando EE. UU. invadió Irak, la Fuerza Quds estuvo al frente de los esfuerzos por armar y entrenar a la insurgencia local y crear problemas a los estadounidenses. La lógica estaba clara: cuanto más empantanados estuviesen en Irak, menos opciones tendrían de lanzar una operación similar contra Irán o su aliada Siria.

En 2010, en medio de la campaña —presumiblemente israelí— para asesinar a científicos nucleares iraníes, la Fuerza Quds inició una campaña de represalias contra objetivos israelíes y estadounidenses. Según los servicios de inteligencia occidentales, Soleimani orquestó una treintena de atentados o tentativas en lugares tan dispares como Bangkok, Nueva Delhi, Lagos y Nairobi entre 2010 y 2013, incluyendo un plan para reclutar a miembros de un cártel de la droga mexicano para asesinar al embajador de Arabia Saudí en Washington.

A partir de 2012, después de que Irán decidiese implicarse plenamente en la guerra de Siria, Soleimani empezó a viajar regularmente a Damasco para supervisar en persona el curso del conflicto, coordinando tanto a los miembros de las Fuerzas Quds como a Hezbollá y a las milicias chiíes organizadas por Teherán. Llegó incluso a plantarse por sorpresa en Moscú para negociar, entre otras cosas, el uso de bases iraníes por parte de la fuerza aérea rusa.

La emergencia del Estado Islámico, cuya determinación a la hora de asesinar chiíes es notoria, supuso a la vez una seria amenaza y una oportunidad para Irán. Reforzando su reputación como Pimpinela Escarlata de la inteligencia iraní, aparecía aquí y allá Soleimani, visitando a los combatientes respaldados por Teherán en un frente para presentarse dos días después en la otra punta de Oriente Medio.

¿Declaración de guerra?

Irán puso todo su empeño para formar a las milicias locales en Irak, como las Fuerzas de Movilización Popular y Kataeb Hizbulá, que permitiesen hacer frente a los yihadistas, pero que se convirtieron en un importante vector de poder regional desde 2014. Notorias por su crueldad, estas milicias han servido para afianzar la influencia iraní más allá de sus fronteras, tanto a la hora de reprimir las protestas contra los aliados locales de Teherán como de hostigar a las fuerzas estadounidenses sobre el terreno. El choque frontal con EE. UU., tal vez, era mera cuestión de tiempo.

Hace año y medio, Soleimani publicó un mensaje en el que, de uniforme y apuntando con el dedo, amenazaba al propio Donald Trump. “Señor Trump el apostador, le digo, sepa que estamos cerca de ustedes en lugares donde no creen que lo estemos. Ustedes empezarán la guerra, pero la terminaremos nosotros”, decía en el vídeo.

El trabajo de Soleimani era tan peligroso que el Ayatolá Alí Jameneí, Líder Supremo de Irán, le había descrito como un “mártir viviente”. Pero Soleimani seguía controlando personalmente los teatros de operaciones, tal vez confiando en que su relevancia y su alto perfil le otorgaran cierta protección: su muerte, sin duda, tendría consecuencias inimaginables y desataría unas represalias que sus adversarios probablemente preferirían evitar. A diferencia de los líderes de Al Qaeda, Osama Bin Laden, y del Estado Islámico, Abu Bakr Al Bagdadi, cuyas organizaciones eran universalmente consideradas como terroristas, Soleimani contaba con el pleno respaldo del Estado iraní.

Acabar con él sería lo mismo que declararle la guerra a Irán. Pero eso, exactamente, es lo que acaba de pasar.

* Artículo publicado originalmente en El Confidencial, bajo el título EE. UU. mata al nº2 de Irán: vida y muerte de Soleimani, el "comandante de las sombras"

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