Por qué es tan difícil confiar en Petro
Opinión

Por qué es tan difícil confiar en Petro

Petro despierta pasiones, mueve masas, pero si en Bogotá Humana demostró que no cumple lo que ofrece, si la ley en sus manos se acomoda a sus caprichos, cómo darle la confianza

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marzo 01, 2018
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Por estos días hay conmoción en el mundo político. Petro va punteando en las encuestas y los analistas se devanan los sesos tratando de entender cómo es posible que la persona con mayor imagen negativa tenga ese registro.

Petro tiene a su favor un verbo elocuente y una capacidad innata de leer las expectativas de su auditorio, en consecuencia se conecta en forma envidiable con cualquier multitud. Dice a la gente lo que la gente quiere oír, interpreta bien sus expectativas, conoce sus emociones. Sabe que la mayoría de los habitantes quieren acabar la corrupción en la vida pública y eliminar la pobreza. Es un programa simple que pega, tiene fuerza y él está ahí como enviado por la providencia para hacerlo realidad. Con ese propósito  despierta pasiones, mueve masas, se comporta como un populista a carta cabal.

A su quehacer el exalcalde bogotano ha incorporado los recursos de la tecnología. Si los posibles votantes no hacen presencia en los eventos que organiza, si se siente agredido o menospreciado, el asunto tiene inmediato  remedio. Los mensajes y troles despachados desde sus cuarteles  inundarán las redes sociales para presentar una realidad peculiar, acomodada, en la cual todo conduce al triunfo apabullante de este autoproclamado paladín del pueblo.

No puede negarse que Petro tiene méritos. Fue un congresista aplicado y denunció con valor civil las corruptelas de la administración distrital encabezada por Samuel Moreno. Pero el paso posterior por la alcaldía distrital pondría al descubierto sus facetas obscuras. Los contradictores le acomodaron calificativos oprobiosos, acaso exagerados, pero más allá de esta circunstancia debe aceptarse que el personaje dejó una estela de frustración y sombra tras su experimento de la Bogotá Humana.

Para comenzar los cuatro años de aquel mandato estuvieron signados por la ineficiencia. Según informaciones de la Contraloría Distrital a finales de aquella administración aún quedaban obras inconclusas por cerca de un billón de pesos. Esto sin contar con que el metro estaba en veremos; la construcción del Transmilenio por la Avenida Boyacá no se había iniciado; solo se había adelantado la mitad del Metrocable y un tercio de las ciclovías; apenas se contaba con tres de los diez y seis puentes peatonales comprometidos, y de las once obras por valorización únicamente dos estaban materializadas.

Según la misma Contraloría en el campo de la educación el proyecto Petro resultó decepcionante. De los ochenta y seis colegios ofrecidos se habrían terminado diez, y de los 405 jardines  apenas cincuenta y siete. Situación similar habría acontecido con la salud: se concluyeron tan solo diez y seis de las 127 obras comprometidas. En materia de vivienda el incumplimiento rozaría lo inaudito. De setenta mil viviendas proyectadas escasamente se construyeron unas tres mil.

 

Durante su alcaldía el 96 % de los contratos del distrito
fueron efectuados en forma directa, sin licitación.
Esto significa que más de veinte billones se asignaron a dedo

 

Pero peor que la ineptitud son motivo de preocupación las mañas contractuales aplicadas en aquel período. Según lo expresara el Contralor Juan Carlos Granados durante aquel mandato el 96 % de los contratos del distrito fueron efectuados en forma directa, sin licitación. Esto significa que más de veinte billones se asignaron a  dedo.

Dirán que esta “contratadera” estuvo conforme a la ley y eso puede ser cierto. Pero el punto es que quien aspira a liberar a Colombia de la mermelada, las maturrangas y la devastación del erario público tendría que ser capaz de ir más allá de lo formal. Debería obrar de manera coherente implantando prácticas que garanticen la transparencia y la pulcritud en el manejo de los intereses colectivos.

Dirán también que la incapacidad para administrar con eficiencia y cumplir los ofrecimientos de campaña es cuestión de poca monta. Pero quienes piensan así están equivocados: la pobreza se derrota con gestión pública competente, productiva, eficaz. No con dádivas ni con subsidios que corrompen, degradan y llevan al elector a depender del gobernante. Al igual que del amo  depende el perro.

El concepto de legalidad que tiene el candidato nacido en Ciénaga de Oro, Córdoba, también es peculiar. Las leyes en su parecer son cuerpos líquidos, fluidos, acomodables según sus particulares intereses o proyectos. Así lo demostró en el caso de la recolección de basuras de Bogotá; así lo dejó claro al comenzar esta semana cuando quiso  presionar a la Registraduría para que en la consulta de la izquierda haga registros digitales que no están autorizados por las normas vigentes.

Si en algo de tanta envergadura como la Bogotá Humana Petro demostró que no cumple lo que ofrece; si la ley en sus manos es objeto de interpretaciones y se acomoda para dar rienda a sus caprichos, es muy difícil darle nuestra confianza. El voto por él sería apostarle a un futuro impredecible.

A estas alturas me atrevo a plantear una hipótesis. Petro sigue creciendo y en ello cuenta con un apoyo inusitado. Es el de los candidatos que representan al  establecimiento y a los partidos tradicionales. La mayoría de ellos gastan su tiempo en agresiones recíprocas, sacándose los cueros al sol y no ponen su atención en el contendor verdadero. Mientras tanto el de la Colombia Humana sonríe y se afianza en el primer puesto.

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