Por juzgar se pierde la oportunidad de explicar

Por juzgar se pierde la oportunidad de explicar

Reflexiones heterodoxas sobre el pasado domingo 26 de agosto

Por: Esteban Morales Estrada
septiembre 03, 2018
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Por juzgar se pierde la oportunidad de explicar
Foto: Leonel Cordero / Las2orillas

Federico Nietzsche habla de momias conceptuales en su texto El crepúsculo de los ídolos refiriéndose a la propensión que tienen los filósofos y que tenemos los historiadores a matar lo dinámico, lo móvil y lo impredecible del devenir normal de todo proceso fáctico o de pensamiento, y entre muchas cosas, también advertía sobre los problemas y peligros de “confundir lo último con lo primero”. Es en ese sentido precisamente que podemos analizar un fenómeno negativo que se está dando cotidianamente, y que tiene que ver con un impulso o tendencia fuerte de echar la culpa y de desembocar todo proceso de la historia reciente del país en un personaje: Álvaro Uribe, que parece ser omnipotente según muchos analistas de ocasión, y críticos de redes sociales. Lo anterior no hace más que reforzar, o más bien es otro capítulo de una costumbre monocausal que hace poco, Francisco Gutiérrez Sanín, denunciaba en su columna de El Espectador: todo lo malo después de 1974 es culpa del Frente Nacional, mostrando otro caso similar de lo que pretendo resaltar.

El hecho es que se ha vuelto costumbre simplificar y esquematizar (al mejor estilo de la izquierda acrítica de los años 70s) la compleja y contradictoria historia colombiana post-frentenacionalista. Para muchos todo es culpa o desemboca en Uribe, y parece que nuestro atormentado y caótico trasegar político como república no hubiera empezado en 1810 sino en 2002.

¿Es acaso nuevo o reciente el conservatismo del pueblo antioqueño, de sus élites y de sus prácticas? No, tiene raíces decimonónicas. ¿Es nueva o reciente la corrupción del Estado y el clientelismo político? No, y tiene profundos antecedentes en el gamonalismo y los llamados “jefes naturales”, “regionales” y el caudillismo del siglo XIX, donde hubo redes de poder que, a cambio de respaldo, apoyo e incondicionalidad, dieron favores a través y por fuera del precario Estado. ¿Es nuevo o reciente el rechazo a la izquierda por grandes sectores de la población? No, y hay que tener en cuenta que es mucho lo que se ha avanzado desde la década del 60, cuando la izquierda no constituía una opción de poder porque sacaba ínfimas votaciones, o no creía en el sistema electoral y actuaba de forma clandestina e insurreccional. ¿Son nuevos los nexos entre políticos y estructuras armadas paralelas al Estado? No, los llamados pájaros conservadores son un caso de hace 60 años, con aspectos similares, igual que la formación de bandas antigobiernistas en el siglo XIX al mando de algún notable del sistema bipartidista. ¿Es culpa de Uribe exclusivamente lo sucedido el pasado domingo 26? No, hay otros factores que influyeron, como los que acabé de mencionar: la propensión al caudillismo y al autoritarismo de vastos sectores, por ejemplo, o el regionalismo presente en algunas zonas aún como sombra, o relato simultáneo del poder nacional. Son en últimas, procesos de larga duración, teniendo en cuenta el término de Braudel, porque tienen sus raíces profundas en la Colonia; y no se trata de devolvernos 500 años para analizar todo, sino de no construir interpretaciones fáciles y unívocas.

Lo más sensato sería, siguiendo a Erich Fromm, enfocarnos en explicar la compleja psicología del uribista promedio, entendiendo sus particularidades, en lo que tiene que ver con la personificación de algunos de los aspectos de la cultura popular, en su vertiente negativa, en Uribe y su discurso. En ese sentido, toca iniciar por cambiar la pregunta: ¿Por qué Uribe cala tan fuerte en grandes sectores? y reemplazarla por, ¿Por qué grandes sectores son proclives a sus ideas?, cambio de ángulo que podría enriquecer y no esclerotizar el análisis y la producción académica sobre esto. Uribe representa de este modo la idea central del cuento Que pase el aserrador de Jesús del Corral, relato de hace más de un siglo que retrata al “vivo”, al “avispado”, al “despierto” que se mueve con base en la problemática consigna del “vivo vive del bobo” y del “todo vale”, que no son sino manifestaciones de la clásica conocida del “fin justifica los medios”.

Como Fromm nos decía magistralmente, muchos hombres entregan en manos de un caudillo mesiánico sus destinos, para que éste “resuelva” y los mantenga más “seguros” y “cómodos”. Lo anterior, sumado a una sociedad profundamente premoderna, o en medio de una postergación de la modernidad occidental —siguiendo a Rubén Jaramillo— como la nuestra, constituyen un coctel molotov a punto de explotar y detonar con grandes perjuicios, como lo vimos el domingo con la oposición apática y abstención importante a medidas democráticas de talante y visión progresista. Lo anterior debe prevenirnos en torno a una uribización de todas las causas del proceso social, o en otras palabras del propósito de explicar todo con base en Uribe y su figura, influencia y variaciones, cayendo en una prisión que anula el proceso histórico colombiano que debe —desde mi perspectiva— remontarse mínimamente al Frente Nacional (1958-1974), si lo que pretendemos es explicar el hoy de manera superficial, pero medianamente coherente en cuanto a la rigurosidad historiográfica y metodológica.

Algunos autores como Sven Schuster muestran la supresión oficialista de la reflexión histórico-crítica desde el temprano gobierno de Lleras Camargo (1958-1962) alrededor de La Violencia entre los conservadores y los liberales, que azotó y afectó al país por lustros, lo que muestra que esa manía de solo ver los procesos cercanos a nuestras narices es por lo menos algo para nada novedoso e innovador. Como afirmaba Althusser, no existe en definitiva una dicotomía principal que enruta el proceso histórico complejo y multidimensional, sino muchas pequeñas causas que influyen en los macroprocesos y viceversa. Por lo anterior, Uribe no es la causa de todo, sino un producto particular de ese todo.

Dejemos pues de lanzar las típicas y reiterativas afirmaciones criticonas —no críticas— que hacemos cotidianamente, reafirmando los mismos tópicos y reforzando lugares comunes y cacareados: “país de mierda”, “vergüenza nacional”, “una vez más el país desilusionó”, “es una de muchas batallas…”, “para que estas iniciativas no pasen se debe solo a que estamos ante un pueblo ignorante ” o “país corrupto que le gusta que lo tumben..” etc., más propios del mediocre Luis Carlos Vélez, que de un ciudadano crítico con el poder y propositivo a nivel político. Es inevitable recordar a Ernst Bloch cuando decía que por juzgar se pierde la oportunidad de explicar, no solo el uribismo, sino la apoliticidad de muchos ciudadanos que no salieron a votar. Comencemos solo cambiando la perspectiva.

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