Populismo en Europa frente al 26 de mayo

Populismo en Europa frente al 26 de mayo

¿Seguirá avanzando este fenómeno en las elecciones europeas? Los habitantes del viejo continente están hartos de tanto engaño. Soplan vientos disímiles y encontradizos

Por: Francisco Henao
mayo 08, 2019
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Populismo en Europa frente al 26 de mayo

El populismo se nutre de la crisis de la democracia que se encuentra en estado calamitoso. El número de ciudadanos con gobiernos populistas o donde colaboran en coalición ha aumentado en el conjunto europeo de 12,5 millones a 170 millones en la actualidad. Tendencia que arranca desde 2001, atentado Torres Gemelas, que generó sentimiento de inseguridad. Sí, hay miedo, tanto por la inmigración, como por la crisis del 2008 que ha desgarrado el tejido social. Este miedo es, además, aguijoneado por sectores políticos para obtener ganancias electorales. Su voracidad pasa por encima de cualquier consideración ética.

Veamos: Volendam es una villa portuaria al norte de Amsterdam, 35.000 habitantes. Sin rastros de inmigrantes, pero temen al islam. Uno de ellos, Don Caruso, de 75 años, dedicado a la venta de anguilas ahumadas junto al mar, vive preocupado por la pérdida de identidad. En el 2017, durante las elecciones de marzo en Holanda, él decidió votar por el ultraderechista, Geert Wilders. “Ahora llegan islamistas —dice Caruso— que viene a imponer sus leyes. Nos roban las tradiciones. Voy a votar a Wilders, es el único político que defiende a Holanda y su gente”. Sí, hay un miedo porque sí o porque no. En septiembre 2018, un cantón suizo votó prohibir el burka en el espacio público, el vestido femenino de países islámicos. En Francia se habla bastante de la crisis en torno a la identidad. Robert Ménard, alcalde de Béziers, afín a la extrema derecha, afirmó hace un tiempo que “ser francés es también ser europeo, blanco y católico”; claro, produjo estupefacción.

El clima político en Europa es de sentimientos encontrados. Se ve en París, Sevilla, Leipzig, Budapest, Varsovia, Viena. Los ciudadanos están desorientados, no ven que la democracia pueda remediar sus cuitas. Pasa el tiempo, cada vez peor. Los políticos enfrascados en sus ambiciones burocráticas. Hace cinco años, el primer ministro británico, David Cameron, cuestionaba a Jean-Claude Juncker que aspiraba —al final lo fue— a ser presidente de la Comisión Europea. El interrogante de aquel momento para cuestionar a Juncker era: ¿A usted quién lo eligió? El ciudadano lo que ve es que esos políticos lo que buscan es apropiarse del jugoso botín presupuestario; no que el costo de los medicamentos baje.

Interesante el planteamiento de la filósofa gala, Chantal Delsol, “el populismo de hoy nace desde el rencor: el pueblo se siente instrumentalizado por la democracia”. Es notoria la desafección política en Europa. El político con sus habituales promesas fallidas perdió el crédito ante el elector. El desprestigio es creciente. Asistimos, pues, a que ese político atornillado al poder ve que puede perder su canonjía, porque en sus propias narices, los populistas ganan adeptos, logran feudos que antes eran suyos, ven peligrar sus privilegios. ¿Qué hacen a renglón seguido?

Chantal Mouffe, politóloga y profesora de Teoría Política en Westminster, habla de la táctica de la estigmatización, usada por activa y pasiva por el establishment, y rechaza la dimensión peyorativa del término "populismo". Que se usa para vilipendiar, para mostrarlo como un boogeyman de aspecto siniestro, ante el cual sólo cabe, el no tomar caminos desconocidos, plagados de oscuridad. Aunque si el populismo gana curules, es por las llagas de los políticos tradicionales. Mouffe enfatiza en algo que no se puede perder de vista y que es tan evidente como la luna llena: la frontera entre la izquierda y la derecha se ha borrado progresivamente para dejar el lugar al consenso neoliberal. Las clases populares quedaron a la deriva, en una barquichuela agitada por vientos locos, dejada de la mano de la socialdemocracia, que se esclerotizó y a la que el poder le hizo perder su norte.

El caso más patético es la situación política alemana. La izquierda, SPD, y la derecha, CDU, casi que desde el final de la II Guerra, han gobernado, juntos, en coalición. Cohabitan de forma descarada. Tanto el uno como el otro, ni ganan ni obtienen mayoría en las elecciones, pero se arrejuntan, con el señuelo de un ‘gobierno estable’ y se reparten las cuotas burocráticas. Por tanto la ultraderecha de Alternativa para Alemania, AfD, tiene 91 sillas en el Bundestag, y un pronóstico de voto del 10% para las elecciones europeas del próximo 26 de mayo, con un programa por encima de las derechas y las izquierdas, de tintes conservadores en inmigración y política familiar y de tintes socialistas en lo económico y en asuntos sociales.

Resulta muy creíble la parábola de Michel Houellebecq, en su novela Sumisión, donde su personaje Mohamed Ben Abbes, del partido ficticio Fraternidad Musulmana, se convierte en presidente de Francia en 2022. Una vez en el poder, Ben privatiza La Sorbona y la convierte en universidad islámica, las mujeres van a clases con velos y con burka a comprar a Galerías Lafayette, se acaba la igualdad macho-hembra y triunfa la poligamia. Y que el profeta rija las relaciones internacionales francesas.

 

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