Popayán en un jugo de naranja

Popayán en un jugo de naranja

En un día caluroso cuatro personas sedientas toman asiento; a una de ellas le pareció buena idea un delicioso jugo de naranja natural. Ahí empieza el suplicio

Por: JAIR ALEXANDER DORADO ZUÑIGA
noviembre 16, 2021
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Popayán en un jugo de naranja
Foto: Pixabay

A propósito de trapos insalubres, una buena señora regenta una pequeña cafetería cerca al Centro Histórico. Es un día caluroso. Cuatro personas entran bulliciosas y sedientas. Para mala suerte de la propietaria no le piden nada embotellado, pues a una de ellas le pareció buena idea un delicioso jugo de naranja natural y los otros se antojaron. Y ahí empieza el suplicio.

El exprimidor es manual y las naranjas son pequeñas, duras y secas. La señora se pone a la labor con pesadumbre. Después de apachurrar varias naranjas, el esfuerzo y el calor empiezan a hacerle mella. Suda; de vez en cuando agarra un trapo que alguna vez fue blanco y se limpia la frente, pero en el arduo proceso, varias gotas se precipitan al jugo inexorablemente. Los clientes dejan de conversar. La miran de reojo. Hay tensión en el ambiente. El fragor del tráfico afuera en la calle es apenas un rumor lejano. Solo se escucha el cuchillo hincarse una y otra vez sobre la fruta y golpear la tabla. Cerca al mediodía el calor es implacable.

En este punto la señora realiza su máximo esfuerzo. No se va a rendir. Ni más faltaba. Sacará los cuatro vasos cueste lo que cueste. Pero el tiempo corre y la paciencia mengua. Las naranjas limpias y frescas de la nevera se agotan y todavía falta jugo. Ya no hay tiempo de lavar nada y las coge directamente de una costalilla que está en el suelo, bajo el lavaplatos. Ahora la mugre de las cascaras, el sudor y el trapo son todo uno. El color del jugo es de un amarillo grisáceo.

Finalmente lo logra. Enjuaga como puede unos vasos de cristal y sirve sus cuatro soberbios zumos en la mesa. Se seca el cuello, satisfecha y agotada. "Cuatro jugos de naranja natural", confirma. Los clientes se miran nerviosos; ahí está la robusta señora, de frente, implacable. Toma una vez más el trapo y ahora limpia la hoja del gran cuchillo empleado en la batalla. Se ve reluciente. Los clientes van vaciando sus bebidas lentamente, con ojos cerrados. Las gargantas se refrescan, ahhg. Pagan en silencio. Con las manos salpicadas de pulpa de fruta, ella les recibe el dinero y les devuelve unas monedas y billetes empapados.

"Adiós, por aquí siempre a la orden". Antes de salir al incendio de la calle, uno de los clientes cree observar una cierta sutil sonrisa maliciosa. Será cosa del calor o del relampagueo del sol sobre la lámina metálica del mostrador.

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