Petro (o Gutiérrez) y el riesgo de concertar para gobernar
Opinión

Petro (o Gutiérrez) y el riesgo de concertar para gobernar

Ambos tienden a la continuidad de la mediocridad y el sectarismo. No veo por qué es tan difícil agregar al esfuerzo electoral, el de un preacuerdo para gobernar

Por:
abril 10, 2022
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¿Será posible todavía discutir y concertar políticas básicas que les permita a Petro (o a Gutiérrez) gobernar y gobernar bien? Es irresponsable que mientras el país necesita fijar un rumbo coherente y una gestión de gobierno eficiente, se escoja entre dos candidatos que difícilmente tendrán gobernabilidad y con poca experiencia de gestión efectiva. Cualquiera de los dos tiende a garantizar la continuidad de la mediocridad y el sectarismo. Es injusto para la ciudadanía que espera el cambio, que le toque otros cuatro años más de lo mismo, en vez de buscar fórmulas para entrar en un nuevo atolladero de cuatro años o de protestas sociales de la izquierda si gana Gutiérrez, o de bloqueos de la derecha si gana Petro.

En muchos países donde se patinaba entre un modelo confluyente, uno más social o más salvaje, encontraron la fórmula de acordar limites máximos y mínimos de programas y principios y de estructura del estado. Así superaron el radicalismo, la polarización y la tentación autoritaria. La Concertación en Chile, los pactos de la Moncloa en España, el Punto Final en Argentina, permitieron alternar el poder sin sobresaltos, aplicar políticas públicas con acierto y llevar técnicos a gestionar. Los enemigos aprendiendo a discutir sin necesidad de arrasar poblaciones, asesinar civiles, o restringir los derechos del opositor.

En Colombia también se ha intentado. El Frente Nacional 1958-1974 fue uno de esos ejercicios. No se hizo para gobernar mejor sino para sacar a Rojas Pinilla del poder. Rojas quiso excluir a las élites tradicionales y quedarse gobernando años. El acuerdo entre las dos élites excluidas consistió en repartirse el poder solo ellos 50/50. Desde las curules del Congreso, hasta los jueces, magistrados, ministerios y entidades del ejecutivo. Las elecciones se convirtieron en una farsa y así lo arengaba con razón la oposición excluida.

Bajo el FN las cúpulas bipartidistas dirimieron sus intereses a puerta cerrada. Designaban al presidente y luego lo presentaban como candidato. También elaboraban las listas de parlamentarios buscando un equilibrio con las clientelas regionales. Los resultados en las urnas no eran la expresión de la voluntad popular pues los elegidos ya estaban seleccionados. El pueblo, con voto libre, los hubiera mandado al demonio como ocurrió cuando votaron para que el general Rojas volviera a gobernar en 1970.

De todas formas bajo el FN gobernaron sin matarse, modernizaron la economía, hicieron reformas sociales. Mejoraron la cobertura y calidad de los servicios públicos, de la educación y la salud, aunque nunca suficiente para las necesidades. Hasta intentaron modernizar la tenencia de la tierra para aumentar la producción de alimentos con una reforma agraria y promoviendo al tiempo la agroindustria. Acordaron que la violencia se la entregarían a las Fuerzas Armadas que se concentró en perseguir a sangre y fuego a la izquierda, amparados en la doctrina norteamericana y su temor a otro triunfo del comunismo en su backyard. Con sus enormes defectos, el FN permitió un salto adelante en lo económico y lo social, y otro atrás en lo político y en la seguridad ciudadana.

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Petro (o Gutiérrez) podrían buscar fórmulas nativas para convocar a distintas corrientes que tengan tanto ideas como intereses y propuestas realizables para discutir principios de gobierno

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Petro (o Gutiérrez) podrían buscar fórmulas nativas para convocar a distintas corrientes que tengan tanto ideas como intereses y propuestas realizables para discutir principios de gobierno, acordar el alcance de algunos programas críticos y formas de gestión que garanticen la eficacia de las reformas. Evitar actos y acuerdos solo lleva a un gobierno bajo alto estrés con tendencias a convertirse en arbitrario y autocrático mientras pierde la capacidad de brindar soluciones. Sus reformas serían de papel y los sueños de cambio se aplazarían de nuevo. La rabia y los paros asociados si se multiplicarían y la parálisis se garantizaría.

Quienes han promovido ese acuerdo buscando inclusive terceros que lo arbitren, dicen que ya es tarde para concertar.  Creen que ya ganó Petro (o Gutiérrez) y que al ganar podrán imponer lo que deseen. El esfuerzo de uno y otro se concentra en sumar fuerzas (votos) vengan de donde vengan, piensen lo que piensen, busquen lo que busquen. No veo porqué es tan difícil agregar al esfuerzo electoral, el esfuerzo por lograr un preacuerdo para gobernar. Lo peor que le puede pasar a Petro (o a Gutiérrez) es que ante la imposibilidad de gobernar, solo aspiren a ser oposición para no dejar gobernar al siguiente presidente.

Tanto Petro como Gutiérrez tienen sus programas, tan largos como irrealizables en los puntos claves para el cambio, pero como a estas alturas los programas no sirven para sumar votos no les interesa mucho ajustarlos. En una concertación no se busca reescribir los programas sino acordar principios y limites, un marco de lo realizable. Así los derrotados dejarían de atravesarse en cualquier política que los afecte. Por ejemplo, es obvio que Duque dejará las arcas en ceros si gana Petro y es obvio que Petro echaría mano a los recursos que pueda, los fondos de pensiones o imprimiendo billeticos.

En vez de llegar a ese dramático escenario, se podría acordar una política de estabilidad macroeconómica en la que el Banco de la República no vuelva a ser usado como emisor de billetes inflacionarios, pero se acuerda renegociar la deuda externa que libere recursos para los programas de Petro (o de Gutiérrez).  Se podría acordar la política a seguir respecto a Venezuela para reactivar la economía de la frontera, sin inmiscuirse en la elección de su gobierno, para facilitar tanto el retorno de sus migrantes y evitar que las disidencias usen ese territorio como retaguardia. Se puede concertar una nueva política de seguridad y el sentido de la indispensable reforma de las fuerzas militares y de policía sin que el esfuerzo fracase por los intereses que impiden modernizar esta fuerza para brindar -al fin- seguridad ciudadana. Y sobre todo, se podría acordar como dirimir las diferencias sin paralizar ni polarizar al país y asegurar que ninguno intentará quedarse en el poder más allá del mandato popular establecido en esta elección, es decir que no recurrirá ninguno de los posibles presidentes a referendos para alargar sus períodos.

 

 

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