Si Gustavo Petro puntea de lejos en todas las encuestas que miden la intención de voto, cinco meses antes de la primera vuelta presidencial, alguna razón debe haber para que ello suceda diferente de que ha estado sin rivales en su campaña o de que es el resultado de un populismo irresponsable.
Lo que parece estar sucediendo es que la intención del buena parte del mundo político y aun de los formadores de opinión de convertir a Gustavo Petro en una amenaza para la democracia dada la irresponsabilidad de sus propuestas, ha sido un fracaso. Si Gustavo Petro tiene la mayor intención de voto en todas las regiones, en todos los estratos y en todos los rangos de edad, como lo indica la última encuesta de Invamer, ello quiere decir que para mucha gente no es una amenaza sino una esperanza. Que ha interpretado mejor que nadie el querer colectivo. Si sus adversarios no entienden eso, están perdidos.
Inútil ponerse pelear con las encuestas. Pero no sobra decir que es muy difícil predecir el comportamiento electoral con muestras muy pequeñas y márgenes de error muy grandes. La de Invamer tiene 1200 encuestados. Solo se hicieron 208 encuestas en Bogotá, con margen de error de 3 %, y un promedio de 250 en las cuatro zonas en que se dividió el país, en 53 lugares distintos. El margen de error en las en las demás localidades es entre 6 y 7%. Pone a Gustavo Petro cerca a ganar en la primera vuelta con más del 40 %, aunque un par de días después la encuesta de Ecoanalítica reduce la intención de voto del Pacto Histórico, donde Petro tiene el 85 % de intención de voto, al 26 %. Así que lo que hay que analizar son las tendencias de cada encuesta en el tiempo y las que se detecten entre ellas, sin descalificar a nadie.
Encabezar las encuestas con tanta anticipación y sin que las demás coaliciones hayan definido sus candidatos es un triunfo agridulce, porque es una situación casi insostenible y perderla causa un daño enorme. De hecho la campaña presidencial no ha empezado ni legal ni políticamente, pues aún estamos en las escaramuzas de una especie de primarias interpartidistas. Pero no cabría esperar que haya un triunfo de nadie en primera vuelta, cuando el espectro político es tan variado. Casi por definición la segunda vuelta es inevitable en sociedades donde hay muchos partidos, como en Colombia, en las cuales nadie tiene un porcentaje mayoritario de la opinión.
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Casi por definición la segunda vuelta es inevitable en sociedades donde hay muchos partidos, como en Colombia, en las cuales nadie tiene un porcentaje mayoritario de la opinión
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Así y todo, el hecho tozudo es que en primera y en segunda vueltas Gustavo Petro encabeza hoy las encuestas. Una razón poderosa para que ello suceda es que él ha encarnado de modo coherente la oposición al uribismo y al enorme poder político y gubernamental que ha tenido en los últimos 20 años. Es verdad sabida que la pérdida de espacio de un gobierno desprestigiado lo llena la oposición, y Petro ha sido la oposición. Su vocero más enconado, más informado y más valiente, cabe decir. Ha denunciado los abusos sin nombre del paramilitarismo, la corrupción de la burocracia, las componendas de los poderosos. Su diagnóstico de la situación colombiana ha sido elocuente, pugnaz y acertado: la concentración del ingreso, la economía extractiva dependiente de combustibles fósiles, la pobreza extendida por la pandemia, la exclusión de buena parte de la población, el dominio de la contratación estatal por los corruptos. ¿Cómo no estar de acuerdo con eso?
Solo que la precisión de su diagnóstico, que es compartido por muchos otros líderes políticos menos elocuentes, se pierde entre lo riesgoso de sus propuestas, que no son fáciles de asimilar para el elector común, y los accidentes de su temperamento. Es por supuesto en las propuestas de los candidatos donde va a estar el debate y en la naturaleza de su carácter. La presencia de Gustavo Petro augura un debate presidencial emocionante: todos contra él, que va a defenderse como un tigre.
Otras cosillas se desprenden de las dos encuestas. La preeminencia de Sergio Fajardo en la Coalición de la Esperanza, 50 %, y su papel como la alternativa más sólida a Petro como persona y como coalición; (Fajardo, un perseguido político en una campaña pertinaz e infame, en apariencia orquestada por los politizados organismos de control, que de paso han hecho de él, que es hombre correcto, un mártir, porque nadie sabe para quién trabaja). La naturaleza dispersa del Equipo por Colombia, que divide su liderazgo, como corresponde a los dirigentes regionales que lo integran, y no es percibida por la gente como una unidad ganadora. El resurgimiento de entre las cenizas de la impopularidad del Centro Democrático, con Óscar Iván Zuluaga en solitario, por encima del Equipo Colombia (nada de raro tendría que Zuluaga terminara por ser el líder de esa coalición y el electorado de derecha prefiriera el original a una copia oculta). Y una nota de pie de página, la fugacidad de la carrera política de Alejandro Gaviria.
La clave del triunfo electoral del 2022 está en que los electores identifiquen quién es una esperanza, no quién es una amenaza. Y si las elecciones fueran hoy…
