¡Perratearon la patria!

¡Perratearon la patria!

"Una de las consecuencias de la crisis de la democracia es el ascenso al poder de personas cuyo único mérito ha sido explotar el miedo y el odio de la población"

Por: David Esteban Parra Giraldo
julio 21, 2020
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¡Perratearon la patria!

Llegó el 20 de julio y las banderas salieron por las ventanas y balcones a acompañar las bandas marciales de los colegios del barrio. Algunos se llenan de tanto orgullo que asemejan el día de la independencia con el día de la virgen del Carmen y cubren sus carros con la bandera tricolor. El pueblo le rendirá honores a su patria. Atenderán el desgastado llamado a ser patriotas.

El motivo de esta columna es hacer una reflexión al llamado a ser “patriota” o a “hacer patria”, como dicen unos, y al uso de esas palabras en la narrativa de ciertos mandatarios. Pues hoy, con décadas de una crisis en la democracia (a nivel global), con desafíos ambientales, con crisis humanitarias y ahora con una pandemia, es el llamado a ser patriotas la única salida que algunos mandatarios encuentran para sortear sus fracasos y frustraciones.

Una de las consecuencias de la crisis de la democracia es el ascenso al poder de personas cuyo único mérito ha sido explotar el miedo y el odio de la población. Estas personas calan en la opinión pública porque son los abanderados de aquellos que aún no aceptan los nuevos cambios en las estructuras y paradigmas sociales. Usualmente son negacionistas de la crisis ambiental, no toleran la lucha de la mujer por un rol más relevante en la sociedad, no toleran el abanico de identidades sexuales que escapó de las reatas de la moral, entre muchas otras cosas. Solo añoran los good old days.

Muchos países han caído en las manos de estos personajes, muchos en America, y algo común en estos mandatarios es que han perdido el rumbo (si es que alguna vez lo tuvieron), y para justificar sus fracasos y frustraciones incluyen en sus discursos el llamado a ser patriotas.

Parece que el patriotismo es el último camino que queda cuando la razón entra en un lapsus. Hacen ver como un traidor a aquel que opta por usar el sentido común en un mundo cada vez más cosmopolita. El sentido común debe ser un razonamiento amplio que cobije a cada ser humano del planeta, pues es insensato creer que un pasaporte o una herencia cultural sea el diferencial entre ayudar o no a una persona que esté pasando por dificultades.

Trump utiliza el patriotismo para dividir pueblos y para poner barras metálicas entre padres y sus hijos/as. Pareciera que el mundo no hubiera entendido que un muro de hormigón no puede romper lazos familiares y culturales. En agosto de 2017, Trump sortearía la indignación que causó su tibia respuesta a los hechos de racismo en Charlottesville haciendo un llamado al patriotismo para unir al país y pasar la página. Ya vimos que la página pasó al capítulo de George Floyd, ¿y el resultado? Discursos llenos de lugares comunes con un llamado a hacer patria para ocultar sus desaciertos y apaciguar los rechazos al racismo que nacen de apelar al sentido común. En su discurso ante la ONU en 2018 dijo “el futuro no pertenece a los globalistas, sino a los patriotas”, frase que describe muy bien su deseo de un mundo donde las banderas y escudos determinen los privilegios de los que se puede gozar. Además, tilda de traidores a quienes se oponen a esa visión, como cuando a mediados de 2017 dijo que había que dudar del patriotismo de los miembros del senado que no aprobaran sus leyes antiinmigrantes.

Dejemos a Trump a un lado y miremos hacia el sur, pues aquí también tenemos nuestros bastiones de patriotismo. Tenemos a un Bolsonaro que reivindican la patria para justificar cuanta locura cruza por sus cabezas. Según el medio de comunicación eldiario.es, el presidente de Brasil acusó de antipatriota al director del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE en portugués) por hacer pública las cifras de deforestación en Brasil. Su llamado al patriotismo es constante en sus intervenciones públicas. Cuando se critican sus decisiones, Bolsonaro llama a “hacer patria” para menguar el ejercicio de pensar y cuestionar. Los trinos de la familia Bolsonaro (sus hijos congresistas) acuden frecuentemente al patriotismo para capturar incautos llenos de odio.

Al lado también tenemos una joya. Nicolás Maduro, con su vestimenta al mejor estilo de Kim Jong-un, hace constante uso del llamado a “defender la patria” cuando realmente es un llamado a defender un régimen dictatorial. “¡A parir, pues, a parir! Todas las mujeres a tener seis hijos, todas. Que crezca la patria. ¡Música!”, decía Maduro ignorando la grave crisis humanitaria que sufre su país.

Volvamos a nuestro país, el que celebra su independencia cada 20 de julio. Aquí tenemos a Álvaro Uribe Vélez y su partido político, el Centro Democrático. Recordemos como Uribe le pidió a Yidis Medina “salvar la patria” con su voto para poder reelegirse en el 2006. Esa patria que salvaron es la misma que ha estado untada de sangre y violencia. Esa patria abandonada por la razón y habitada por el fanatismo es por la que honran a Uribe.

En Twitter abundan las cuentas y los bots graduando de patriotas a todos aquellos que comulgan con el CD y sus aliados, el resto de la población son unos traidores. Es traidor por ejemplo el que se atreva a cuestionar al ejército nacional por sus crímenes de estado y pida cambios de fondo. “Patria, Honor, Libertad. ¡Ajua!”, clamaba con sensiblería el general Eduardo Zapateiro llamando a rodear a la institución, una institución que ha defendido una agenda política perversa durante décadas.

Hoy muchos mandatarios aprovechan el lapsus de la razón y se escudan en el patriotismo para defender sus nefastas políticas. Como dice Samuel Johnson: "El patriotismo es el último refugio de los canallas". Perratearon la palabra a tal punto que está bien perder el sentido de pertenencia hacia un país.

Federico Luppi resume de gran manera el concepto de patriotismo, que he decidido abrazar, con su personaje Martín Echenique en la película Martín (Hache) (1997): "¡La patria es un invento! ¿Qué tengo que ver yo con un tucumano o con un salteño? Son tan ajenos a mí como un catalán o un portugués. Una estadística, un número sin cara. Uno se siente parte de muy poca gente; tu país son tus amigos, y eso sí se extraña, pero se pasa".

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