Pensemos en los pilos

Pensemos en los pilos

¿Cómo arreglar el problema del acceso a la educación superior? Atacar un programa que rompe una barrera financiera no es la solución

Por: Diego Salamanca
noviembre 22, 2017
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Pensemos en los pilos

Seamos sinceros. Llegar a la educación superior en Colombia no es un asunto sencillo. Por sorprendente que sea, el problema empieza desde el preescolar: muchas habilidades que se aprenden en esta etapa deciden qué personas seremos en el futuro. Y allí empiezan las desigualdades: a los buenos jardines acceden quienes tienen los recursos; quienes no tienen el dinero ingresan a la oferta estatal, en ocasiones deficiente, o están bajo la tutela de sus familias mientras llega la hora de la escuela.

En el colegio se refleja lo que se dejó de invertir en la primera infancia. Pensemos en el extremo de un estudiante de familia humilde con padres que no brindan su parte en la tarea formativa y le dejan todo el rol de formación exclusivamente al colegio. Probablemente sus docentes lidian con una persona que no tiene incentivos a mejorar ni tienen un modelo en casa para seguir. El docente se desanima al darse cuenta de que no puede cambiar mucho mientras la familia mantenga esta actitud. El estudiante, por su lado, no se motiva a estudiar algo más allá del colegio y puede repetir el círculo vicioso con sus futuros hijos.

Por otro lado, supongamos que hay padres y madres que, a pesar de su poco presupuesto, se esmeran con lo que tienen para darle un ejemplo de vida a sus pequeños. Sacan tiempo de sus trabajos para jugar con ellos, los instruyen a la lectura o al juego y les enseñan buenos hábitos. Aparte de esto, cuentan con la suerte de que sus hijos sean matriculados en colegios públicos o privados de bajo costo, con docentes y directivos responsables. Ambas variables: una buena primera infancia, más una educación de calidad puede conducir a que no sea pocos los jóvenes humildes que tengan excelentes resultados académicos.

Son muchos los casos así. Hay padres de familia con la información (o la experiencia) suficiente para encaminar hacia el éxito a sus hijos. Hay colegios con la llave mágica que abre la puerta de la movilidad social. No obstante, aunque se cuente con la información y con la inteligencia, de nada sirven estos insumos si el camino a la educación superior es bloqueado por la gran barrera de la financiación. Hay talentos por doquier en estudiantes de todos los orígenes sociales que superan los filtros académicos de cualquier universidad de élite. Pero apenas aquel de familia adinerada logra ingresar por los altos topes de las matrículas. Solo este puede escoger entre la gran oferta de programas de educación superior. Porque el nivel de ingresos, incluso, permite acceder a más información y comprender que la formación de una sola carrera puede ser radicalmente distinta entre universidades.

Nos acostumbramos a que el estudiante rico ingrese a una universidad privada y el pobre estudie en la pública o en privadas de menor rango solo por costos. En el colegio no nos motivan a revisar los pensum universitarios por puro conformismo. ¿Para qué soñar con ser un investigador o un experto en ciertos temas si en la universidad que pueden pagar mis papás no forman en eso? En un país que aspira a ser productivo y a generar oportunidades, estas barreras de acceso son inadmisibles. En este escenario aparece un programa como Ser Pilo Paga. Es un mecanismo de superación de las barreras financieras para quienes no cuentan con la oportunidad de elegir lo que quieren estudiar realmente de acuerdo con sus capacidades e intereses. Por tanto, este programa le apunta a resolver un problema de demanda estudiantil, más que de oferta académica.

Pensará algunos: ¿por qué tiene que ser el Estado el que resuelva esta falla en la demanda? Sencillo: porque al privado no ha mostrado interés en resolverlo u ofrece poco para compensar esta falla de mercado. ¿De qué sirve ofrecer una o dos becas cuando son muchos los estudiantes sin dinero que tienen las capacidades? Además, aún con la beca, el incentivo a permanecer se rompe cuando hay que competir con muchos más para mantenerla y nada garantiza retenerla. Así es como el privado, al cerrar las puertas de las oportunidades a quienes cuentan con el potencial de estudiar en sus aulas, parece mostrar un único interés en obtener el dinero de las matrículas. Con este panorama es entendible el malestar de algunos con Ser Pilo Paga al ver que la mayoría de estudiantes escogen universidades privadas.

Sin embargo, hay excepciones. Este paradigma lo ha roto desde hace diez años la Universidad de los Andes con su programa Quiero Estudiar. En su momento fue un buen esquema: crear un fondo con el cual financiar a estudiantes en toda su carrera, recibir a quienes pasen los cortes mínimos establecidos por facultad y permitirles mantener el mismo promedio académico que se le pide a cualquier estudiante de la universidad. Lo fundamental del programa era atraer a los mejores y mantenerlos estudiando. El fondo se agotó y se debió recurrir a un nuevo esquema de financiación que aun así sigue siendo amigable con el estudiante, en comparación con los sistemas de créditos educativos. ¿Por qué otras universidades no formulan métodos para permitir la entrada a estudiantes con talento, pero sin recursos? ¿Dónde queda la responsabilidad de las universidades privadas frente a generar movilidad social y universalizar el acceso a sus aulas?

Quizás el Estado no debería ser el actor benefactor que financie la entrada de estudiantes sin recursos a universidades privadas. Pero en defensa, podría decirse que una medida como Ser Pilo Paga intenta resolver una falla de mercado e incluso compensa vacíos de información para familias humildes. Sin embargo, debería ser una medida temporal que finalmente traslade la responsabilidad de inclusión a las universidades privadas. Esto conduce a otra idea, quizás el dinero de SPP debería utilizarse para invertirlo en la infraestructura de las universidades públicas. Puede ser, aunque estamos hablando de dos políticas no necesariamente excluyentes. Como ya dije, SPP le apunta a la demanda, la inversión a universidades públicas se dirige a la oferta. Es el Gobierno el que debe poner de su parte para que tanto la infraestructura como los programas de la educación pública sean atractivos y diversificados, sin descuidar las políticas de retención de la demanda.

Por ende, ¿cómo arreglar el problema del acceso a la educación superior? Atacar un programa que rompe una barrera financiera no es la solución, aunque estamos de acuerdo en que no debe ser el único frente de batalla. Es fundamental que se mejore la calidad de la educación básica, incluso la que damos a los más pequeños, para que cualquier estudiante tenga opciones de competir por la entrada a una universidad élite. Hay que invertir en la universidad pública para que el estudiante se muestre interesado en acceder a ésta y no la vea con recelo por ofrecerle pocas alternativas de formación y de equipamiento. Y finalmente: garantizar como política pública que el intelecto sea el único requisito de entrada para la educación superior, no los ingresos. El estudiante debe tener la posibilidad de elegir qué formación quiere recibir.

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