Patente de corso
Opinión

Patente de corso

El bloqueo de las cuentas de Trump es una buena lección para quien crea, incluidos los colombianos, que hay carta blanca para los excesos en redes, escudados en la libertad de expresión

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enero 26, 2021
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La libertad de expresión, como todos los derechos tiene fronteras, que son de dos clases: públicas y privadas. Las públicas las establece la ley y son bastante comunes en todos los Estados de derecho: la protección a la honra de las personas, la contención de la subversión política y el orden público, la protección del sistema económico. Por ello son delitos la injuria y la calumnia, los llamados a la sedición y a la violencia, y el pánico económico, entre otros.

Las privadas las establecen los propios órganos de comunicación, que fijan códigos de ética sobre lo que consideran que deba publicarse o no, dentro de las fronteras legales, pero también atendiendo al respeto al que consideran su público, a su propia ideología y a los valores que en su autonomía de empresa privada quieran defender. Y existe por su puesto, la auto regulación de quien expresa sus ideas, que es una actitud de respeto intelectual consigo mismo, de la cual solo se es responsable ante sí.

Cuando el presidente Macron de Francia defendió las publicaciones del semanario Charlie Hebdo, donde se burlaron del profeta Mahoma, tan ofensivas para un grupo de extremistas musulmanes que llevaron en enero de 2015 a la masacre de sus periodistas, lo que estaba diciendo es que en el estado francés había libertad de expresión sobre asuntos políticos y religiosos, que un medio privado optó libremente por publicar en tono satírico, porque ese es su estilo y su público, y no correspondía al Estado censurarlo, sino condenar el atentado.

O sea, la publicación se hizo dentro de las fronteras públicas y privadas de la libertad de expresión de la República Francesa. El macabro resultado fue una demostración de lo peligroso que es burlarse de las religiones, como lo ha sido a lo largo de toda la historia humana, incluyendo la católica, donde los sacrilegios son el peor delito imaginable. Fue un desafío mortal de un grupo extremista a una sociedad liberal, que pudo haber sido más prudente.

Cuando en enero de 2021empresas privadas como Twitter y Facebook, cancelan las cuentas del presidente de los Estados Unidos por considerar (tardíamente) que sus mensajes son un peligro público, pues desde una posición tan elevada y poderosa, divulgan hechos notoriamente falsos, desestabilizan a la Nación e incitan a grupos extremistas a la violencia, lo hacen en cumplimiento de su propio reglamento interno, un código de ética poco utilizado que impide la difusión de esa clase de mensajes. No está violando la libertad de expresión del presidente, quien puede llevar sus mensajes a otro medio o crear uno propio, sino ejerciendo un derecho previamente establecido en sus normas internas, que no violan las normas federales o estatales.

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La libertad de expresión está indisolublemente ligada a la pluralidad ideológica y política de los medios

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Es lo mismo que cuando un periódico decide suprimir una columna de opinión porque considera que el columnista expresa posiciones opuestas a los criterios editoriales del periódico. El columnista no puede demandar al periódico para que le devuelvan su espacio sino buscar otros medios donde sus opiniones tengan cabida. Lo cual lleva al tema de que la libertad de expresión está indisolublemente ligada a la pluralidad ideológica y política de los medios. Un monopolio de información por parte del Estado o de los particulares es la real amenaza a la libertad de expresión. Y la real amenaza de las grandes empresas tecnológicas de información.

Es curioso que quienes salen a defender el derecho del presidente de Estados Unidos a decir lo que se le antoje en su cuenta de twitter sean los mismos que han usado ese mecanismo para crear hechos políticos basados en informaciones falsas y medias verdades. Denuncian una peligrosa violación de la libertad de expresión, una manipulación de la opinión pública por parte de grandes empresas tecnológicas, cuando según ellos, deberían ser instrumentos neutrales, indiferentes al odio, a la desunión, a la desestabilización institucional, a las consignas incendiarias, que estarían obligadas a difundir a los cuatro vientos.

Twitter y Facebook nacieron como iniciativas muy pequeñas encaminadas a poner en comunicación a la gente; redes de amigos que pronto adquirieron una importancia comercial hasta convertirse en verdaderos gigantes de la información. Ese crecimiento es lo que las ha llevado a establecer sus códigos de conducta porque han comprendido el peligro de su manipulación en manos inescrupulosas de todo orden, no solo de políticos. Pero se han aplicado laxamente en el mundo angloparlante y desarrollado donde nacieron, y casi sin control en el resto del planeta.  Estaban pasadas de hacerlos efectivos, de ser más responsables de los contenidos y en que por tratarse de unos nuevos mecanismos de comunicación los Estados los regulen adecuadamente. Lo sucedido en una buena lección para quien crea, incluidos los colombianos, que tiene una patente de corso en las redes sociales.

 

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