Pastor López, el rey de las fiestas colombianas

Pastor López, el rey de las fiestas colombianas

A sus 73 años, con una trayectoria musical de más de 50, se mantiene vigente y sigue alegrando la parranda

Por: Ricardo Rondón Chamorro
enero 10, 2018
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Pastor López, el rey de las fiestas colombianas
Foto: ticketon.com

Dice el Indio Pastor López, con su habitual desparpajo, que desde que superó el soponcio en su trajinado corazón hace ya cinco años, se acostumbró a celebrar con los suyos dos fechas de nacimiento: la del 15 de junio de 1944, en Barquisimeto (Venezuela), cuando le dio la bienvenida a este mundo una partera wayúu, y la del 31 de diciembre de 2011, en Bogotá, día en que los facultativos de la Clínica Shaio le salvaron la vida ante un infarto de pronóstico reservado.

A partir de aquel segundo nacimiento, el llamado Rey de la parranda decembrina no ha vuelto a tener quejumbres ni advertencias del miocardio, y continúa por estas fechas de alborozo con el mismo tren de trabajo de siempre.

López argumenta que es a Colombia a quien le debe el cariño del público, su solidez como cantante, su vigencia musical, lo que ha hecho y lo que tiene, incluidos sus hijos y nietos colombianos; unos con una paisa y los otros con una cucuteña. Y que no le pregunten por favor por sus nombres, ni que cuántos vástagos son, “porque se me acaloran las mejillas”.

De los primeros discos en vinilo de Pastor López que más se fija a la memoria de los viejos rumberos, es donde él aparece, en carátula de fondo mandarina, flaco, de rostro puntiagudo, cabello ralo engominado y una camisa culebrera que le da un aire a ayudante de flota intermunicipal, embellecedor de calzado del parque Lourdes, o vendedor ambulante de celulares en el concurrido corredor de la Avenida Jiménez, abajo de la Caracas

En ese mismo cartón que coleccionistas de su música deben atesorar como reliquia, está impreso un listado de sus primeros éxitos, cuando aún no frisaba los 30 años, incluido el Mosaico número 1: Amores por correo, Mi cafetal, Tú solo tú y La múcura.

Una imagen muy distante al septuagenario Pastor López de estos tiempos, aferrado a un Jaguar clásico estacionado frente a su amplia morada en un exclusivo sector de la capital nortesantandereana, mensajero de una melodía trepidante que resortaba a las pistas de baile en fondas y balnearios de carretera, en Melgar, en Girardot, en el Boquerón, en Fusagasugá e intermedias, y que con el tiempo se propagó en tarimas y escenarios de Ecuador, Perú, Chile, México, Costa Rica, Estados Unidos, España, Alemania, Francia y Holanda, a lo largo de varias generaciones.

En Colombia y en su natal Venezuela, oír repicar en estas fechas los acordes y la voz inconfundible del ‘Indio Pastor’, como se le conoce de sus comienzos, es una invitción a extender el cableado de luces navideñas en árboles sintéticos y pesebres perfumados de musgo, a la vez que convocar al vecino de confianza a degustar de una frías en la tienda más cercana y, por qué no, marcar el teléfono de ese amor extraviado o patidifuso en aras de un arreglo, o de una posible reconciliación.

Porque esa fue desde el principio la intención y el contenido de la música del artista venezolano que hoy comparten por igual adolescentes y abuelos: la de reconciliar corazones a través de letras inocentes, provincianas, de marcado estribillo y sonsonete, capaces de darle un giro más amable y llevadero a la vida, tras un año de fatigas y premuras de diversa índole, como para llegar a diciembre con la misma carga sin un ápice de solaz ni reposo.

De eso dan fe la mayoría de sus interpretaciones: Corazón apasionado, Mis dos amores, El engaño de la paloma, La espinita, Lejos de ti, Sólo un cigarro, Sorbito de champagne, El ausente, Semilla de dolor, Traicionera, Golpe con golpe, Cariñito sin mí, Pecadora, Las caleñas, La despedida, Por una cerveza, La venezolana, Cumbia universal, Las bonitas no son fieles y Lloró mi corazón, entre tantas de un cancionero que no falla por estas épocas en habitáculos y discotecas de todos los estratos, y que cumplen con una misión específica: animar el corazón afligido y reconfortar el músculo vencido.

El corazón apasionado de Pastor López, como el título del  primer éxito (letra de Julio Bovea, de Bovea y sus vallenatos) que pegó en 1974, sigue igual de activo y querendón, no obstante sus 73 años a cuestas y la cirugía de miocardio abierto a la que fue sometido el 31 de diciembre de 2011, en Bogotá.

Salvo ese trance, que él adjudica a una postergada cuenta de cobro a su vida parrandera de músico, de los excesos etílicos y del “veneno del cigarrillo”, López se jacta al mentar que ya completa 54 años de carrera artística, 103 discos, 11 hijos (tres de ellos heredaron su vena musical y viven en Miami), 27 nietos y un bisnieto. Y el hombre ahí, en pie de lucha, cumpliendo a su cometido, el de llenar de alegría los corazones en estas festividades de fin de año, como siempre lo ha hecho.

Pastor López ya podría disfrutar de los años del jubileo, cuando afirma que la música parrandera le ha dado para vivir bien, invertir en finca raíz, y ayudar al sostenimiento de su numerosa prole. Pero que no se imagina quieto, sin hacer nada, como los abuelos que tardes enteras esperan la parca en las mecedoras y butacas ubicadas en las puertas de las residencias veraniegas de Cúcuta, ciudad donde vive hace nueve años, se adjudicó la adopción de cucuteño, y va al estadio a acompañar con fervor al equipo de casa.

Si eligió a Cúcuta como vividero, es porque dice que allí le queda todo cerca, sobre todo el aeropuerto para desplazarse a donde lo llamen, dentro y fuera del país, y porque le gusta ir a Maracaibo y a Barquisimeto, esta última la ciudad que lo vio nacer en el modesto hogar del agricultor Máximo Pineda y de doña Zoila Rosa López, fabricante de instrumentos musicales.

¿Y usted por qué se apellida primero López y no Pineda?, le pregunto.

—Porque me gustó el López como apellido artístico y así me quedé. Y también como un homenaje a mi mamá, que desde chamo me inculcó el amor por la música a través de los instrumentos que ella elaboraba y que yo aprendí a tocar viendo, como el cuatro, la guitarra y las maracas.

En su infancia le fascinaba la música festivalera de Noel Petro y su requinto, y las bombardas de ese jazz caribeño en la virtud de maestros como Lucho Bermúdez y Pacho Galán, y por supuesto esas Big-band de su patria, Billo’s Caracas, Los Melódicos, y la Orquesta de Nelson Henríquez, de la que fue corista.

Pero López no solo ha grabado música tropical, de la que da cuenta un récord de más de 600 melodías, gran parte de ellas impresas por el sello Fuentes (que lanzó hace un par de años el recopilatorio 100 y más de Pastor López). Hace siete años le rindió tributo a Antonio Aguilar con el mariachi ‘Hilos de oro’, y hace cinco grabó un disco de música venezolana.

Y si uno lo esculca alrededor de otras preferencias musicales, dirá que lo que más oye en su casa o cuando se desplaza en su automóvil es a Julio Jaramillo, Javier Solís, Los Ángeles Negros, el grupo Miramar, su amigo Lisandro Mesa y Jorge Velosa, el maestro de la Carranga.

De todos ellos tiene la mayoría de sus discos, celosamente guardados en su egoteca, donde también se ven exhibidos los propios, los acetatos de antología, los trofeos, placas y menciones cosechados en sus 54 años de actividades, entre ellos, siete Congos de oro en los Carnavales de Barranquilla,  ochos discos de oro, dos de platino, uno de diamante, y quizás la presea de la que se siente más orgulloso: el pergamino de reconocimiento como Rey de La Cumbia, otorgado en un concierto en el Madison Square Garden, en 1982.

Solo Mayerly González, su última mujer, está autorizada para ingresar a dicho aposento a organizarlo y limpiar el polvo, porque doña Cheryl, como le dice él, además de su compañera sentimental, es su manager, la que agenda sus contrataciones, vigila su itinerario y prepara su equipaje. Hasta ahí. Porque el que cobra es él.

Calla al cuestionarle sobre la situación política y social que vive Venezuela. “Prefiero no hablar de ese tema, no quiero comprometerme, le ruego el favor me comprenda”, recalca. “Lo mío es la música. Pregúnteme de lo que quiera, menos de eso, usted sabe…”.

Pausa concedida y reanudamos:

Bueno, ¿y usted en quién cree, maestro?

—En Dios Todopoderoso y en la Divina Pastora de Barquisimeto, que es la Santa Patrona de mi ciudad. Debe ser por ella que mi madrecita me bautizó Pastor. A Dios y a ella le encomiendo mi familia y mis hijos. Le tengo un altarcito en la casa y llevo su medalla en el pecho. Siempre que me subo  a un avión, le rezo. Como también le oro a las seis de la tarde que es cuando me recojo entre cobijas y a las cinco de la mañana, con el trinar de los pajaritos.

Pastor López, a sus 73 años, refiere la nostalgia de sus mejores épocas, cada vez más vigente y con el agregado feliz de su corazón apasionado.

Maestro, ¿a qué ritmo anda por estas fechas su corazón?

—A ritmo de cumbia, porque sigo siendo El Rey de la Cumbia. Ese título me lo dio mi público. Pero también en son de gaita, porro, merecumbé y cumbiamba.

¿Cómo lo ponen a usted estas festividades?

—Pues inmensamente feliz, porque es cuando más hay trabajo.

¿No se cansa de trabajar?, ¿No le hace daño tantas emociones juntas?

—Si no fuera por el trabajo, no me imagino qué sería de mí. Para mí la música es mi mejor vitamina. Cuando paso una temporada larga sin toque, me empiezo a desesperar.

Después de la operación que le hicieron hace cinco años, ¿trabaja menos?

—No, al contrario. Se dispararon las ofertas y en esta temporada no se puede parar: una fiesta conecta con la otra.

¿Cuál es la región más rumbera de Colombia?

—La Costa, por supuesto; pero por parejo todo el país: Antioquia, los Santanderes, el Valle del Cauca, Huila y Tolima, el Llano, el Eje Cafetero, Boyacá, Cundinamarca, Bogotá; mejor dicho, Colombia entera vibra y goza con estas fiestas y la música del Indio Pastor.

¿Con qué acostumbra mojar la palabra cuando está en tarima?

—En tarima no tomo sino agua. Nunca le he mezclado trago al trabajo, porque eso va en contra de mi ética profesional. No permito que mis músicos lo hagan. Fuera de mis labores, para una ocasión especial, no paso de dos whiskys, que me sirven para nivelar la presión.

¿Pero fue bohemio en su juventud?

—Sí, claro, esta carrera es muy difícil sostenerla a palo seco. Pero se van quemando etapas. Ahora, menos, porque primero está la salud.

¿Qué otro vicio?

—El cigarrillo, pero eso es cosa del pasado. Hoy en día le saco el cuerpo al humo. Los fumadores deberían tomar conciencia del mortal veneno que consumen con esta adicción. Ahora me doy cuenta que son las mujeres quienes más fuman.

¿Pero Solo un cigarro?

—Solo en el disco, "cuando tú tardas en llegar.

¿Cómo recuerda, maestro, la popular Caseta Matecaña

—Eso es un capítulo aparte en mi vida. Ahí tuve la oportunidad de trabajar al lado de grandes de la música tropical: Pacho Galán, Lucho Bermúdez, los Hermanos Zuleta, Jorge Oñate, Lisandro Mesa, Alfredo Gutiérrez, Calixto Ochoa, Rodolfo Aicardi, el Loco Quintero, el Joe Arroyo, y tantos y tantos en diferentes épocas.

¿Compartió con Rodolfo Aicardi?

—Claro y lo recuerdo de muy jovencito, cuando Fruko era muchacho y tenía pelo. Éramos los infaltables de la Caseta Matecaña con el difunto Sady Rojas, y compartimos tarima muchas veces por toda Colombia.

¿Se hacen buenos amigos en el mundo de la música?

—Sí, pero no de todos se puede uno confiar.

¿Quién es el músico más antiguo que lo sigue acompañando en su combo?

—Honorio Palencia, venezolano, mi pianista de cabecera por 38 años consecutivos.

¿Hay Pastor pa’rato?

—Así se llama justamente uno de mis éxitos, en tiempo de gaita. Quedó de ‘requetechupete’.

¿Es cierto que usted es tan autosuficiente que toca, canta, dirige y cobra?

—Sí señor, todo queda en casa.

¿No será más bien tacañería?

—No, porque lo mío es una empresa de familia.

¿Quiere decir que su mujer es quien se encarga de la actividad contable?

—Así es, porque a mí no me dura la plata en el bolsillo. En cambio ella la hace rendir y la multiplica. Una buena mujer como compañera, es la mejor inversión. Yo cobro, pero ella distribuye el dinero. Y si no cómo fuera.

¿Cómo quedó después de la operación para sus deberes conyugales?

—¡Huy!, usted se me está metiendo entre las cobijas, pero déjeme decirle que con un Corazón apasionado como el mío, el amor y el sexo funcionan sobre ruedas.

¿Cuál es el más amado de sus temas?

—Nombrar uno solo sería un acto de ingratitud con las más de 600 melodías que atesora el público y me pide en cada presentación.

¿Pero tres que a usted le hacen arrugar el corazón?

Traicionera, El hijo ausente y Lloró mi corazón.

¿Usted sí sabe bailar, maestro?

—Hago el deber, en eso me la he pasado los últimos 54 años.

¿Bailamos bien los colombianos?

—Son los mejores, eso es indiscutible, sobre todo la gente mayor.

¿Qué música se niega a escuchar?

—Ninguna, porque eso hace parte de la actividad musical. Y de lo bueno y lo malo se aprende.

¿Cómo le cayó la noticia de la muerte de Gustavo El Loko Quintero?

—Como un baldado de agua. Con El Loko compartimos muchos años. Él partió, como todos lo haremos algún día, pero su melodía seguirá en el recuerdo de quienes lo conocimos y admiramos. Todo un personaje.

¿Ha pensado alguna vez en su epitafio?

—No, eso es de mal agüero. Para eso están los descendientes. Esa tarea se la dejo a ellos.

¿Y cuántos son?

—Once, ahí está la Selección del Indio Pastor, ¡y a mucho honor!

 

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