Parábola del enemigo invisible

Parábola del enemigo invisible

A pesar de que obstinadamente sostenían que no lo habían visto, la sospecha y el pánico se apoderaron de los habitantes del país. Relato

Por: Mateo Malahora
mayo 29, 2020
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Parábola del enemigo invisible
Foto: Leonel Cordero

Pese a que aseguraban que el enemigo no existía, no significaba que el potencial peligro fuera imaginario y se descartara su existencia.

La verdad es que “la peste”, como identificaba la gente al coronavirus, se lanzó agresivamente sobre pueblos y ciudades, se convirtió en alto riesgo social, con disposición de arrasar la tranquilidad y el sosiego de sus moradores.

Primero se supo que, en absoluto secreto, sus voceros y delegados, astutos y ladinos, sostuvieron conversaciones con altos funcionarios del Estado, de moral endeble y floja, proclives a la corrupción, contagiables por el dinero fácil, para obtener de ellos información privilegiada, que le facilitara al virus lanzarse con familiaridad sobre la incertidumbre de los hombres y mujeres que, sobrecogidos y aterrados, llegaron a difundir un presunto encuentro de enigmáticos y turbios personajes de un país asiático con delegados de la ONU en Nueva York, para entregarles el acta de defunción de la humanidad.

Y no era para más, la noticia por las redes sociales adquirió la dimensión de pánico, pavor y espanto, hizo palidecer a la nación, tanto que la fuerza pública, ante la inminencia de alteraciones de orden público y la declaratoria de estado de conmoción interior, se acuarteló y, en esas circunstancias, ocurrió un acontecimiento insólito, pocas veces registrado en la historia de la institucionalidad republicana; algunas de sus unidades, presas de miedo, sin ética militar, laxas y blandas en virtudes como lealtad, cumplimiento del deber, espíritu de cuerpo y subordinación al derecho, transgredieron la disciplina y pactaron, a la sombra, causa común con grupos paramilitares, malhechores y bandidos, con el pretexto de hacerle frente al enemigo, que, según los medios de comunicación, sus fuerzas habían sido entrenadas en China, bajo el espíritu del guerrero milenario Sun Tzu, autor de El Arte dela Guerra, maestro de maestros en artes militares.

Reuniones iban y venían en los mejores clubes sociales del país, propiedad de un séquito de empresarios aristócratas del dinero. Con los días, en uno de ellos, con estrambóticos arreglos y adornado con plantas alucinógenas, tomó la palabra un representante del Clan de la Bahía y dijo:

La vida no es sino un fogón donde fundimos y cocinamos heroísmos y valentías, nosotros somos militantes de esa próspera y floreciente empresa que se llama bonanza, es hora de transgredir la moral y las buenas costumbres, en nuestro haber político y social hay ‘ciudades sin tugurios’ y protección, defensa y fomento del fútbol, el horizonte está despejado, tenemos que alcanzarlo, muy a pesar de los moralizadores del Estado, la droga, el opio y los estupefacientes, son la medida de todas las cosas. Dios, la nación, la sociedad, la historia, el mercado y millones de consumidores norteamericanos están con nosotros.

Y, tratándose de una devastadora y catastrófica realidad, sin precedentes en la historia nacional, buscaron un lema que les sirviera para cohesionarlos y borrar las diferencias que los enfrentaban en uniformes, fusiles y bayonetas.

Fue, entonces, cuando uno de los bandidos desempolvó la frase de un guerrero milenario chino que alguna vez dijo: “El enemigo de mi enemigo es mi amigo”.

Las autoridades, al conocer la crítica situación, consideraron que era “la consecuencia de la dinámica del conflicto e imposibilidad de ejercer un control territorial pleno”, como rezaban los comunicados.

La obscena alianza se había consumado. El que fungía como moderador dijo entre aplausos y ovaciones:

Aprovechemos el momento de confusión y desconcierto pandémico, es tiempo de evaporar opositores, en otros períodos los agroindustriales nos apoyaron, ahora podemos nuevamente convocarlos, somos expertos en suprimir antagonistas y desvanecer adalides populares que se opongan.

Fumemos la pipa de la coca por ahora, ya llegará el tiempo de fumar la pipa del opio y la heroína.

El enemigo invisible.

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