Panties antivioladores: la trivialización de un crimen
Opinión

Panties antivioladores: la trivialización de un crimen

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enero 08, 2014
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Hace algunas semanas una señora me dio a conocer las razones de su viudez: un seguro de vida que un supuesto amigo indujo a comprar a su marido. El asesinato del marido y el secuestro de la señora, retenida en un campamento hasta que su familia entregó el valor del seguro; las violaciones que durante tres meses sufrió a manos de sus captores que la dejaron tan lesionada, que posteriormente tuvieron que removerle el útero, los ovarios y parte del intestino. Coincidencialmente, se día leí en la prensa una insólita noticia.

En Estados Unidos, dos ingenieras anunciaban la puesta en venta de una prenda interior femenina cuya finalidad no es la comodidad, ni la higiene, ni mucho menos la seducción, sino la de impedir que su portadora sea violada. La marca de tan extraña ropa, reducida a las siglas a las que tan aficionados son los norteamericanos, es AR, es decir, prendas anti rape.

La opinión en cuanto a la utilidad de estos incómodos panties está dividida, y con razón. Sus creadoras, afirman que la ropa AR crea una poderosa barrera entre la víctima y el violador, que no podrá arrancársela, ni rasgarla, ni cortarla, u horadarla. La estructura está reforzada por una especie de esqueleto y para abrirla, cosa que se hace utilizando un candado en la parte delantera de la cintura, es necesaria una clave.

Aunque algunos medios han considerado dichas prendas como la mejor muestra de antifeminismo, o una estrategia comercial que explota el miedo de las mujeres, sus defensores recomiendan usarlas en situaciones de riesgo potencial tales como una primera cita, un viaje al extranjero, salir a trotar durante la noche por parajes solitarios, incluso una excursión al campo.

Iniciativas como esta, llevan a una serie de consideraciones que van desde lo grotesco hasta lo dolorosamente trascendental. ¿Qué pasaría por ejemplo si la mujer que lleva uno de estos panties tiene un accidente, pierde la conciencia y requiere de urgente atención médica? ¿Si necesita ir al baño y olvida la clave? ¿Si el candado se traba y tiene que esperar a que llegue el cerrajero? Y lo más preocupante: ¿acaso no estaría en riesgo, no ya su integridad, sino la vida misma en manos de un enardecido violador, que en su frustración decide asesinarla, o torturarla para que revele la clave?

El mensaje es el equivocado, por no decir que insultante para personas como la señora que compartió conmigo la desgarradora tragedia de su vida. Aunque a los hombres también los violan, las prendas están destinadas solamente para mujeres. En el fondo, señalan que la mujer es responsable de no ser violada y por lo tanto, del caso contrario. Su sexualidad es peligrosa. En cada mujer una se oculta una seductora capaz de despertar en los hombres la furia de instinto, una Lolita que con su sola presencia física siembra vientos y cosecha tempestades.

Nada más absurdo. Desde tiempos inmemoriales el cuerpo de las mujeres ha sido botín de guerra, propiedad del hombre, sin que su voluntad haya tenido nada qué ver. En Colombia seguramente habrá hoy una mujer víctima de un violador perteneciente a cualquier grupo con una escarapela y un fusil al hombro. Ni qué decir de las niñas violadas por su padre, por un tío, por un pariente, por un amigo, por un vecino, por un desconocido.

Víctimas anónimas, cuyas terribles historias no conoceremos y que permanecerán en la impunidad. Porque si bien es cierto que algunas salen a la luz despertando indignación y llevándonos a preguntar por la salud mental del país, también es cierto que en Colombia ignoramos qué tan hondo es el problema, pues la mayoría de los casos de violencia sexual contra niños, mujeres y hombres, no se denuncian. Bien sea por pudor, por miedo, por falta de recursos o porque no se cree en la eficacia de la justicia, el hecho es que las personas siguen siendo violadas, y los violadores siguen quedando en la impunidad.

Hay que olvidar que en el mundo se diseñan prendas que solamente servirán a heroínas de Sex and the City cuando salen a trotar por Central Park, para indagar cuáles son en nuestro país las causas del indignante odio del violador hacia su víctima, de su necesidad de humillarla, de someterla, de representar de la manera más brutal su masculinidad. Una columna no basta para enunciar siquiera cómo podrían mejorarse las condiciones de seguridad sexual de los colombianos, hombres y mujeres, pues el problema no es de género. Basta mencionar lo más evidente como la erradicación de la pobreza, justicia social, justicia penal, una completa cobertura en educación y mejor calidad de la misma. Ese día tendríamos una disminución real en la infinidad de dramas que ocurren a nuestro alrededor sin que nos percatemos de ellos, o lo hagamos cuando aparece una noticia sensacionalista en la prensa.

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