Pan y circo, el alimento de los colombianos

Pan y circo, el alimento de los colombianos

El sensacionalismo y la exageración en las noticias es la nueva manera de distraer a los colombianos para que olvidemos problemas como la corrupción

Por: Iván David Correa Acosta
marzo 03, 2020
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Pan y circo, el alimento de los colombianos
Foto: Twitter: @infopresidencia

El ejercicio de la democracia actual, de la política republicana contemporánea, instaurada en su momento por pensadores griegos antiguos de la talla de Sócrates o Platón, que basaron sus planteamientos en una forma de elegir a sus gobernantes mediante el somero ejercicio del voto ciudadano, aunque con diferentes aristas, ya que fue el mismo Platón quien sugirió la forma democrática de elegir a sus representantes en el gobierno a través de la elección de parte de toda la ciudadanía, aunque no vengo a llenarlos de mamotretos académicos para introducirlos en historia griega. La matriz de esta forma de representación política actual se conecta con los coterráneos franceses que lograron instaurar la hoy totalmente aceptada y la palabra más utilizada en los discursos fríos y decadentes de proselitismo político: La República, un caldo exitoso en la forma, pero que de fondo requiere cambios abismales para que alguna vez esos postulados de antaño franceses recobren vigencia.

Aterrizando el título en la profunda y oscura cueva de la realidad colombiana, que atraviesa serias grietas en un gran muro que nunca ha terminado de construirse, el muro de contención que protege a la política de la corruptela tradicional, de la polarización, de la demagogia y el populismo sin fin, un caldo de cultivo enorme para un agrietamiento de la democracia colombiana, que aunque no pasa por sus mejores momentos, tampoco pasa por los peores, un factor que deja mucho por decir en un país que soporta una crisis en sus prácticas electorales y gubernamentales, pero que ha remado en ríos mucho más revueltos.

La levantada de ampolla que han generado los casos de actualidad han develado una gran cantidad de pésimos métodos para llegar al poder, un umbral muy alto de suciedad política (que si bien es cierto que en toda democracia existe un umbral de suciedad, nadie se salva, también se puede decir que Colombia tiene algo mucho más que una mancha en su parabrisas político) métodos que de una u otra manera ya son normales en nuestros pensamientos, son pan de cada día, por eso la nula indignación cuando capturan a congresistas o representantes, ese umbral elevado nos ha hecho acostumbrarnos a una desmesurada mancha que afecta todo el espectro político.

La hipótesis de que nuestra corrupción, nuestro poder de corromper a todo lo que hacemos, a todo lo que tocamos, nos lleva a pensar que la corrupción política es genética, debido a que desde los tiempos de la Conquista , nuestros antepasados españoles eran la escoria del Viejo Continente, cobraría vigencia si no fuera por el no tan superficial hecho de que Colombia supera con creces a otros países del combo latinoamericano que también fueron conquistados por la misma Corona, teorías que aunque no oculten nuestro nada limpio pasado, no justifica nuestro poder de corromper cada aspecto de la sociedad con la mano negra, en especial nuestra manera de dirigir.

Nuestra clase política diariamente es puesta en el paredón, no por su gestión eficiente, es puesta en el ojo del huracán por los continuos cuestionamientos que tienen, de los escándalos que provocan, de los multimillonarios desfalcos que cada vez sobrepasan el número de ceros que el anterior, y aunque nos disgusten esta clase de hechos, nos amilanen, nos entristezcan, nos atenten contra ese sentimiento de patria, a la semana lo olvidamos. Pan y circo, le decían los romanos a esa estrategia del fugaz desenfreno, de la furia fugaz contra esos desfalcos y robos multimillonarios al erario público, la rapidez con que la noticia entra, impacta y se va es algo extraordinario, algo salido de los cabellos, para en la siguiente semana volver a entrar en otro escándalo que nos afecta de igual o de mayor forma, porque si algo aprendimos con Odebrecht, con el Cartel de la Hemofilia, hasta con la Fuga de Aída Merlano, es que todo puede pasar. Y así como pasa, así se va.

El pan y circo aplica perfectamente al entorno colombiano, que poco a poco sale de la venda de los ojos, de la ceguera que es gasolina para los grupos políticos que la utilizan para cometer sus ilícitos debido a la fugacidad mediática y mental que existen en el ciudadano promedio. En Colombia, el pan y circo ni siquiera es necesario, solamente con alguna noticia sensacionalista o con una noticia menor, víctima de la exageración, las aguas vuelven a su lugar, algo que se ha normalizado a pesar de lo nefasto que es para el mantenimiento de la sociedad colombiana. La solución pasa por evitar esta mala práctica, hacer un análisis completo de nuestra realidad y luchar por cambiar esta verdad y se acabe por fin esta necesidad de pan y circo para calmar las aguas que necesitan agitarse de vez en cuando.

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