Paloma tiene razón: ¡más subsidios para los ricos que eso no es delito!

Paloma tiene razón: ¡más subsidios para los ricos que eso no es delito!

"Dejémonos de peroratas y no justifiquemos más la falta de espíritu del pobrerío de este país"

Por: Enoin Antonio Humanez Blanquicett
noviembre 08, 2019
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Paloma tiene razón: ¡más subsidios para los ricos que eso no es delito!
Foto: Las2orillas

Se alborotó la mamertada irredenta, vocinglera e igualada en redes sociales porque la muy lucida y honorable senadora Paloma Valencia dijo en voz alta aquello que todos los hombres y mujeres de bienes  —que no siempre somos personas de bien— hemos pensado y decimos en voz baja desde los tiempos de la Patria Boba: “la plata no se le debe dar a aquel que no sabe qué hacer con ella”. Ni más faltaba que el dinero de aquellos que pagamos impuestos ―cuando se nos da la gana y no como lo manda la ley, porque evadir impuestos también hace parte de nuestros privilegios— fuera a parar a los bolsillos mugrientos de la perrata chandosa y parásita de la patria, que le da pereza mover una paja y por eso —abandonada a su suerte y echada a las petacas― se solaza en su miseria, reproduciéndose a las anchas panchas, rumiando sus desgracias, en vez de ponerse manos a la obra y dedicarse a hacer fortuna en lo que sea. Como decía, cuando lo cogían infraganti, el célebre ratero Pecho de Lata ―hombre de mente vivaz e indudable espíritu emprendedor, que hizo historia en Montería en los tiempos en que las vacas se disputaban las calles con los carros y los peatones—: “aja cuadro, la plata está hecha, lo que hay es que buscarla oye”.

Dejémonos de peroratas y no justifiquemos más la falta de espíritu del pobrerío de este país, que —sin pensar en su porvenir— malvive su vida de moral disoluta, amontonado como las cucarachas en los tugurios de las favelas malsanas de las ciudades y pueblos polvorientos de la geografía nacional. Embebida en la pereza y la falta de iniciativa, esa gente no se ha dado cuenta que en este país de hombres sin lustre y de próceres ubérrimos ―que saben bien cómo hacerse a baldíos del Estado desde las curules del congreso—, parafraseando a un célebre e inolvidable locutor bogotano de los años de upa, uno puede afirmar sin rodeos que oportunidades para hacer plata “si hay”. Aquí está todo por hacer y hay siempre algo que hacer, sin que haya quien lo haga. Los campos para poner en marcha procesos de emprendimiento están en estado de barbecho y sin dueño, esperando que los hombres y mujeres de espíritu hacendoso se lancen a la acción. Si no, que lo diga el pastor Doble O, que ha montado un programita para conseguirle ―por treinta mil verdes— la visa de trabajo a la gente, para que vaya a camellar a EE. UU. en oficios varios.

Pero el populacho holgazán y sin mollera ni cuenta se da de eso. Corrompido hasta la médula por la fermentación de su espíritu gandul, el mulaterio sin prosapia ni solera, el zambaje sin abolengos ni linaje y la cholada peliaguda y carilampiña prefiere dedicarse a vender chontaduro, butifarra o empanadas en las esquinas y alamedas de las urbes de la república. Su falta de enjundia y su ceguera le impide ver aquello que cualquier cristiano con caletre puede percibir al golpe de ojo y por eso gasta su existir cultivando “la vida del flojo y del vividor”, —como atinadamente lo dijo de manera poética hace ya unos lustros el muy conspicuo y siempre ponderado filósofo conservador Gregorio Pérez Villa, en un edificante y muy sonado conversatorio, que sostuvo con la “mamerta periodista Mábel Lara”―.

De las posibilidades incontables que ofrece esta patria Ubérrima y maltrecha a los espíritus intrépidos, que son capaces de sacarle cría hasta a un perro de madera, da testimonio el inolvidable David Murcia Guzmán. Como olvidar que ese muchacho flacucho y de magra educación levantó de la noche a la mañana un imperio de humo, que surgió de la nada, y desde lo más profundo de la selva del Putumayo casi conquista medio mundo. Lo malo de Murcia fue que se pasó de piña y creyéndose uno de “Los elegidos”, por hacerle un guiño al nombre de la novela que escribiera Alfonso López Michelsen, se descaró demasiado, quiso meterse en campos que no eran de su competencia y por eso hubo que ponerle su tatequieto. Hay que decirlo y debe decirse: lo malo de Murcia no fue su emprendimiento. Lo malo fue que, aupado por sus ambiciones desmedidas, quiso meterse a redentor y —a Dios gracia y en buena hora― terminó quemado.

Es que el hombrecito cuando empezó a codearse con los niños bien, que nacieron en las cunas de estirpe y que están llamados —por herencia— a hacer emprendimientos de bien, en áreas que le están reservadas a los hijos de la gente de bien: zonas francas, comercio de manillas y artesanías indígenas, centros comerciales en ciudades intermedias, reciclaje y comercio de chatarra, olvidándose de sus oscuros orígenes y su pasado de vendedor ambulante, ya quería competir con los cacaos de la patria y meterse en política, dizque para prodigarle al pueblo un mejor vivir. Y hasta allá tampoco Pepe, dice la canción de salsa del Gran Combo de Puertorro, porque uno no debe morder la mano que le da de comer ni buscar la destrucción del sistema que ha hecho de uno lo que uno es. En estos campos yo endoso ―sin remilgos ni gagueo— la filosofía del marido de una parienta mía, que hizo fortuna abriéndole camino en las ferias de las grandes ciudades al ganado mal-habido, que los cuatreros de ganado mayor de la república hacían circular subrepticiamente, en el mercado negro de las vacas destinadas a los mataderos. “Al que está jodido, si aún parpadea, hay que terminarlo de joder, porque en esta vida aquel que no se atreve a patear los culos ajenos, nunca avanza y si avanza no llega a tiempo para el reparto de la puerca, pero la mierda de la vaca que mas caga, si uno tiene que comérsela, se la come y si para ganar puntos adicionales hay que decir que esa mierda es sabrosa, uno dice que es sabrosa, punto,” afirmaba, sin remordimientos, el hombre.

Pero dejémonos de andar caminando por cuatro caminos al tiempo y vamos directo al grano, que en la radio el tiempo vale oro. Para empezar hay que decir que un país civilizado y justo debe cuidar y venerar a sus ricos como se venera a los personajes de la historia sagrada, porque los ricos son un producto escaso, exótico y difícil de producir. Los ricos de un país constituyen un patrimonio colectivo nacional, al que hay que prestarle más atención que al patrimonio histórico y cultural, porque producir un rico le cuesta a todo pueblo mucho esfuerzo, sudor y lágrimas. ¿Saben ustedes cuánto le ha costado a este País del Sagrado Corazón posicionar a algunos de sus hijos dentro la lista Forbes de los hombres más ricos del mundo? Detengámonos en solo un caso: el Banquero epónimo, el Zar de las pensiones, el Rey midas de las carreteras y los peajes, para no hacer larga la historia. Para producir ese rico hemos tenido que concentrar en sus manos “más del 30 por ciento de los activos de la banca nacional” y hacer de él un “jugador de talla mayor” en el sector hotelero, el comercio de gasolina, la agroindustria, las pensiones, el agua, la madera para construcción y la construcción, los medios de comunicación y hasta los huevos para el desayuno suyo y mío. Por eso en este país de siervos sin tierra, los dirigentes del Estado colombiano, obsequiosos y benevolentes con aquellos que no necesitan nada o necesitan poco, no dudaron en poner a su disposición 22.834  hectáreas de baldíos de la nación, dentro del marco de una política de reparto entre “políticos y grupos económicos” de los bienes públicos nacionales, para asegurar la estabilidad económica y el buen vivir  “per omnia saecula, saecula, saeculorum” de los prohombres de la patria y ―por qué no decirlo así― de las mujeres con fortuna.

En efecto, gracias a las atinadas políticas gubernamentales y a los oportunos subsidios que ha recibido, así como a los negocios que se le han servido en bandeja de plata, su fortuna personal no para de crecer. De eso da testimonio un sintético informe del periódico económico Dinero en 2011. Allí se da cuenta que nuestro banquero egregio escaló entre los años 2006 y 2010 más de 60 puestos en la lista de los 1200 hombres más ricos del mundo, pues pasó del puesto 140 al puesto  75, en tan solo cuatro años, lo cual indica que si alguien hizo billete en la era de la Seguridad Democrática y la Confianza Inversionista fue nuestro magnate nacional. Y un dato adicional. Solamente entre los años 2010 y 2011, el Rey de la banca escaló “28 puestos en esa lista, uno de los ascensos más importantes en el ranking”. Este salto le permitió “entrar al grupo de las 100 mayores fortunas del globo” y quedarse “con el puesto número ocho, por debajo de tres brasileños, tres mexicanos y un chileno” entre los Ricos que viven al sur del río Grande del norte del Nuevo Mundo.

Para que vean ustedes como nuestro billonario insignia ha enriquecido al país, vale acotar que entre los “billonarios de Forbes que derivan la mayor parte de sus ingresos del sector financiero”, nuestro banquero conspicuo “aparecería en el tercer lugar en el planeta”. ¡Qué epopeya tan grandiosa, que gesta tan magnificente! Una hombrada sin par, digna de un cantar ¿Si ven ustedes qué se puede hacer dinero trabajando de sol a sol y aprovechando las bondades de nuestra naturaleza ubérrima? Todo un hito personal, que debería ser celebrado y enseñado a las nuevas generaciones en las clases de historia nacional. Pero ahora me acuerdo. La historia  nacional ya no se enseña en las escuelas de la patria, porque la pervirtieron los adoctrinadores profesionales de la Fecode, que —siguiendo los postulados ideológicos de Kalmanovitz― han hecho de ella una cartilla de propaganda castro-chista, en la que se desdibuja la grandeza de nuestro pasado.

Volviendo al tema de lo saludable que resulta para un país la concentración de riqueza en pocas manos, me veo obligado a retrotraerme a lo que decía en 1999, en una entrevista en Caracol, el economista Echeverri: aquel que fuera ministro de economía de Santos y Jefe de Planeación de Pastrana. En esa ocasión sostenía él, que la concentración de la riqueza en manos de los ricos, no es sí una mala cosa. Ello se debe a que los ricos, a través de sus negocios, se convierten en el principal vector productor de riqueza, proceso que se pone en marcha por la vía de la creación de empresas, que para producir bienes o prestar servicios tienen que contratar empleados, que trabajan por un salario, que se convierte a su turno en riqueza, lo cual hace del rico, que concentra inicialmente la riqueza, el principal vehículo, por no decir el solo vehículo —el agente natural— de la redistribución de la riqueza en toda sociedad, proceso en el que ellos son más eficientes que los propios Estados. Por eso en vez de asfixiarlos con impuestos incómodos, que paralizan su actividad inversionista y los puede forzar a huir del país, el gobierno lo que debe es ofrecerles un ambiente acogedor y amable, que los haga sentir en confianza. Y dentro del paquete de estrategias para atraerlos y hacerlos entrar en confianza está el atarzanamiento de los sindicatos, el diseño de políticas para mantener la mano de obra barata, los incentivos fiscales, las exenciones de impuestos, la eliminación del sobrecosto a la mano de obra, la flexibilización de la contratación laboral: el contrato por horas, el despido sin preaviso, la eliminación del pago de prestaciones a los empleados,  y como no… los subsidios. Además de lo anterior hay que garantizarles un seguro colectivo —como el impuesto del dos por mil, que salvó al sector financiero en 1999 de la debacle―, que permita socializar las pérdidas en épocas de vacas flacas y privatizar las ganancias obtenidas en la época de bonanza económica. Es así queridos amigos cómo se cimenta y alimenta la confianza inversionista. ¡No hay otro modo!

Sostiene mi contertulio virtual Mamerto Martelo de la Hoz, con quien sostengo a diario intensos debates económicos y sociales, que en las sociedades de capitalismo desarrollado hay dos grupos de personas subsidiadas por los Estados. De un lado está la plebe arrutanada, que no tiene a donde caerse muerta, a la que hay que subsidiar para  evitar que caiga por completo en la mendicidad, se dedique a actividades ligadas a la vida licenciosa o se vuelva una cantera de criminales, al servicio del crimen organizado. Del otro, están los multimillonarios, a los que hay que subsidiar para evitar que se lleven sus fortunas a otra parte y descapitalicen los países. A los primeros el estado los subsidia con programas como Familias en Acción, Plante y Palante, Mínimo Vital de Agua, Comedores Comunitarios, rebajas en las tarifas eléctricas por estratos, Ser Pilo Paga y los Cheques de la Tercera Edad, así como todo tipo de pendejadas, que valen un jurgo de billete y no redundan en nada. Es que parafraseando al poeta antioqueño Rodrigo Mesa —en ese panegírico, que hizo época en Colombia,― hay que decir que “meterle plata a los pobres es como meterle perfume a un bollo".

En lo que concierne a los segundos (los ricos), los subsidios les llegan de diferentes formas: excepciones de impuestos, la más importante; fondos de fomento económico para invertir en sectores de riesgo; estrategias de salvavidas financieros en épocas de crisis; y finalmente, los subsidios específicos y a la medida, como agro ingresos seguro, “un programa prorricos y antipobres”. En efecto, como lo dijo Andrés Fernández, un inolvidable Ministro de Agricultura, “con los dineros entregados a grandes empresarios se irrigan automáticamente a los pequeños productores y generan empleos”, con lo cual la riqueza de los ricos enriquece de golpe a los pobres. “El caso de la hacienda Carimagua, un extenso predio en los llanos del Casanare que estaba destinado a familias desplazadas pero fue reasignado a empresarios de palma”, es un caso paradigmático sobre las estrategias eficientes y expeditas, que puede utilizar un Estado ―y su clase dirigente― para subsidiar a los ricos de la nación y protegerlos de las amenazas que se yerguen contra ellos a lo largo y ancho de la patria.

De lo generoso que es el Estado colombiano con sus ricos y de la protección que les ofrece da testimonio la OCDE. Según lo dicho por su secretario general, José Ángel Gurría, en Colombia "las transferencias monetarias a la población más desfavorecida son escasas y gran parte de los subsidios van a parar a la población más rica". Eso se llama equidad en toda la extensión de la palabra, porque atendiendo a lo dicho en la parábola bíblica, a “todo el que tiene, más se le dará, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará”, para dar al que ya tiene. Es por eso que es entendible que en este país del Sagrado y Ubérrimo Varón, los pobres subsidiemos a los ricos.

Y darle subsidios a los ricos tiene sentido, porque en el caso de los pobres el billete destinado a la ayuda de la gente se convierte —cuando mucho— en arroz, papa, tajada de plátano frito, ensalada de repollo y agua de panela. En la vida práctica, el impacto de esos subsidios en la edificación de la sociedad y el embellecimiento del entorno es nulo, porque el arroz y el agua de panela no se convierten en nada digno de admirar. Al contrario, en el segundo de los casos, el dinero destinado a los ricos termina convertido en cosas dignas de contemplar, que desatan la codicia colectiva: un coche Aston Martin descapotable de dos puestos; un yate Ferretti 840 o Sunseeker; un jet de lujo Mitsubishi, una casa de recreo en Barichara o en Anapoima; y como no, en pensiones fabulosas, “que favorecen a ricos y perjudican a pobres”.

En síntesis y en conclusión, como bien lo sintetiza la siempre preclara Paloma,“dar subsidios a los ricos no es delito”, ni tampoco tiene nada de malo. Por eso yo compro frecuentemente el Baloto, para ver si así me vuelvo rico y poder tener acceso a un subsidio, que me permita financiar este noticiero, sin tener que levantarme todos los días a vender publicidad, con el objeto de granjearme unos ingresos dignos con los que pueda sostener aceptablemente a mi familia.

Como siempre, no siendo más por el día de hoy, se despide de ustedes su humilde servidor Casimiro Del Valle La Montaña de Gutiérrez de Piñeres, quien los invita a seguir escuchando su emisora Ondas de la Caverna, que transmite desde la noble ciudad de Hoyo Oscuro, localizada en lo más profundo del Caribe colombiano.

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