País portátil
Opinión

País portátil

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abril 24, 2015
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Ya no se trata de vender como en los años de las repúblicas bananeras. Ahora se hace de manera más sofisticada y con una sutileza digital que raya en el cinismo virtual. Por ende, no es tan bochornoso para nuestras élites y todo lo contrario: se hizo en nombre de la modernidad y el progreso.

La autoestima colectiva o social anda por el suelo y abunda un complejo antinacional en casi todas las expresiones de lo que los expertos llaman opinión pública.

Hechos como el temblor en la mesa del frágil proceso de diálogo entre alzados en armas y el gobierno, polarizan a esa opinión pública de papel y de trinos que nadie sabe la forma que tiene y mucho menos qué siente. Solo se percibe que el único interés es crear confusión y cerrar las puertas hacia la pequeña y grande reconciliación que se merecen nuestros nietos por venir.

Somos un lugar sin memoria donde ya nada sorprende. El único derecho que se ejerce es el de olvidar.

Vano intento por crear historias y recuerdos en bancos de memoria hechos con astillas de madera pulverizada por el viento del olvido y la ceguera de la indiferencia.

Los indultos disfrazados por cuenta de una justicia inoperante le hacen perder la confianza en una sociedad que ha sido conducida por todos los tiempos por gobiernos charlatanes, en el sentido de hablar mucho y sin sustancia para el pueblo expectante.

El coro no puede ser otro: se vende, se ofrece, se alquila, se empeña. Lo vendemos a quien quiera comprar nuestra consciencia como sociedad; se ofrece a los mejores postores que rondan por los pasadizos de la expoliación internacional; se alquila para aquellas golondrinas con sus huevos de oportunidad y hasta se empeña, en caso que estemos muy urgidos de efectivo.

Estamos parados y viviendo en un país portátil. Con una caterva de héroes falsificados y de caudillos engominados que nos hacen creer en los finales apocalípticos si no se obedece y acogen  sus designios de gobernantes endémicos.

Hipotecamos los ideales de libertad y orden por el de libertinaje y desorden. Nunca hemos garantizado el ejercicio de esa conquista occidental que recibimos y tampoco somos ejemplo histórico de orden dentro de los parámetros normales de convivencia y decencia social.

Parece que lo único aceptable es la mediocridad. Y en el reino de los mediocres la obediencia ciega es ley y cualquier nivel de sentido común es una expresión subversiva de alto calibre.

Lo mejor sería entonces ofertar este país portátil al mejor o peor comprador que encontremos. Le garantizamos a dicho comprador que el país está domesticado en engaños y que la honestidad ha sido desterrada a los infiernos para que no tenga problemas relacionados con la moral.

La consigna es clara: lo vendemos y punto. Aquí castigamos al que es honrado y nuestro pueblo está autocondenado a no aceptar la verdad.

La sensación que se percibe es que poco nos importa lo que acontece desde lo individual y que nos gusta es sumarnos al matoneo colectivo de unos contra otros, en bandos de oscuro linaje civilizado y amparados detrás de falsas consignas políticas vomitivas. Como ciudadanos no valemos nada, como gavilla somos los más valientes para desafiar a los que piensen diferente y derrumbar argumentos en el contrario con una pasmosa facilidad y en nombre de la santa fe.

Razón tenemos entonces para vender a este país portátil. En partes o entero. De seguro que con un préstamo en el extranjero cualquiera lo pone a andar.

Valemos poco como país pero en manos de quienes jamás nos darán una segunda oportunidad sobre esta tierra. Hay una inmensa mayoría silenciosa y doblegada por las circunstancias que se cansará algún día de soportar.

Vivimos confundidos aparentemente entre los discursos oficiales que insisten en el progreso. La oposición que vitupera a todo momento y una franja amplia y consciente que sabe con datos ciertos que ni tanto que quemen el santo como tan poco que no lo alumbren.

Un país portátil al que no le hemos encontrado el interruptor de apagado para que nadie vea nada en la oscuridad y sean las sombras las que nos permitan una nueva mirada desde las tinieblas para que podamos extrañar la luz.

Coda 1: Una frase de las tantas de Eduardo Galeano (1940-2015) en su memoria:  “Los presos son pobres, como es natural, porque sólo los pobres van presos en países donde nadie va preso cuando se viene abajo un puente recién inaugurado, cuando se derrumba un banco vaciado o cuando se desploma un edificio construido sin cimientos”.

Coda 2: Lo de país portátil es claro que lo tomo prestado de Rubén Blades y cualquier coincidencia entre la letra de la canción y lo que pasa por estos villorrios es bien parecido.

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