Ofertas de temporada
Opinión

Ofertas de temporada

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febrero 03, 2014
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Los calendarios estatales colombianos marcan para este 2014 temporada alta: se elegirán presidente y Congreso. Quizás algo más de la mitad de electores participe en las presidenciales y algo menos en las de Congreso. Igual que mucha gente que no toma vacaciones, así tenga el derecho, millones de electores no acudirán a las urnas. Precisamente eso, dicen entendidos, apuntala la robusta democracia electoral colombiana. Si en temporada de vacaciones escolares y laborales, que también marca el Estado, hay quienes calmadamente escogen destino turístico, en temporada electoral no hay más remedio que ojear la variopinta oferta de promesas.

Pese a que sean diáfanas las reglas básicas del mercado electoral, los electores suelen ver cosas diferentes. Unos suponen ciudadelas de desinterés, decoro, coherencia, grandes propósitos colectivos; otros imaginan un ágora de mandamases que entre insultos se arrojan huevos hediondos para abrazarse al día siguiente chillando de júbilo inmortal, jurándose amistad eterna. Aunque el entorno electoral promedio no sea tan melodramático, se ajusta mejor a esta segunda imagen que a la primera.

Estas semanas son para ver cómo trepan los candidatos al escenario. Bastó al señor presidente decir que haría el sacrifico de repetir para que la Registraduría lo inscribiera y, como a magneto recargado, se le pegaron con más fuerza los integrantes de una meliflua Unidad Nacional (partidos y movimientos exuribistas, Partido Liberal, fragmentos del Partido Conservador…) La incógnita es quién irá de vicepresidente. ¿Vargas, Naranjo…? Se oyen apuestas.

Los demás presidenciables y sus sectas enfrentan un asunto menos envidiable pues deben armar tenderete; entrar en liza; hacer gárgaras para que resuenen sus frases altisonantes, aguerridas; montar el espectáculo multimedia. Eso cuesta. ¿Quién paga?

Y vienen los rituales. Baste constatar la transparencia y tersura de esa gran convención destinada a ungir a Óscar Iván Zuluaga, dirimida en la cadencia ciceroniana de argumentos potentes, de luz enceguecedora. Comparada, la que proclamó a Marta Lucía Ramírez fue como el primer acto de un sainete infantil sobre piratas; acaso el segundo acto se ventile en tribunales.

Otra movida resbalosa, la del progresismo y los verdes —que nunca han sido verdes— trabaja a toda máquina para proponer a Peñalosa, veleta que desde 2001 no toca puerto. Las izquierdas dogmáticas, predecibles y pomposas, no cambiarán el campo de fuerzas.

Prosiguiendo este cuento de que en política la forma es fondo valga aludir a la breve historia de la enseña electoral del uribismo en la Registraduría y a sus acaso insondables efectos. Si Ud., amable lector, o yo, fundásemos partido propio y en el nombre le pusiéramos nuestro apellido, al igual que los demás partidos tendríamos derecho a diseñar libremente la marca registrada. Pero sobre esto y por dos veces el partido Uribe CD recibió un rotundo no del poder electoral. La tercera fue la vencida; para esto debieron cambiar el emblema para el tarjetón. Aparecerá un perfil reconocible del santo patrón dejando que la mano derecha encuentre un enorme corazón rojo. Aunque no se sepa a bien qué arcanos oculten semejantes símbolos, si por arriba hubo la magia de la unción de Óscar Iván, por abajo sobran brujos. Alguno podría ofrecer una fórmula como: tome Ud. la enseña uribista, póngala bocabajo, clave un alfiler a la mano en el corazón, prenda al pie una veladora tricolor y recite en voz alta durante nueve noches esta letanía de maldiciones… Aclaración: con el tamaño de ese corazón rebosante de patria, para lo del alfiler podrán miopes y temblorosos. ¿Qué pasará al final de la novena? ¿Marchitará el corazón del caudillo para terminar de impotente político? ¿Menguarán los votos de Óscar Iván? Suspenso digno de un Sófocles.

Entre tanta forma, el fondo de la cuestión de esta temporada electoral es la negociación de La Habana, la bien llamada “paz sin peros”, que recibe apoyo de todos los cuarteles excepto del uribismo y el procurador y reticencias del movimiento cristiano Piraquive.

Si vamos al verdadero fondo de los grandes problemas nacionales, las campañas no dicen nada sustancial acerca de la marcha de una pujante economía política de la desigualdad; de la voraz corrupción pública que empieza en la capital de la república engranada a la añeja práctica del favor clientelista; de la evidente inepcia en el manejo democrático de complejos frentes de salud y educación, vivienda social, empleo juvenil; o de políticas para superar el inverosímil atraso de las infraestructuras. Esos asuntos no son más que el comodín en todas las plataformas y no hay que ser adivino para saber que son ganchos publicitarios, estribillos de mercadeo electoral que, hoy y pasado mañana, terminamos pagando los contribuyentes.

Cierto que los pregones de los toldos electorales anunciando su mejor producto resultan superiores a una dictadura; sopesando las ofertas de esta feria de intereses y vanidades quizás votemos por el mal menor. Quizás ni valga la pena.

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