¿Novelería o proeza de Netflix?

¿Novelería o proeza de Netflix?

La plataforma de streaming prepara la primera adaptación fílmica de 'Cien años de soledad', un relato que no se había dejado seducir por ningún cineasta

Por: URIEL ARIZA URBINA
diciembre 12, 2019
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¿Novelería o proeza de Netflix?

“Esto es real. Esto es mágico. Esto es Cien años de soledad. La serie llega próximamente”, dice un tuit de Netflix con un video titulado “Bienvenidos a Macondo”. La plataforma audiovisual prepara la primera adaptación fílmica de la célebre novela, publicada en 1967 y con más de 50 millones de ejemplares vendidos. Se anuncia como un suceso fílmico. O un monumental fracaso. El escritor Gabriel García Márquez previno a los cineastas de adaptar la historia de la familia Buendía a guion cinematográfico. ¿Cuál era su celo?

El relato, según su autor, está armado para alimentar la imaginación del lector, hay limitación de tiempo para contar una historia abundante, y lo que más molestaba al nobel: no usar el idioma original, ya que el acento coloquial de los personajes es el alma de la novela. Netflix resolvió la extensión con la serie y aceptó el idioma original. También rodará en el caribe colombiano para darle más autenticidad. Pero los problemas no acaban allí para los guionistas y directores de la serie.

Cien años de soledad es un relato cuyo mayor atractivo reside en cómo se narra y no tanto en la historia en sí. Una mezcla de realidad exagerada y fábula con gente y cosas estrafalarias en un pueblo aislado que se aparta de las normas rutinarias de la vida y va “más lejos que el ingenio de la naturaleza”, como José Arcadio en la novela (Léase el Caribe). El resultado es una narración verosímil y cautivante que cualquier lector del mundo puede seguir con pasión. Entonces, ¿por qué es tan difícil imaginársela en la pantalla?

Varios cineastas intentaron comprar los derechos de la obra, y García Márquez se negó hasta su muerte en 2014. Sin embargo, cinco años después Rodrigo García Barcha, hijo del escritor y director de cine, dijo en un comunicado: “Estamos encantados de apoyar a Netflix y a los cineastas en esta aventura, y ansiosos de ver el producto final”. Agregó que el proyecto no se había realizado porque su padre pensaba que el tiempo no era suficiente para contar la historia, pero el escritor tenía otras razones, además de las ya mencionadas.

La novela es densa en descripciones poéticas y abstracciones, y hasta el pasaje más insignificante está narrado en tono grandioso y desbordante. No hay un párrafo en que el lector no espere un desenlace fantástico. Por eso, al leer la historia no hay manera de compararla con la realidad sin que a nuestro antojo decidamos qué es real y qué es ficción. Esto es un tropiezo para los guionistas y directores, pero seguro tomarán las escenas más cómodas de contar sin perder el hilo conductor. Al fin y al cabo no harán una versión fidedigna de la novela  sino una adaptación.

Si a un lector cualquiera se le pregunta de qué trata Cien años de soledad, aconsejaría mejor leerla. Y es porque el secreto está en cómo el escritor, gracias a la manipulación del lenguaje, lleva con sostenido interés a involucrar al lector en una historia en apariencia simple, que se va haciendo abrumadora y con destellos de un inusual drama épico. El argumento mismo de la novela es el pretexto de García Márquez de llevar casi a la perfección el realismo mágico, un estilo narrativo ya usado por otros escritores. “Lo más difícil, antes de escribir, no es contar con una historia, sino hallar la estructura del relato”, dijo García Márquez.

Parece un contrasentido, pero esta novela es más creíble si la seguimos con la imaginación. Allí está su otro secreto. No en vano García Márquez describió la realidad en su historia igual que dos personas en el Caribe se cuentan sucesos cotidianos y sin darse cuenta van deformando la realidad hasta hacerla increíble. Cosa distinta es mostrar esa realidad deformada en la pantalla sin que se pierda el encanto de cómo se narra en la novela, aunque el cine logra que la ilusión sea creíble. Por ejemplo, ascensión al cielo de Remedios, la bella, será un reto escenográfico que podría romper el idilio entre realidad y ficción en la novela.

Y aquí viene lo más inquietante. ¿Qué pasaría si le ponemos rostro y voz a Melquiades, Remedios la bella, Úrsula o José Arcadio? Pierden su gracia. Es mejor no verlos, porque se vuelven personas descifrables y dejan de estar poseídos por un espíritu que en la novela no parecen de este mundo. Si la imagen de un personaje literario mítico es condicionada por la de la pantalla, se crea un problema de identidad con la historia: otra preocupación de García Márquez, ya que en su narración evitó describir caras, lugares y cosas concretas. Y si se revela a los protagonistas, la historia ya no asombra. Un cuento sin misterios.

Algo parecido ocurrió cuando se conoció la figura de Jean Baptiste Grenouille, el extravagante protagonista de la novela *El perfume, de Patrick Süskind, llevada al cine en 2006 y convertida más tarde en serie por Netflix con una temática moderna. Ningún director se atrevía a contar en imágenes una aventura que, como dice el relato, no deja huellas en la historia: el efímero mundo de los olores. Y mucho menos darle una identidad a un personaje casi sobrenatural.

El guion de El perfume resultó pobre ante la fuerza narrativa del libro. No era un problema de guion o actuación, sino que tanto el protagonista como la historia son desproporcionados con la realidad y más pensados para provocar la imaginación del lector. Lo mismo podría pasarle a Cien años de soledad. Y tal vez sea peor, porque el tema central de El perfume es alucinante por donde se le mire y suficiente para atrapar al espectador, pero no pasaría lo mismo con la novela de García Márquez si al llevarla a la pantalla se le despoja del lenguaje con el que está narrada.

Adaptar Cien años de soledad al cine parece abominable en términos literarios. No sabemos qué tono tendrá la serie, pero si es al estilo Hollywood terminará como una coloquial y picaresca comedia de la aldea latinoamericana. Lo más seguro es que quienes no hayan leído la novela les parezca divertida la serie. Quienes la hayan leído la verán por curiosidad, solo para condenarla. Y para nosotros los hijos del Caribe, los únicos que leemos Cien años de soledad con el corazón y no con la mente para estudiarla, es a quienes más nos inquieta, porque estamos hechos del mismo cuento.

Pero, ¡al diablo con el mito de Cien años de soledad! ¡Qué importa el esfuerzo intelectual de un escritor por hacer creíble una historia imposible que todos quieren que sea verdad! ¡Olvidémonos de los necios románticos de la obra!, se dirán los creadores de la serie. Después de todo, el proyecto no está pensado para una aburrida minoría intelectual de otra generación, sino para la inmensa mayoría de los nacidos en la era de internet, con apenas una pintoresca referencia de la palabra Macondo.

La serie Cien años de soledad apunta a ser una novelería más del nuevo cine en televisión, destinada a saciar el apetito del público joven por versiones ligeras de grandes obras literarias. O tal vez sea una de las mayores proezas de adaptaciones de libros complejos en la pantalla, y habrá que aplaudir a Netflix. En todo caso les dejará una jugosa ganancia a la plataforma y a los productores ejecutivos de la serie, los hijos de García Márquez. En estos últimos recaerá la responsabilidad moral y hasta el remordimiento por las advertencias de su padre del riesgo de llevar a la pantalla la obra que lo convirtió en uno de los escritores más importantes del siglo XX.

Las editoriales ya empezaron a sacar ediciones baratas de la novela, para anticiparse al estreno mundial de la serie a comienzo de 2020. Los que no la hayan leído por anticuada, se volcarán a las librerías porque Netflix la rescató del olvido para las nuevas generaciones. La leerán para confrontarla con la serie, se adornarán con pescaditos de oro, los medios y aplicaciones desempolvarán las canciones de Escalona, bautizarán a sus hijos con los nombres de la novela, viajarán al Caribe para insistir en fotografiar a Macondo, y comprarán la edición de lujo como signo de buen gusto intelectual para adornar salas y oficinas. Todo mientras dure la serie. Es el carácter de estos tiempos.

“Se comieron el cuento”, dijo García Márquez con humor y soberbia intelectual, al reconocer que el peso del Premio Nobel recayó en realidad en la construcción de una historia que le dio vueltas en su cabeza siete años, porque no sabía cómo contarla para hacerla creíble. Un día encontró el tono que necesitaba y empezó a escribirla. A punta de imaginación y trucos narrativos. Y así es como se lee, creyéndose uno mismo el cuento, como si fuera real. Una cosa es cierta: Cien años de soledad es una de esas historias escritas para el deleite de la imaginación. Pero la serie llega pronto, y habrá que verla. Por pura novelería.

Lo peor que le puede pasar a Cien años de soledad es que la generación de la era virtual y las venideras se queden para siempre en sus memorias con la versión cinematográfica de Netflix y no con la del libro. ¡Una infamia! Tal vez en la otra vida, al saber la noticia, Gabo se recordaría a sí mismo abriendo sus brazos en la mitad de la plaza de Macondo, dispuesto a despertar al mundo entero, y gritar con toda su alma: “¡Los amigos son unos hijos de puta!”.

*Un pasaje de Cien años de soledad parece adelantarse en casi dos décadas a un tema antiguo y centro delirante de la novela El perfume, publicada en 1985. El olor que arrebata a los hombres, de Remedios la bella, es el mismo que emana de Laure Richis, la adolescente virgen de la que el asesino Jean Baptiste Grenouille elabora el mejor perfume del mundo: el olor que inspira amor en la humanidad.

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