El momento actual nos muestra, entre otras muchas realidades, la velocidad y la penetración mundial de las comunicaciones y, en medio del caos económico alrededor de la salud, la presencia de numerosos gestos de solidaridad a favor de los más débiles.
Pero también nos hace evidentes las fallas estructurales de los sistemas económicos y políticos que nos gobiernan: inequidad sistemática, daño ambiental permanente, opresión mental con la orden interiorizada de obedecer al poderoso.
Si algo nos muestra el momento crítico actual es que no podemos volver a la situación en la que estábamos. No podemos seguir haciendo lo mismo. ¿Y cuál es el cambio fundamental? Simplemente aprender a respetarnos, todos, cada persona, cada animal, cada vegetal, cada espacio del planeta. Es relativamente fácil congregar muchas mentes y voluntades para combatir la corrupción de las personas. Lo que es muy, pero muy difícil, es congregar numerosas mentes y voluntades para combatir la corrupción del sistema mismo.
Hemos aprendido a no ver ni escuchar lo que vemos y oímos sin el velo impuesto de nuestra inferioridad e impotencia. ¿Cómo hemos aceptado que los gobiernos defiendan un sistema bancario para robar? ¿Un sistema de salud para enriquecer a unos pocos? ¿Un sistema educativo para privilegiar a la minoría que nos roba? ¿Un sistema de fronteras que nos aísla entre superiores e inferiores? ¿Una falsa idea de varias razas que divide a la única raza humana en blancos, morenos, amarillos, negros, mulatos, mestizos con calificativos discriminadores?
Con los recursos de comunicación masiva disponibles, hoy podemos difundir mejor los dos fenómenos más aberrantes del pasado humano, el desequilibrio ambiental y la vergonzosa inequidad de oportunidades para las personas. Tenemos un poderoso argumento para cambiar cuando mostramos el ejemplo del modelo seguido por la naturaleza en el desarrollo de la vida, que siempre favorece el surgimiento de diferencias y la diversidad de especies sin que ninguna de ellas domine ni se adueñe de las demás. Una verdadera democracia da realmente voz a todos los ciudadanos, no solo a los dueños de capital.
Más allá de viejas y dañinas polarizaciones entre buenos y malos, derecha e izquierda, capitalismo y comunismo, podemos buscar puntos de equilibrio alrededor de una democracia humanista (le doy ese nombre porque a ciertas mentes les asusta la palabra socialista); un sistema que supere el dogmatismo del dios dinero y ponga límites al enriquecimiento, asigne al Estado la obligación de garantizar calidad en los servicios básicos de alimentación, educación y salud, entre otras cosas.
Es hora de buscar y construir partidos políticos que representen y defiendan realmente ideas, principios y prácticas políticas y dejen de ser microempresas electorales o manadas de borregos seguidores de algún caudillo. No es fácil que las personas cambiemos de manera de pensar, pero podemos intentarlo. Y ello no es posible con discursos emocionales de odio y desprecio por las personas que no piensan como nosotros. Es posible recurrir a la mente que razona para conversar, discutir argumentos y buscar esos pequeños acuerdos que mejoran la convivencia. Es posible, intentémoslo.
¿Qué tal unirnos para promover el respeto por las diferencias, cambio que nos salvaría de la destrucción ambiental y la destructiva inequidad social?
