No, no son absurdos los falsos positivos

No, no son absurdos los falsos positivos

"Si fueron una forma de lucha, ¿cómo se entiende eso desde el mote de Seguridad Democrática?"

Por: Carlos Tamara
marzo 05, 2021
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No, no son absurdos los falsos positivos
Foto: María Paula Ángel / Las2orillas

Quien haya leído juiciosamente la última columna de Hernando Gómez Buendía intitulada El crimen más horrible deberá concluir que ese man no ha podido dormir bien estos últimos días. Espero que se amarguen también por las mismas razones o por otras que puedan agregar de su propia cosecha.

Si se lee bien, repito, el artículo explora y ahí mismo levanta la teoría que el asunto de los falsos positivos es uno de los asuntos más inexplicables que haya producido sociedad alguna sobre la Tierra. Usted avanza en estos casos de desconcierto en desconcierto.

No hay forma de abordar seriamente este problema si no se llega al criterio de que esas muertes son absolutamente absurdas. No hay ningún criterio moral, social, político, militar ni de ninguna índole que los soporte. Se puede plantear de múltiples maneras lo absurdo, esbozaré varias.

¿Cómo es posible que se haya podido montar una estrategia de abatimiento militar de la guerrilla matando no a sus componentes sino a gente absolutamente distante de su entorno? Imagine que Hitler hubiera pretendido exterminar a los judíos asesinando libaneses o, más diferencialmente, chinos, vietnamitas, ¿o qué sé yo? Y cómo se puede seguir ostentando, sacando pecho y obteniendo votos de que se ganó una guerra contra la subversión si eso no significó ningún combate contra ellos. Si esos fueron flagrantes actos de cobardía, cómo se puede seguir posando de valiente y corajudo. ¡Eso es absurdo!

Cómo es posible que la versión política de semejante barbaridad pueda ser conocida como gobierno de la Seguridad Democrática. Hágame el bendito favor. Subrayo esto de primero porque es el principal cartel de propaganda con que se narcotizó a la opinión pública nacional. Si la prensa no se atreve a denominarlo Terrorismo de Estado algo debe estar pasando todavía en los medios. Recuerdo que ese gobierno intentó dar clases a los medios de cómo informar a la opinión pública, e incluso cambiar el significado de algunas palabras, negándose que hubiera conflicto.  ¿Cómo pasaron los falsos positivos a ser una forma de resolver un conflicto inexistente? Si los falsos positivos fueron una forma de lucha, ¿cómo se entiende eso desde el mote de Seguridad Democrática?

Mientras procesa tamaño engendro, metabolice también cómo es posible que la información que daba cuenta del creciente número de muertos y el aparente triunfo que se estaría logrando contra la guerrilla no hubiera llamado la atención por excesivamente anómalo, pues nunca se habían registrados tales estadísticas en 50 años de guerra contra las Farc, una estructura guerrillera elusiva y veterana. Sea el caso de Soacha: de dónde podía provenir que surgieran como conejos guerrilleros muertos como siendo de esa población. ¡O de Cartagena!

Según información que provee la columna Alto Turmequé, pasaron por el ministerio de los falsos positivos cuatro personajes a cual más encumbrado y de educación más aquilatada: Marta Lucía Ramírez, Jorge Alberto Uribe, Camilo Ospina y nada menos que Juan Manuel Santos que agregaba una formación bien cazurra en la Infantería de Marina. Y, pásmese, ninguno de ellos se dio cuenta de la goleada que les estaban metiendo. Los militares les ganaron 6.402 a cero, mientras posaban de cancerberos. Esto no es comprensible para nadie. Esa pléyade no podría estar pasando por inteligente sino por mensa, giles pusilánimes. Y ahora tenemos que uno fue presidente y la otra ostenta la vicepresidencia de Colombia. ¿Cómo se explica semejante oxímoron?

Y ahora piense en la capacidad para urdir muertos, y armar los escenarios el aparato militar confabulado al interior del Glorioso Ejército Nacional, Emblema de la Patria Colombiana, como resuena en los discursos veintejulieros. Al parecer los muertos eran zurcidos a juzgar por la forma orfebre como se les engatusaba. Se les invitaba a recoger café, para matarlos. Es increíblemente absurda semejante sevicia. Ese comando de asesinos parece haber realizado cursos de masterado de cadeneta, punto, cadeneta, para tejer las más extrañas figuras de mortandad, como haciendo un mantel que se encargara de diseños góticos o de filigrana barroca. Por ser absolutamente grotesco repugna a la lógica.

Usted no puede procesar la idea de los falsos positivos sino agrega el condimento de ají jalapeño de que los Estados Unidos no tienen agencias activas de redes de inteligencia. Ni siquiera la CIA existe durante ese período; nunca tuvimos embajador de ese país en nuestro suelo, siendo que estaban poniendo el billete con sus supuestos programas dizque para resolver el problema del narcotráfico. Y es el caso que todavía no dicen ni contestan absolutamente nada de la embajada de ese país. Contrasta, eso sí, con mantener la jeta abierta cuando se trata de Venezuela. Recientemente una película The Report da cuenta del gigantesco proceso de investigación, dirigido desde el mismo Comité de Inteligencia del Senado de los Estados Unidos contra la CIA, abierto por los interrogatorios ilegales, macabros y sistemáticos que tuvieron lugar luego del 11S; pero nunca se ha incoado ninguna acción que averigüe por la insurgencia, más macabra todavía, de las falsos positivos en Colombia, en donde su gobierno y el congreso tuvieron injerencia directa pues proveyó y votó, respectivamente, recursos estatales de ayuda.

Usted no puede procesar el asunto de los falsos positivos en Colombia, sin metabolizar el siguiente argumento felino: “La razón es sencilla: los falsos positivos no fueron crímenes de guerra ni fueron cometidos “con ocasión o en el contexto del conflicto armado interno”. Su víctima no fue el guerrillero, el simpatizante, el campesino que colaboró con la insurgencia por miedo a las represalias y ni siquiera el sospechoso fundado o infundado. Los motivos no fueron los de la guerra, donde se mata para defenderse, forzar la rendición del enemigo, obtener información u otro recurso, mandar un mensaje de terror o por satisfacer un odio visceral”. Si usted no supone que esos hubieran sido los argumentos, entonces cuáles propone que los reemplacen en el marco de un supuesto Estado de derecho y, añádale, de cooperación internacional del acucioso gobierno norteamericano. La pregunta es un desafío a desentrañar el absurdo.

Por favor léase despacito lo siguiente: “La víctima de un falso positivo fue cualquier NN cuyo cadáver sirviera para inflar estadísticas de las Fuerzas Armadas y para recibir una prima, un ascenso, o unos días de licencia”. No se sabe si tales estadísticas infladas han sido corregidas al interior de las Fuerzas Armadas o si todavía se acumulan como éxitos de sus integrantes. No se sabe sin los ascendidos, han sido descendidos. No se ha anunciado nunca que algunas charreteras hayan sido descolgadas del pecho de sus supuestos héroes. No se tiene noticia de la devolución al erario público de los días de licencia remunerada, ni de primas, financiadas con asesinatos. Que se cobraba, en dinero o en especie, por sustentar la idea militar de la Seguridad Democrática. En el centro parece florecer la idea de que los falsos positivos se habían constituido en un negocio. ¿Los muertos, 501 en el Oriente Antioqueño, fueron soporte para afianzar concesiones mineras del oro, o de otros minerales en otras regiones del país?

Usted no puede procesar los falsos positivos en Colombia sin dar por sentado que existió una inteligencia en cabeza de un asesino, o una cohorte de asesinos en serie, masivos, incrustados en el centro del comando estratégico de las Fuerzas Armadas de Colombia. Y eso es absurdo de ser pensado. Por lo menos a mi no me cabe en la cabeza. Debo reconocer afligido, que eso no me deja dormir bien por una razón absolutamente simple y elemental, nací en Colombia. Es más, recibí clases de instrucción cívica de un militar llamarse Honorio Torres Corrales y nunca me dijo que eso pudiera hacer parte del Ejercito Nacional. Lo que está implicado aquí es que así como me engañaron a mí, también engañaron a millones de colombianos. Y eso me enerva. Nos hace pasar como idiotas siendo que los idiotas son otros que creyeron que eso nunca iba a saberse. Y, lo que es peor, han estado dando por sentado que nunca recibirán castigo osando pasar de agache.

Léase si no: “Es un crimen que por eso no se puede comparar ni tratar de la misma manera que las desapariciones forzadas, las torturas, las masacres, los sicarios, los secuestros, las violaciones las voladuras de oleoductos o los incendios”. Gómez Buendía recuenta las formas de los crímenes como siendo no institucionales. No menciona los incontables muertos por motosierra que habría producido el paramilitarismo; ni los cortes de franela de la mano negra conservadora de antaño. Lo que si queda absolutamente claro es que Gómez Buendía confirma un más bajo espacio moral a los asesinatos de los falsos positivos pues provienen de una fuerza institucional del Estado. Quizás porque la invocación del Estado tendría un supuesto origen divino, como siempre ha rezado toda la teoría que sustenta nuestra filosofía del derecho más recalcitrante. Serían crímenes contra Dios. De alguna manera Gómez Buendía augura que Dios nunca se queda con nada ajeno.

Cómo supondría pensar alguien, incluso dos flamantes expresidentes, que 6.402 muertos pudieran pasar por errores. En topografía se menciona que puede haber un error sistémico si la varas con que se miden diferencialmente abscisas o cotas tienen algún defecto no advertido. Pero cuando se mata como se hizo con los falsos positivos es imposible: “El presidente que ganó la guerra, el que pasó a la historia por su atención obsesiva a todos los detalles de la acción militar, el que mandaba cuando murieron los 6.402 NN (…) no puede salir con el cuento chimbo “que apenas fueron más de 4.000 y que a la JEP no hay que creerle porque sus jueces “fueron nombrados por las Farc”.

Lo que leo es ni siquiera, si fuera irrefutable la verdad de su ocurrencia, tampoco se creería pues la JEP ha sido cooptada por las Farc. Recientemente Donald Trump se creyó derrotado falsamente en las urnas argumentando haber sido víctima de un chocorazo de más de 7 millones de votos de diferencia. Acaso no es de una ceguera absurda, o tener los ojos atiborrados de alguna “inmundicia”, como se atreve a plantear Gómez Buendía, semejante desproporción entre la realidad y la fantasía. Cuando ocurrió la asonada contra el Capitolio en Estados Unidos, los republicanos acusaron a Antifa, una organización al parecer nanométrica pues no se sabe que estuviera por allí ni aplicando el más sofisticado microscopio electrónico de transmisión. ¿Quién creería jamás que hubiera trazas de Farc alguna en la JEP, y menos ahora ya disueltas? ¿Será de la disidencia Farc?

Entonces nada de eso es absurdo. Ni tampoco es simplemente una inmundicia como lo aligera Gómez Buendía. Es eso y mucho más.

Desconozco el procedimiento y a qué instancia de la Corte Penal Internacional se puede acudir para que esos crímenes no queden impunes. Gómez Buendía dice que: “La JEP nos hace el favor de aplicar una justicia suavizada a una atrocidad que de otro modo quedaría completamente impune”. Y dígase si eso no es también absolutamente absurdo.

Entonces la sociedad colombiana debe estremecerse de verdad. ¿Cómo puede seguir ganando elecciones el hombre que encarna, cobijado por un partido político de nombre absurdo y una bancada, las mismas políticas, los mismos cancerberos que agenciaron aquellos falsos positivos? ¿No es eso absurdo?

¿Cómo es posible que puedas dormir bien si tú también tienes hijos, y has sido hijo, padre o madre?

Notas. Cancerbero: Portero o guarda severo, incorruptible o de bruscos modales. Perro.

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